jueves, noviembre 21, 2024
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Die Woestyn: Cuando las horas se desenvuelven…

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Por Alí Zamora
Una de las constantes en mi vida ha sido siempre la música: desde los días que me tocaba andar en el asiento trasero de un Honda Accord año 1990, si mal no recuerdo, con mi padre como conductor, en una niñez desértica con calor apremiante donde el único escape eran los casetes de música donde hombres argentinos sostenían sus bemoles y los guiaban a mis oídos, para después ser reemplazados por la voz, siempre tranquila pero cortante, de Pablo Milanés, quien me arrullaba junto con el calor de media tarde y el recuerdo de máquinas de escribir.

O también las mañanas en las cuales despertando en secreto, sin que nadie supiese que había escapado del reino de Orfeo ya que me dirían “a dormir… es muy temprano”, y con el mismo cuidado escabullirme a la cocina o a la sala de estar o a donde fuera que el ruido humano me hacía descubrir a mi Madre cocinando o descansando mientras ese otro hombre, un tal Luis Miguel, le decía cosas que al parecer le había dicho ya a otras mujeres.

Estudié guitarra clásica (#fail), flauta dulce (#Nelson), piano (#Nimoño); hasta que di en mi adolescencia con la batería y las percusiones buscando encontrarme a mí mismo mientras formaba parte de una banda anónima, sin vocalista y sin nombre, donde la evolución de lo que yo consideraba música y músicos me ayudo a entender los cambios de niño a joven y de joven a adulto.

Uno como músico, o como individuo que asistió a la escuela de música y se gradúo como músico/percusionista profesional, tiene que entender su lugar en el universo. Hay personas que hasta escupen talento, mientras que otras tantas (su servilleta incluido) tienen que pasar de 6 a 8 horas diarias atados al instrumento, o a una partitura con su tarola de práctica adecuada, para poder mejorar de principiante a intermedio.

Eso fue lo que hice por dos años: llegar a la escuela de 2 a 4 horas antes de clase, dependiendo si tenía lectura de partituras a las 8:30 AM o clase de “técnica” a las 10:00 AM (horario del pacífico); y una vez terminado mi día escolar, me aventaba otras 2 a 4 horas de práctica.

Y eso que era yo solito en un cuarto de práctica, ya si eran de tocar con banda o con músicos, esas eran horas de tiempo extra.

Hay un cambio interno (dependiendo que tanta pasión haiga acumulada) que se suscita al proponerse uno el ser “músico”. Es imperceptible en detalles a simple vista, o, ya si se adentra uno más a las fauces de Apolo (esta vez en papel de dios de la música), puede ver dichos cambios de manera palpable en la actitud de las personas y su desenvolvimiento musical.

Lamentablemente, para uno como músico, no se da cuenta de dichos sucesos hasta ya muy tarde.

Por ejemplo, en mi situación en particular, uno de mis primeros “abrir de ojos” con respecto a ese celo al talento propio, o ajeno, se dio cuando, no hace tanto, mi esposa y yo atendimos a un concierto de la banda oriunda de Arizona, Jimmy Eat World.

Siempre asocié a la banda con una época particular de mi vida: los días cuando recién llegado al sur de California deambulaba por las avenidas Highland o La Brea para caer rendido en un hostal que crecía hacia las montañas; también caía en esta categoría el disco Sing the Sorrow de la banda AFI.

Sin embargo, esa noche, hace uno o dos años, me di cuenta que la banda “Relax to Paris”, de la que fui integrante por más de dos años, bien pudo llamarse “Jimmy Eat World 2: el Homenaje”, debido a las similitudes en:

  • tono vocal;
  • tono de instrumentos;
  • tempos melódicos;
  • composición de canciones;
  • los efectos de guitarra;
  • las pistas y efectos adicionales;
  • letras y melodía vocal, y
  • guardarropa

Es más, hasta las siglas de la banda arizonense apuntaban a las personas con quienes compartí banda en Relax to Paris: J.E.W. (jew = judío).

Inicialmente me pareció hasta cierto punto decepcionante que una persona que se jactaba de un esnobismo musical superior fuese, a final de cuentas, un plagiador sónico de memorias. Pero como para estas fechas ya ni nos debemos ni nos tememos, y mucho menos cruzamos caminos físicos, ya que en el internet de las cosas todos estamos conectados, la verdad decidí tomarlo como una señal justificatoria de quienes he (hemos) dejado atrás. Ya sea unilateralmente o de manera conjunta.

Para bien o para mal eso pensé, aunque la realidad quizás sea otra: quizás es posible que de la misma manera en que yo dormía, maletas contra la puerta, con un discman arcaico gastando baterías con cada revolución y los audífonos a un volumen considerable, los miembros de RTP podían evocar memorias similares a las mías gracias a esa banda, y con esa fecundación de sentimiento y música, dar a luz lo que ellos pensaban era suyo y propio (musicalmente hablando).

Yo no lo sé de cierto, pero me dispuse a hacer un poco de actividad investigativa.

