Die Woestyn: El dolor de tu equipo
Por Alí Zamora
En 1999 sufrí algo que muchos no saben que sufrí, pero que definitivamente le dio un sentido definido a mi vida, de esas situaciones que se desatan y uno tiene que vivirlas aunque sea a la fuerza.
Era el mes de mayo, como dije del año 1999 de la Era Común; era el día 26 del mismo mes y llegaba yo de la escuela. En aquel entonces cursaba el tercer grado de la escuela secundaria, y recién terminados los exámenes, se nos despachó y yo me apuré a casa, caminando por toda la colonia serpenteante y cruzando un boulevard de dos carriles con letreros de alto imperceptibles, hasta llegar a casa.
Y ahí, en la sala, fue que sucedió. Me encontré con algo que me dejó atónito, sin palabras, en shock. Recordemos que era un niño de 13 años en ese entonces.
Para mi buena fortuna, Lennart Johansson, un sueco en aquel entonces presidente de UEFA, sí tenía palabras para describir lo que observó:
“I can’t believe it (…) The winners are crying and the losers are dancing” (No puedo creerlo (…) Los ganadores lloran y los perdedores bailan).
A lo que se refería Johansson era la final de la temporada 1998-1999 de la Champions League entre F.C. Bayern Munich (Die Roten, Los Rojos) y Manchester United Football Club (The Reds, Los Rojos).
Día, juego y fecha en la que cambiarían muchas vidas, incluidos los 92 mil asistentes al Camp Nou, en Barcelona, los millones que fungieron como tele-audiencia, hasta incluso su servilleta.
Recuerdo que era miércoles, eso nunca lo olvidé; recuerdo también que llegué al momento de la premiación y recuerdo un dolor en la boca del estómago al observar la premiación y el resultado final que cruzaba la pantalla:
Bayern Munich – 1
Manchester United – 2
No era el resultado esperado, y no sabía cómo es que el universo había llegado a ese momento, así que con la ayuda de mi tía-abuela, quien había grabado el partido en videocasete para mí, me dispuse a entender lo sucedido.
Las personas, por lo menos aquellos que conocen el futbol internacional, usualmente se dividen entre los que son fanáticos de la liga española de futbol profesional (“La Liga”) y aquellos que son fanáticos de la liga premier inglesa (“La Premier League” o “BPL”).
Yo conocía a Michael Owen, Emanuel Petit, Ashley Cole y otros jugadores de la liga inglesa, sin necesariamente saber para quién jugaban. De igual manera sabía que en España se encontraban Rivaldo, Raúl, Figo, Santi Cañizares y otros tantos. Es decir, no me eran completamente ajenas las ligas; sin embargo, algo me llamaba la atención en la Fußball-Bundesliga o simplemente “Bundesliga” (que si se traduce literalmente es “Liga Federal”).
Ese algo: F.C. Bayern Munich, Die Roten, Die Bayern (“Los Bávaros”), Stern des Südens (“La estrella del sur”), FC Hollywood (“¿wtf?”).
Esa temporada de Champions League fue la primera ocasión que vi jugar al equipo de la ciudad de Munich (München en alemán, Minga en bávaro). Compactos, fuertes, ordenados en el campo de juego, disciplinados dentro del mismo y con un uniforme visualmente atractivo (sobre todo el tercer uniforme, gris/plateado oscuro para la playera, calcetas y pantaloncillos, y con vivos en marrón a los costados).
Para las personas que no están familiarizadas con la liga alemana, es muy fácil demeritar a aquellos que son fanáticos de Die Roten, puesto que son el equipo más exitoso dentro de la liga y el más poderoso económicamente dentro de Alemania (actualmente el tercer equipo de mayor ingreso financiero en Europa, y el segundo equipo de mayor éxito en la cancha de acuerdo a los rankings de UEFA).
Sin embargo, para mí la historia fue distinta, puesto que no los conocí de esa manera en aquellos tiempos del internet incipiente.
Yo los conocí con otro disfraz.
El partido fue una demostración de los que tienen muchas ganas y los que saben a que juegan.
