Die Woestyn: Una persona, un baño, dos géneros
Por Alí Zamora
Yo sé que no vivo donde viven mis dos lectores (¿qué pasó, mamá y papá?), y sé también que muchas de las cosas que suceden a mi alrededor y afectan mi vida diaria no son análogas a los cambios sociales vividos en lugares que distan a 12, 6 o incluso 3 horas de viaje a la velocidad de 6 cilindros.
Pero de igual manera sé que al vivir estos cambios, habiendo tenido una ascendencia a la adultez única en mi situación y las vivencias que tuve, también puedo compartir lo que veo mirándolo en el espejo de las costumbres y los vínculos que uno ha dejado atrás.
Y es cuestión humana, me parece, ya que experimentar, vivir y sumergirse en lo que sucede alrededor de uno es parte de lo que llamamos “evolución”.
Bueno, de lo que ciertas personas llaman evolución, ya que hay quienes dicen: “¡Yo no soy igual que un chango!”, enojados por la comparación implícita que acarrea un término que atenta contra su religión, aunque a final de cuentas esa premisa indicativa de su indignación demuestra que no comprenden el proceso evolutivo.
En fin.
Hay muchas cosas que suceden respecto a lo “moralmente correcto” y a las normas de la sociedad, y cómo es que la sociedad se debe transformar en los años venideros. Y como son tantas las cosas que suceden, son de igual cantidad (o quizás mayor) las preguntas que acompañan a dichos sucesos.
Debo confesar que de lo que más me asombro, no es del debate que existe entre conservadores sociales, conservadores religiosos, progresivos, centro-izquierda y demás, sino la soberbia y magnanimidad con la que se habla de los asuntos, muchos de ellos respecto al género, sexo, orientación sexual e identidad sexual, en correlación con lo biológico/psicológico.
Dicen muchos: “Esto es, es lo que ha sido y es lo que siempre será”, cuando olvidan que hace ¿qué será… 150 años? los trastornos psicológicos y la salmonelosis eran culpados en espíritus, demonios y fantasmas; pero no se preocupe, a final de cuentas todo se cura con una rápida y segura trepanación.
En el país donde vivo actualmente, las personas se encuentran en perpetuo debate entre la izquierda liberal y la derecha conservadora, donde se tratan de apaciguar las flamas de justicia social y equidad que han sido encendidas, olvidadas, encendidas de nueva cuenta y atizadas una que otra vez desde los años tempranos del siglo XIX.
La más reciente confrontación, ya declarado constitucional y legal a nivel federal el matrimonio entre el mismo sexo, y dictaminando que a nivel federal parejas del mismo sexo puedan gozar de los mismos beneficios que han recibido las parejas heterosexuales, involucra a las personas transgénero y el uso de los baños.
Como dije anteriormente, yo no tengo la respuesta a las preguntas que se acarrean con los movimientos y cambios sociales, pero tengo la sapiencia necesaria para admitir que no puedo desacreditar los argumentos de las personas transgénero ni atacar la mentalidad transgénero, puesto que yo nunca me he encontrado en sus zapatos.
Yo nací en el sexo masculino, y hasta donde la memoria me lo permite recuerdo haberme identificado dentro del sexo masculino, con una predilección de atracción física, sexual y emocional hacia el sexo femenino.
De lo más agradecido que puedo estar en todo esto, es que mis padres no me hayan nombrado como lo pensaron hacer: Ramón. Tiemblo al pensar que hubiese sido de mi vida con tal nombre de estilista viviendo en la colonia Las Fuentes.
Entendiendo que ese fue el nacimiento de la persona que soy, esas mismas razones me prohíben entender con una certeza empírica la situación de una persona transgénero. Porque hay quienes dicen: “Qué abominación, un día viven ‘soy mujer’ y al otro dicen ‘soy hombre’… qué asco me dan”.
O más recientemente, respecto al uso de los baños en Carolina del Norte y Missisipi, donde ha pasado y sido ratificada una ley donde se le ordena a las personas utilizar el baño correspondiente a su género biológico al momento de nacer, no respecto a su identidad de género (como lo hacen las personas transgénero, es decir: si Amalia nació Amal, debe utilizar el baño de los hombres, no obstante Amal haya vivido como Amalia por los últimos 15 años), dicen las personas: “Qué asco que le permitan a las personas decir un día ‘hoy mi identidad es de mujer’ y entrar al baño con niñas chiquitas”.
Está bien, pueden decir eso. Bien dijo Evelyn Beatrice Hall respecto a Voltaire: “I disapprove of what you say, but I will defend to the death your right to say it”.
Lo que yo comprendo cuando escucho ese tipo de argumentos es que las personas que dicen lo mismo, no comprenden y parece no han tratado de entender la posición/vida de una persona transgénero.
Como he dicho, no soy un experto ni tengo verdades/respuestas absolutas. Pero sé que una persona transgénero no vive su vida diciendo según le convenga, respecto a su identidad de genero: “Lunes soy hombre; martes: día de educación física, soy mujer; de miércoles a jueves, hombre, y el fin de semana, mujer otra vez porque no pago cover”. Me parece hasta risible la manera en que se resume erróneamente la “idea” se ser transgénero.