Yo sabía que Pinhead, el último conjunto musical donde me desenvolví como percusionista y banda que se vio envuelta en una serie de encontronazos arqueológicos/míticos (véase: “La leyenda de los hermanos Darius”, partes I a III; y, próximamente “La leyenda de los hermanos Darius: Coda”), era una amalgama de lo que Casey O. Day “The Juice” se encontraba escuchando en ese momento.

Lo supe cuando escuché el álbum “The Red Tree” de la banda canadiense Moneen (también .moneen.), desde el hecho de que era también un producto “conceptual” hasta el punto en que el final, tanto de “The Red Tree” como el disco grabado por Pinhead, curiosamente se revertía hasta ser piezas de voz y piano con capa tras capa de sintetizador, campanas, ruido blanco y demás regalos de Pro Tools.

Pensé también verlo como una justificación del despido tan cortante que se suscitó entre el 75% restante de Pinhead y mi persona, pero en realidad fue agridulce. Fue agridulce el darme cuenta de que por más que yo mismo dijese y repitiese las historias que se me proveyeron respecto a los años perdidos de la banda y el espacio cronológico donde yo aun no aparecía en sus vidas, no estaría nunca cerca de la verdad (misma premisa que pudiera ser aplicada para RTP; Depression the Clown, mi banda metalera y músicos misceláneos)

Casey podría haberme dicho todo lo que quisiese respecto a los orígenes del álbum que nació como “Cycles” pero que vio la luz de la vida en iTunes como “Pinhead”, pero era solamente lo que él me decía. Yo no tenía manera de verificarlo.

Y aunque Casey se jactaba de un esnobismo “Light”, estábamos todos concientes del magnetismo ideológico de él. Es decir, podría proponer yo que este jovenazo trataba de vivir su vida de acuerdo a lo que en ese momento le “llenaba mas el ojo”, ya fuese la banda instrumental Minus the Bear o el programa del comediante británico Ricky Gervais “An Idiot Abroad”.

El no estar cerca de la verdad puede frustrar a muchas personas, sobre todo a aquellas que buscan siempre respuestas ante toda situación que la vida les pone delante. Pero es también, o puede ser, mejor dicho, una fuente de inspiración o lo deja a uno abierto a brotes de inspiración.

Uno de esos golpes de inspiración, debo admitir, provino de “The Juice”, ya que otra de sus grandes “inspiraciones” era (¿es?) la banda escocesa The Unwinding Hours.

Desde sus primeros acordes y sus primeros golpes sónicos puedes escuchar cómo te transportan a las tierras altas de su isla. Por supuesto que grande cantidad de lo que ellos exponen en su música es a lo que Pinhead le tiraba (al parecer). Pero la pureza de su sonido, así como la pureza del sonido de Jimmy Eat World, es innegable.

Esta no es una banda que está tratando de imitar a alguien más (en mi opinión), y a final de cuentas es algo que los músicos pueden notar, a través de los años, de las canciones y de los ensayos.

No digo que estén irreparablemente mal mis contemporáneos musicales, bien dijo una vez Amy Wong: “no es plagio, es homenaje”; sin embargo, no puedo mirarlos ahora con la misma visión de un joven mí mismo que los trataba de una manera distinta, quizás original, pensando que me encontraba en una comunión ideal de intelecto, talento y oportunidad.

Quizás estoy siendo también muy severo, ya que a final de cuentas yo mismo sucumbo a las mismas necesidades de la inspiración. De decir “esto es lo que me inspira” y la verdad que la cosa no varía mucho, siempre ha sido de la misma manera: los videojuegos épico/heroicos, las historias (cuentos, novelas) épico/heroicas, los mismos autores (Stephen King, Jorge Luis Borges, Ray Bradbury et al.). En fin.

Como dije anteriormente, todos debemos (como músicos) aprender a entender nuestro lugar dentro de un conjunto o dentro del gran océano del universo musical. Y el que caigan rayos de luz que dan claridad a lo que antes se desconocía, es parte del todo. Y parte del todo es el comprender a final de cuentas qué posición debe uno vivir o cómo debe uno medir sus recuerdos.

A voz de mi esposa, ella me dice que no debo verlo de una manera tan dura contra todos aquellos en cuya banda ya no participo. Y es verdad: no debo verlo con la dureza que acompaña la idea de un fracaso, ya que si sumo las partes, puedo decir que soy el mejor baterista de mi edificio, y posiblemente la cuadra; grabé un disco con artistas galardonados en Los Angeles (Pinhead); toqué como banda principal (Relax to Paris) en el icónico bar “The Troubadour”, donde se nos dice que las carreras de Elton John, The Byrds, Joni Mitchell y Van Morrison fueron catapultadas; toqué como banda principal (Pinhead y Depression the Clown) en “The Whiskey A-Go-Go”, donde se nos dice que las carreras de The Doors, Van Halen y Mötley Crüe fueron catapultadas.

Quizás yo no formé parte de un conjunto cuya pureza musical inspirase a otros a querer ser como nosotros, pero a final de cuentas, en la música y en la vida, uno puede volver la mirada para atizar las cenizas de las quejas. O, uno puede aceptar las cosas que son, y las que no son, y disfrutar mientras tanto del trabajo que propios y ajenos han podido proveer.

 

 

El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.


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