Sí. Paul Scholes y Roy Keane se encontraban suspendidos para la final por parte de Manchester United.
Pero también por parte del Bayern Munich había ausencias. Notablemente, Bixente Lizarazu y el joven “Giováne” Élber de Souza, ambos lesionados.
El juego comenzó como le gusta a los alemanes: un gol a los 6 minutos de juego en tiro libre directo del legendario Mario Basler; y de ahí en adelante, como dice Jorge Carlos Mercader, de ESPN Deportes: “había partido”.
El Manchester United, que sí extrañaba a sus mediocampistas suspendidos, como dije anteriormente, se impulsó a base de ganas y las corridas aparentemente incansables de David Beckham (en aquel entonces recién conociendo la fama internacional después del mundial de Francia 1998, donde salió a relucir que se encontraba casado con la “Posh Spice” Victoria Adams, hoy Beckham, y al saberse que usualmente David gustaba de vestir la ropa interior de su esposa, nuevamente quizás por aquello de las corridas incansables).
Por lo que el primer tiempo fue una sucesión de embestidas alemanas y pocas incursiones inglesas en el campo alemán, las cuales eran, a final de cuentas, ahogadas por la temible figura del “primitivo” Kahn; perdón, “Der Titan” Oliver Rolf vol-Kahn-o.
El segundo tiempo fue una sucesión de casi-goles por parte de los alemanes, incluida una media-chilena (quizás completa) por parte de la montaña humana que fungía como delantero de Die Roten, Carsten Jancker, la cual reventó el esférico en el travesaño y escapo la línea de gol. The Reds continuaban con sus pocas incursiones al área ofensiva, dando un sentimiento de certeza al resultado que se mostraba inamovible, lo que causó que faltando minutos para terminar el partido, la orejona (como se le conoce al trofeo otorgado a los ganadores) comenzó a ser vestida con los colores y listones del equipo bávaro. De igual manera, los fanáticos presentes de los rojos teutones comenzaron a encender bengalas y cantar himnos en honor a su equipo.
Cumplidos los 90 minutos reglamentarios, se anunciaron 3 minutos de compensación.
3 minutos. 180 segundos. 90 respiros. Era todo lo que separaba a Die Bayern de su cuarta copa europea.
Primer minuto de compensación.
Tiro de esquina desde la punta de la izquierda para Manchester United. David Beckham envía un centro al área alemana, el arquero de Manchester United, Peter Schmeichel, se encuentra en el área contraria, pero el balón surca por los cielos evitando a propios y contrarios, hasta que después de una sucesión catastrófica de rebotes, la esférica encuentra a Teddy Sheringham, quien anota el empate.
Incredulidad. Sorpresa. Confusión. Dolor. Sed. Cansancio. Anonadación. El rugido de un león escapando de las gargantas de 92 mil almas, amigos y enemigos. Pero, lamentablemente, el juego continúa.
Minuto dos de compensación.
Se reanuda el juego, y Manchester United tiene otro tiro de esquina: misma punta, Schmeichel, el danés, se queda esta vez en su arco por órdenes de su director técnico, los tiempos extras son palpables para los alemanes, que aún no se recuperan. Pero lamentablemente el juego continúa.
Beckham envía otro centro y esta vez es Ole Gunnar Solskjær quien envía el balón a la red superior, al fallar nuevamente la anteriormente impenetrable defensa de los alemanes, y quien se convierte en el coco de todas mis pesadillas hasta la fecha.
Como dije: lamentablemente, el juego continúa. Aunque en ese momento ya todo estaba perdido.
El cronómetro corría aún, pero los jugadores del club alemán no lo sabían ya. Para ellos, sus fanáticos, su cuerpo técnico y sus familias había terminado el juego.
Pero no dentro del campo.
Y las imágenes dentro de la cancha son esas que solamente el deporte nos regala dentro de su espontaneidad y humanidad: Pierluigi Collina, capo italiano de las reglas, árbitro grande entre los grandes, trata de regresarle la dignidad a los alemanes, quienes súbitamente se encuentran incapaces de mover sus piernas, de levantarse de la grama sobre la cual pensaban levantarían una copa. Y las pruebas están ahí: Collina alentando a Stefan Effenberg, tratando de ayudarlo a ponerse de pie y continuar el juego (los pocos segundos que escapaban del mismo).
