viernes, noviembre 22, 2024
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Die Woestyn: Ahí está el error

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Por Alí Zamora
Veía yo la película de Black Rocky (también conocida como Creed) el otro día, cuando parte del diálogo me hizo pensar en varias personas, por supuesto, pero en específico en dos conocidos míos.

Ahora a mí no me gusta que me arruinen las películas, como me ha sucedido ya en dos ocasiones críticas anteriores, por lo que trataré de mantener los pormenores de la película Black Rocky de lado y enfocarme en lo que me interesa, que es lo siguiente:

En una escena particular de la película, cuando Black Rocky le habla al Rocky tradicional, después de que ambos son descongelados debido al incidente que no nombraré involucrando a dos agentes de un posible futuro que regresan para prevenir un atentando contra cierta persona que tampoco mencionaré antes de que todo llegue a una conclusión en cierta península donde todo pudo haber o no haber sido un sueño, el nuevo protagonista le confía a ese hombre que hemos conocido desde los 80’s, hijo favorito de la ciudad de la hermandad (Philadelphia), cuando éste le pregunta a su joven contraparte, qué es lo que lo impulsó a esos extremos, qué es lo que quiere comprobar el joven.

Y es un fragmento, un enunciado, que (me parece) engloba no solamente la historia de esta película (mas allá de ser una película sobre boxeadores, mas allá de ser una película sobre prejuicios y privilegio, más allá de ser una película sobre lo que significa ser una familia), sino la historia de muchas personas en esta vida que se cuestionan a sí mismos.

Sucede cuando Rocky el viejo le pregunta al joven Adonis, ¿Qué es lo que tienes que comprobar?, y el joven, responde:
That I’m not a mistake (que no soy un error)

¿No es eso lo que todos queremos?

Tengamos o no una familia biológica cuya sangre podamos trazar con el dedo y la mirada en los anales genealógicos para decir “éstos son los míos”. O si uno es moderno como la modernidad misma, quizás envíe un contenedor con su saliva para que sea analizada en un laboratorio y obtener su huella digital cromosomática para poder decir “siempre supe que había algo de Aranjuez en mí”, cuando los resultados indican un 0.5% de sangre ibérica.

Buscamos una pertenencia, una línea irrompible y sólida que nos une de cabo a rabo con ese ancestro que fecundó a otro ancestro quien recibió la semilla para la vida de otro tanto más… y así como ouroboros llegar hasta nosotros.

El problema es que hay quienes no pueden dar con tales respuestas de manera sencilla o concreta; a mi saber, yo conozco a dos personas que pueden caer dentro de esta categoría. Y debo hacer hincapié en que digo “a mi saber”, ya que a final de cuentas uno no puede saber sin indagaciones (salvo en casos de extrema obviedad étnico-melanímica; dícese de melanina), así “a ojo de buen cubero”, como dicen en Aconchi, si una persona ha sido o no adoptada o si vive o no con sus dos padres biológicos.

Como dije, ese momento en específico de la película me hizo pensar en dos conocidos míos.

Uno de ellos, conocido ya por varios arqueo-criptógrafos, lectores de ésta columna y la comunidad 420 de Venice Beach, California: Casey O.KC the juice is loose” Day, otrora vocalista de la banda Pinhead, hoy músico solista de-a-diario en el muelle de Santa Monica. El otro: Jae Chul Wong, nacido en Seúl, Corea del Sur, e importado a los Estados Unidos en una pequeña cajita de FedEx (sus palabras, no las mías).

Hay dos cosas en común entre ellos, bueno tres, pero no estoy enfocándome en lo de ser músico en este momento; a saberse:
1) Ambos vieron la luz de la vida fuera de California, pero a final de cuentas terminaron llamando a “the Golden state” hogar; y,
2) Ambos fueron adoptados por sus padres.

Nótese que no estoy diciendo que en el largometraje Black Rocky el personaje principal Adonis sea adoptado o que la adopción tenga algo que ver con la trama del mismo (¡¿no?! No); sin embargo, la premisa espetada por el joven actor fue algo que percibí en los dos hombres que estoy mencionando a través de los años que nos conocimos/conocemos.

Respecto al señor Day (“O’Day”, según sus ancestros adoptivos) ya he hablado a grandes rasgos, más no recuerdo si he mencionado o no el hecho de su adopción. Mismo que no es un tema tabú, por lo menos no para KC.

Este hombre tenía una visión muy específica de su situación en particular, a voz de KC:

“Mi mamá salió embarazada cuando todavía se encontraba en la high school, era una de esas estudiantes que están en congreso estudiantil, actividades de voluntariado y de buenas calificaciones, pero lamentablemente salió embarazada. Entonces buscó parejas jóvenes que no tuvieran hijos para entrar en un contrato de adopción confidencial con ellos, donde ellos se encargarían de mi crianza como mis padres, sin tener que dar ellos información alguna de mi madre a terceras personas”.

Si les parece una historia poco original, debo afirmarles que lo es. Es poco original, ya que cuando Casey relató su historia de adopción le hice la pregunta que muchos se están haciendo en este momento: “isn’t that the plot to the movie Juno?” (¿No es esa la trama de la película Juno?, película protagonizada por la canadiense Ellen Paige).

Y sí lo era: yeah pretty much, fue su respuesta.

Por supuesto que mi línea de indagación y cuestionamiento no terminó ahí.

¿Estás seguro? ¿Cómo puedes estar seguro? ¿Nunca has escuchado de su parte? ¿Alguna vez trataste de contactarla? ¿Alguna vez te contactó?

