La perinola: Matar y la crónica manchada
Por: Álex Ramírez-Arballo
A Carlos Sánchez lo conocí hace algunos años, en el contexto finisecular de mis años de joven universitario en Sonora. De él me llamó la atención la vehemencia con que se aferraba a su oficio de editor/escritor y algo que no sé si lo siga caracterizando: su relación estrecha con las cámaras. Recuerdo además haberlo escuchado leer con pasión auténtica alguno de sus relatos en casa del fallecido Alonso Vidal, mientras una veintena de muchachos (no sé quiénes eran ellos) atendían notablemente enganchados por la honestidad radical de aquellas palabras que cumplían con precisión el más alto anhelo de la crónica: la fidelidad a la experiencia del mundo.
Hace algunos días llegó a mis manos, vía préstamo interbibliotecario, un pequeño ejemplar escrito por Sánchez: Matar. Según afirma la página legal del libro, se trata de una edición del año 2011 y que además fue galardonada con el premio Libro Sonorense del año anterior (en el género de crónica); es decir, se trata de un texto que, según los estándares de nuestro mundo actual, es ya viejo. Pero así son las cosas: escuchando la radio en México, alguien que no recuerdo hizo mención a dichas crónicas, por lo que naturalmente me entró la curiosidad y el deseo de leerlas. Las solicité y después de algunas semanas, llegaron a mis manos.
La cosa es que leí Matar en un par de horas en las que no pude hacer nada más; me vi prontamente absorbido por aquel estilo manchado, simple y furioso que iba testimoniando las vidas de personajes atrapados entre las rejas de su propio destino. Sánchez maneja con destreza y honestidad los hilos de un estilo duro y sin concesión alguna al pudor; pero esto, que más de alguno podría calificar de efectismo puro, es en realidad una necesidad formal de la realidad narrada. Por ejemplo, las voces que en primera persona van declarando lo que se cuenta, resultan notablemente convincentes en gran medida por la destreza –que solo puede venir de un conocimiento directo- dialectal del autor. Esto le añade al manuscrito un talente de retablo antropológico que no me parecería justo ignorar o colocar en un segundo plano.
Formalmente, Matar consta de una serie de crónicas narradas en primera persona. Se trata de una voz que trasciende lo meramente declarativo para incursionar en la hondura confesional; no encontrará aquí el lector la estrategia del estilo legal, tan socorrida por algunos cronistas que parecen contemplar la realidad de los asesinos a través de la rejilla de un locutorio más que en el diálogo cercano. Se intercalan entre las crónicas algunos textos brevísimos, suerte de viñetas lapidarias que sacuden por la precisión atroz de lo que dicen: desgarrada concreción del asesino.
Sánchez tiene un mérito muy grande en este libro: da un paso hacia atrás y deja que sean los protagonistas los que ocupen el proscenio. Cronista y personaje, él no es más que un testigo mudo, acompañante que, grabadora en mano, captura la urgencia confesional –perdonen lo reiterativo- de los asesinos que, siendo lo que son y habiendo hecho las atrocidades que aceptan haber cometido, son también seres humanos que se descubren agobiados por el insomnio y la culpa, así como las alucinaciones de una visitación recurrente inducida en parte por las drogas y en parte por el remordimiento.
El trabajo de Carlos es muy meritorio y aunque no sé dé cuenta, está haciendo mucho por construir la memoria de un mundo ignorado o caricaturizado. Hay algo más, se trata de un autor prolijo, lo que parece confirmar aquella primera suposición que tuve cuando el milenio se nos venía encima: ama profundamente lo que hace.
Vivimos tiempos en los que la violencia nacional ha excedido por mucho lo que hubiéramos supuesto hace un par de décadas. Al calor de esta realidad, muchos autores han querido alcanzar cierta notoriedad apropiándose de temáticas sanguinolentas y esperpénticas, ya sea en la ficción o en el mundo más terrenal de la crónica. Carlos Sánchez no es de esos: tiene muchos años ya fiel a un estilo y algo que es mucho más que una temática: un mundo.
Estamos en presencia de una crónica que denomino manchada porque no se siente contenida de ningún modo por las prescripciones del estilo, las corrientes, las obsesiones estéticas o las maneras. Las manchas no son solamente de sangre sino también de vida y de tierra, de sudor y tinta, de esa suciedad noble que nos deja en el cuerpo y en el alma la práctica cotidiana del oficio.
Según lo cuenta el autor, por lo menos durante el 2010 todavía se encontraba trabajando con los reos, ayudándolos a testimoniar desde su confinamiento gracias al arte de la escritura. Espero, sinceramente, que Carlos lo siga haciendo porque no puede haber prisión más salvaje que la que impide a un hombre el derecho a contar la historia.
Espero también que vengan nuevos títulos, cosa que sé bien sucederá, para seguir componiendo las páginas de una historia que se cuenta en los márgenes de los márgenes y que reclama, así me lo parece, su parte en la tragicomedia de este salvaje y sublime escenario que llamamos mundo. Esperemos pues.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com