He escuchado en la radio, visto en documentales, leído en artículos, respecto a las vidas de personas transgéneros y si los opuestos a su estilo de vida quieren equiparar sus propios comentarios y visiones con la vida de una niña, que quizás nació niño pero que tras años de sus padres decirle “Los niños hacen esto, las niñas hacen esto” ad absurdum, esa niña (niño en ese entonces aún) un día decide llevar a su madre al área de niñas de su tienda local y decirle, con la honestidad que le dan 4 años y 7 meses de edad, “mamá, yo sé que tú me dices que soy niño y tengo cuerpo de niño, pero dentro de mí hay una niña, no sé por qué tengo el cuerpo que tengo, pero dentro de mí soy una niña y soy tu hija”, entonces es ahí donde esos adultos y legisladores palidecen en el entendimiento que solamente una inocencia que no ha sido viciada aún puede proveer.
El argumento que exponen muchas personas está relacionado con la religión (no pueden, sin morderse la lengua, hablar respecto a la naturaleza, ya que existen casos de hermafroditismo y de intercambio de género en especies animales).
Dicen ellos que su dios y su religión les prohíbe “creer” en “eso”. Es como esas conversaciones al parecer necesarias que deben tener con sus padres/pastores/sacristanes/diáconos/monjas respecto a si “Pikachu” o “Hello Kitty” son “del diablo” (y luego ves en el feis a las madres discutiendo “es que mi pastor si lo explica bien porque es del diablo Hello Kitty, deberías hablar con él antes de comprarle la mochilita”).
Yo no lo comparto. Puedo entenderlo (tangencialmente) porque lo viví cuando viví en Hermosillo, Sonora, tierra de la carne asada, expo ganadera y domingos de catedral.
Pero eso no significa que lo comparta, ni que deba compartirlo.
Y esas personas que dicen: “Yo, como dueño de negocios, por mi religión y mis creencias no puedo contratar o dar servicios a una persona que no sea heterosexual…” tienen la razón de que como individuos pueden creer en lo que gusten.
Si creen en la idea poco científica de un amigo imaginario que vive en las grietas que existen entre las nubes y las estrellas, que lo crean.
Pero aquí viene lo bueno: ¿hasta dónde se les permite extender su ideología? Porque, si somos estrictos, al momento de actuar con base en lo que uno piensa, deja de ser una idea y se convierte en una acción.
Entonces, ¿tiene derecho una persona de extender su ideología religiosa o no religiosa sobre otros?
Y si la persona religiosa tiene razón, entonces ¿cómo se concilia lo que las personas religiosas piden hoy en día con el pasado manchado de injusticias que (probablemente) sus mismos antepasados cometieron?
Acaso es justo decir: “Usted y su negocio pueden, en nombre de su religión, negar la existencia y negarle la mano a quienes no sean heterosexuales” mientras que la memoria de Oscar Wilde se pudre en las mismas cárceles de la iglesia de Inglaterra donde su cuerpo fue encerrado por “crímenes contra la decencia”, al igual que Alan Turing o, para qué nos hacemos, también Abigael Bohórquez, porque ya sabemos que en México no deja la poesía, ¿y ahora la poesía homo erótica? No, pos ta’ cabrón.
Al parecer, todos somos confrontados por instancias donde nuestra comodidad es puesta a prueba con versiones distintas de los mismos hechos que hemos creído inamovibles por nuestras vidas.
Y a final de cuentas, acaso debemos regresar a las ideas más básicas y primitivas que existen. Va un ejemplo tratando de englobar lo anterior: en los Estados Unidos, una ley conocida como “Title IX” fue ratificada en el pasado a mediano plazo, misma que indica que es la imperativa del gobierno dar un ambiente seguro y de inclusión a todos los alumnos en escuelas publicas en los Estados Unidos sin distinción de raza, estado económico, religión y/o sexo.
Esto último es la clave, ya que sexo es entendido como género.
Entonces, ¿cómo se protege y se le da un ambiente inclusivo a un jovencito que quizás en su certificado de nacimiento indica femenino, y que después de entender de quién es en su yo interno, súbitamente es forzado a utilizar el inodoro que utilizan sus compañeras de clase, mismo que ha dejado de utilizar como parte de su transición?
Ya que en visión de sus contrarios, él es, en realidad, ella, y ella era uno de esos enfermos que querían entrar al baño con tu hijo indefenso para sodomizarlo (no obstante la cirugía de transición sexual no haya tomado lugar aún).
O regresemos a la vida de Amalia, en una visión fuera de las escuelas, viviendo 15 años después de su cirugía de transición, y de repente se le pide regresar a sus años de Amal, no obstante su pene haya quedado en el olvido.
Mismo olvido que han recogido monarquías, segregaciones raciales y religiosas a través de los miles de sucios años de historia que hemos dejado a nuestro paso.
El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.