Pero Collina, quien recuerda este partido como uno de los más memorables de su carrera, no podía hacer más por Die Roten. El silbatazo omega llegó a final de cuentas. El partido terminó y las memorias comenzaron.
Como el ghanés Samuel Kuffour llorando derrotado en la cancha, golpeando el césped con sus puños en frustración hasta colapsar descontrolado sobre si mismo. Al igual que el gigante Jancker y el resto de sus compañeros.
Como el recuerdo de Lothar Matthäus, quien había sido retirado 10 minutos antes de finalizar el partido, regresando a la cancha, levantando a sus compañeros para que la premiación continuase, caminando a recibir su medalla de segundo lugar e inmediatamente quitándola de su cuello asqueado por la derrota y por el conocimiento de que el único trofeo que le había eludido en su carrera, continuaría eluyéndolo hasta la eternidad.
Así fue como conocí al Bayern Munich. Fue ese dolor, esas imágenes y esa injusticia accidental de la vida que me hicieron comprender que esos jugadores tenían las mismas emociones dentro de sí al igual que yo las tenía, la diferencia es que las suyas eran expuestas a un universo de desconocidos en gloria o en derrota.
Es por eso que no comprendo a los “fanáticos” (de mi mismo equipo o de otros), que tras una derrota maldicen al equipo, jugadores, dueños y ajenos. Todos podemos ganar, como todos podemos perder. Es un deporte, pero a final de cuentas es un juego.
Y de igual manera que se dice así es la vida, los bávaros dicen mia san mia (mismas palabras que llevo tatuadas en mi cuerpo), porque a final de cuentas, nuestro equipo y nosotros mismos somos quienes somos.
Y aunque hoy en día le vaya más bien que mal al equipo, yo respeto a la institución y pongo mi lealtad a prueba de vez en cuando: desempolvando la cinta de VHS de casi 20 años de antigüedad, y reviviendo el partido (hasta la fecha lo he visto 4 veces más y sigue perdiendo el Bayern en los últimos minutos: no aprenden), para a final de cuentas decir: “chingado, pues ni modo, a la otra”.
Porque si no sufres con y acompañas a tu equipo en la derrota, no mereces acompañarlo en la victoria.
Tú diles Wily:
Nota del autor:
El escrito anterior fue creado antes de la salida del F.C. Bayern München de la actual temporada de la Champions League (2015-2016), tras un encuentro cerrado contra el Club Atlético de Madrid. Dos errores (¡mia san mia!): uno en el juego de ida y otro en la vuelta, le costaron nuevamente un viaje a la final al club bávaro (0-3 bajo Guardiola respecto a la Champions League).
Pero como he dicho, yo no pediré la cabeza del catalán, a final de cuentas su futuro ya está firmado en sangre (o petróleo, más bien).
No le llamaré tampoco un fracaso a la época Guardiola, pues ganar la liga alemana de manera consecutiva no puede ser medida de un fracaso (y a la fecha, potencialmente un tercer título bajo el catalán y a la vez una cuarta ocasión consecutiva, contando el último campeonato obtenido por Josef “Jupp” Heynckes).
Tampoco compartiré la idea de que hasta el masajista disfrazado de director técnico puede ganar ciertas ligas porque simplemente no es cierto. Hay bajones de juego, contrarios, lesiones, accidentes, gravedad, humedad. Nada está garantizado.
Que si se hicieron muchos cambios, que si se hicieron pocos cambios, que si el árbitro se equivocó. Da coraje y dice uno “qué pendejos”, pero no pasa de ahí.
En el deporte estas cosas pasan, estilos de juego contra estilos de juego, defensiva contra ofensiva, contragolpe contra posesión. Hay muchas maneras de jugar, ganar y perder en este deporte tan querido en el globo.
Bien dijo Hendrik Johannes Cruijff: Los italianos no te pueden ganar, pero puedes perder contra ellos…
El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.
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