Luces y sombras: La violencia fuera de los discursos políticos
Por: Armando Zamora
Más tardan los funcionarios de los tres niveles de gobierno en decir que le han pegado un duro golpe al narco, que en responderle los grupos de criminales con más violencia. Una violencia que los mexicanos no nos merecemos, ciertamente.
Frente al reguero de muertos en todas las latitudes, los gobernantes señalan con una simpleza obscena, que los delincuentes se están matando entre ellos, pero convendría que nuestros representantes populares vean las lesiones periféricas (a veces físicas, casi siempre sicológicas) que esas matanzas y esas balaceras provocan en la población… esa que nada tiene que ver en todo este asunto de ser testigos involuntarios de quién puede más: si los matones o los ineficientes guardianes del orden…
Por televisión, por la radio, en la prensa, en los medios digitales, prácticamente todos los días se hace alguna alusión a la guerra contra el narcotráfico, contra la corrupción de los adversarios políticos y contra la inseguridad pública.
Los voceros oficiales y los extraoficiales dicen que seguirá costando vidas y que utilizará todos los recursos del Estado disponibles para librar esta gesta, que no perderá la confrontación y que necesita del apoyo de todas y todos para ganar esta gran batalla. Pero la vida, como se ha visto con lujo de violencia, no es un spot de la presidencia ni una línea de discurso que nos engloba en sus cursilerías espantosas o en su retórica neofascista, la vida es el territorio de la transitoriedad, en el que vivimos y morimos con una rapidez inexplicable, avasallados por ráfagas de cuerno de chivo mientras los encargados de la seguridad pública debaten si conviene o no formar una comisión para que estudie los casos y después de meses de deliberación salgan con la salida más fácil que pueden encontrar: “Son crímenes entre el mismo narco, se están acabando solos”, sin observar siquiera que esto está creando un clima de inestabilidad social que en cualquier momento puede adquirir matices de tragedia preelectoral con resultados que conduzcan a algunos soberbios que hoy se anuncian como la salvación de la ciudad, del estado y del país a cortarse las venas porque la ciudadanía ya no está para más inútiles…
Dicen algunos expertos en el tema, que parte de la violencia que se está viviendo en estos tiempos no sólo en México, sino en todos los países del mundo, es el resultado del tráfico de estupefacientes. Es un hecho que los gobiernos no pueden combatirla porque este problema es muy complejo pues tendrían que abrirse varios frentes de lucha y ningún pueblo tiene la capacidad para lograrlo, ni siquiera las grandes potencias como Estados Unidos o la Gran Bretaña, que se han visto obligadas a legalizar el consumo de pequeñas dosis de droga.
Por eso se dice que lo más recomendable para disminuir la violencia es eliminar el contrabando; y esto sólo se logra cuando los gobiernos legalicen las drogas de más uso, les obliguen a pagar impuestos a los productores, como se ha hecho con el tabaco y el alcohol, que en el pasado causaron tanta violencias, y sobre todo un trabajo profundo de culturización basado en una educación formal que cumpla con todas sus metas desde corta edad.
Ciertamente esto no es la gran solución a todos los problemas que conlleva este fenómeno, pues siempre habrá quien quiera sacar partido de la producción, tráfico y distribución de las drogas… y no en pocas ocasiones al amparo de las autoridades.
Los estudiosos abundan en que en muchos casos la violencia surge de la ilegalidad del tráfico de estupefacientes. Mientras sea ilegal se tiene que combatir por ley y de ahí que las organizaciones que mantienen el tráfico tengan poca competencia de las autoridades que finalmente tratan ese tráfico con violencia que se generará invariablemente entre la competencia y los elementos de la ley.
Algunos recuerdan el pasaje aquel de cuando se prohibió el alcohol en la época de los 1920 en los Estados Unidos, lo que creó un mercado negro donde surgieron las grandes bandas de mafiosos. Finalmente, y ante la insaciable demanda de alcohol por parte del público estadounidense, que creó presión política suficiente para legalizar el alcohol, producto principal del mercado negro, se acabó con la violencia en torno a la bebida y el producto del mercado negro pasó a ser otro: los psicotrópicos. Y la historia volvió a tejerse hasta nuestros días.
Algunos países han aprendido la lección y han legalizado y controlado los productos del mercado negro, lo cual se ha traducido en una disminución de la violencia. Desgraciadamente mientras haya consumidores dispuestos a pagar lo que sea por su vicio ilegal, habrá gente dispuesta a obtener ese dinero a cualquier riesgo. Y ante eso, la pregunta es: ¿qué gobierno tiene el dinero suficiente para pagarle a un oficial para que arriesgue su vida sin ser tentado por el soborno de un narcotraficante? Por donde quiera que se vea la única solución es que se no se requiera mercado negro. Aquí más intensamente se ve la verdad de que aquel que no conoce la historia está condenado a repetirla.
México, como todo el mundo, ha entrado a un proceso de “depuración”, en el que la muerte de ciertas personalidades de la política o de cualquier persona en nuestro ámbito social es cosa común. Vivimos, querámoslo o no, en una fase de descomposición social que no parece tener fin. Tampoco parece que nuestras autoridades sean quienes detengan ese proceso, al estar en una posición de indefensión que no puede disimular con discursos o ropas de militar.
La apuesta sigue siendo la educación de la población, basada en el respeto a los principios, a los valores y a la civilidad humana, pero ante lo que un niño ve en las calles y en los medios, poco se puede hacer en las aulas y en la casa, sino acariciar la esperanza de que sólo con nuestros buenos deseos no vayan a ser víctimas de una bestia que los gobiernos no han sabido (y en muchos casos porque no han querido) domar.
Armando Zamora. Periodista, músico, editor y poeta.
Tiene más de 16 libros publicados, 12 de ellos de poesía. Ha obtenido más de 35 premios literarios a nivel local, estatal y nacional. Ha ganado el Premio Estatal de Periodismo en dos ocasiones. Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sonora (FECAS). Una calle de Hermosillo lleva su nombre.