Casey no estaba seguro de su historia (la de su madre), ya que en sus propias palabras, su madre biológica había contratado a un abogado para que se asegurara de que fuese, en teoría tanto como en efecto, una adopción completamente confidencial. Por lo que Rose, la madre adoptiva de KC, no poseía ninguna información respecto a esa joven. Afirmó también mi antiguo vocalista que nunca trató él de contactarla, y debido a las peripecias legales, no entiendo cómo pudiese haberlo hecho.

Respecto a mi última pregunta, afirmó también que nunca fue contactado por su madre biológica. Y la pregunta que hubiese seguido casi casi de regla, como dicen algunos jóvenes de apariencia chola, no fue hecha por una mezcla de respeto e incertidumbre (¿crees que haya querido conocerte?).

A Jae, quien a pesar de ser un año menor que yo, tomó la iniciativa de ser mi intérprete en todas las cosas “California”, lo conocí en la escuela de música, e inicialmente él hablaba de sí mismo en tercera persona, indicando que era coreano, hasta que un día lo escuché refiriéndose a los Estados Unidos como “Us” (nosotros), por lo que pregunté, con mi capacidad innata para el tacto y esa facilidad verbal para la palabra escrita y la oratoria:

Foo’ you keeps saying you’re Korean, now it’s ‘Us’ for Americans, what are you? (“¿Disculpa pero propones ser coreano en cuanto a lo étnico-nacional, empero ahora utilizas el pronombre ‘Nosotros’ para los americanos con una inclusión propia, si no te molesta la pregunta, dentro de que bando entonces te identificas?”).

Fue un rompehielo único e inolvidable.

De ahí en adelante aprendí que Jae fue adoptado a la tierna edad de 4 años (ya que su padre Victor Wong, de Calabasas, California, y con nombre de agente secreto, no quería que su madre, Sharon Wong, de Jamaica, tuviera otro embarazo por aquello de las complicaciones médicas, y lo que sufrió la salud de su esposa en un primer embarazo) y emprendió el viaje de la península asiática al sur de California, posiblemente, en una cajita de FedEx (no tengo la evidencia ni para comprobar o desmentir los comentarios de Jae respecto a su viaje traspacífico). Como dato aparte debo mencionar que el único recuerdo que Jae tiene del orfanato, o por lo menos el único que me ha dignado en compartir, es estar escondido esperando la soledad tras una puerta para después correr a una alacena abandonada donde, dice, comió una bolsa de frituras (papitas, chips, sabritas) a escondidas, tanto de los otros inquilinos como de los adultos.

He conocido a Jae por casi una década, hemos tenido nuestras altas y bajas en la relación amistosa, como me ha tocado verlo en sus altas muy altas y sus bajas muy bajas en lo personal.

Uno de esos valles, profundo como la fosa de las marianas, llevó a Jae a mi edificio hace un par de años, aterrizando él de un viaje de éxtasis, PCP, rave y no sé que otras substancias o actividades haya estado consumiendo o participando en aquel entonces.

Decía Jae que estaba teniendo una mala racha con Victor y Sharon, lo que le llevó a salir de su hogar para mudarse con su novia de aquel entonces, una relación de 3-4 meses, y la familia de la misma (¿qué podría salir mal?). Decía también Jae que no entendía cómo hablarles a sus padres que no eran sus padres, y parecía carcomerle el alma el hecho de no conocer a las personas cuya sangre él compartía.

En corto, ¿cómo podría estar seguro Jae de no ser un error cometido por sus padres biológicos o por sus padres adoptivos al hacer eso mismo: adoptarlo?

Yo no tenía una respuesta para él, nunca me había sido confrontado con tal pregunta ni me había encontrado previamente en situación similar.

Pero algo sabía. El error no puede radicar en la decisión de honrar una vida, el error no puede radicar en el ser que solamente es ser debido a las acciones de otros, la culpa no puede caer sobre el adoptado en una situación donde se siente que su orientación filial está faltando.

He escuchado a personas decir “si adoptan a un niño, no lo vamos a querer porque no es de la familia”. Ese, damas y caballeros, es el error.

Vamos por la vida condenando a las personas que, muchas veces, lo único que esperan o buscan es la validación de pertenecer. Sin importar el lugar o la familia, simplemente pertenecer.

Tal duda parece cortar el alma misma de aquellos quienes, incluso, han encontrado ya esa pertenencia, esa relación filial anteriormente amputada, como Jae (lo sepa conscientemente o no).

Yo no sé si las dudas hayan provenido de sí mismo, de la sangre dentro de sus venas, de las drogas o las malas compañías, pero yo sabía que Jae tenía ya una familia, y traté de decírselo. Así como también sabía que si su miedo era recrear una situación como la suya, dejar una vida a medias e impactar tres almas (la del padre donde quiera que esté, la de la madre quién quiera que sea, y la de la nueva vida), entonces sus acciones mostraban más intención de imitar lo sucedido en su vida que miedo a. Y eso, lamentablemente, no se lo dije en su momento.

La vida esta repleta de errores, pero la cosa está canija cuando la existencia misma de una persona comienza a debatirse entre las columnas del error o el acierto.

Y no es algo que nomás “Black Rocky”, KC o Jae puedan sentir: incluso aquellos quienes viven dentro de su misma familia pueden sentirlo. Todos lo hemos sentido (quizás).

Yo no sé si ayudé o no tanto a Jae como a KC, pero si la película fuese grabada nuevamente y ahora se llamase “Asian Rocky”, cuando lleguemos al momento de la verdad, donde se debate el error o no de la propia existencia, ahí es cuando, en papel de “Regular Rocky” o “Brown Rocky”, yo debería de decir:

Don’t worry baby Jae, you’re not

 

 

El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.


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