viernes, noviembre 22, 2024
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Die Woestyn: La fama que nos rodea

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Por Alí Zamora
Mi esposa me confesó que cuando yo era un estudiante/músico en Los Angeles, allá por el 2006, ella tenía una visión muy específica de la persona que yo era.

A su ver, pensaba que caminaba de mi departamento a la escuela encontrándome con personas que me habían visto tocar y que me reconocían por lo mismo.

Ella pensaba que mi banda era conocida localmente y se nos ofrecían escenarios donde podríamos desplegar nuestro talento y donde yo, entre todos los miembros, era reconocido sobre los demás por ser guapo, amable, inteligente y por tocar la batería también.

Creía que un día desaparecería yo en un éter de elogios, dinero y malas costumbres donde cambiaria, quizás, el tipo de persona que era para convertirme en una persona arrogante que derrocharía mis vivencias, aun cuando no fueran requeridas, y que vería a las demás personas “para abajo”.

Pensaba que yo era famoso, pues. Obviamente, con los cristales del amor nublándole la visión, ya que la realidad siempre fue otra y muy distinta a lo que ella creía.

A final de cuentas, y en la actualidad presente, no puedo decir que alcancé la fama como músico —por lo menos no la fama que imaginaba mi esposa para mi persona de joven, ni la fama de Matellica, Beto Ven (diría Homero Simpson) o The Unicorns.

No puedo tampoco decir que fui un anónimo completamente, como los que ocuparon Wall Street o Guy Fawkes, ya que en Cascade Studios, donde ensayaba con bandas y practicaba mis ejercicios de ritmo y tiempo, todavía se encuentra una fotografía mía (junto con los demás miembros de Pinhead), y también es ahí donde era reconocido e invitado a tocar con bandas distintas (ya fuera cosa de una noche, una grabación o queriéndome convencer para estar como músico de planta —no vegetal).

Pasó el tiempo y cambiaron las épocas, como cambian las estaciones.

El mundo de la música para el cual estudié y para el cual fui preparado dejó poco a poco de existir con la caída financiera del 2008, lentamente observé como la edad y la tecnología reemplazaban a todas esas personas que dijeron o pensaron: “no hay manera de reemplazar el alma humana” (you can’t replace the human soul).

No estoy triste ni inconforme por no ser “famoso”. No estoy malhumorado por los caminos que tomó mi vida. De hecho, soy muy feliz (aunque quizás incongruente).

Soy feliz de observar cómo todo aquello que yo no logré alcanzar, cae a los pies de mi esposa. Son los giros que da la vida.

Me parece que depende del individuo cómo es que son recibidos dichos cambios y cómo es que decide construir su vida de ahí en adelante.

Un ejemplo que puedo mencionar me marcó notablemente, respecto a lo que es ser “famoso” y/o conocer a una persona “famosa”: fue el momento en el cual conocí al baterista metalero Dave Lombardo, miembro perpetuo de la banda Slayer, en una convención de NAMM (las convenciones de National Association of Music Merchants, o NAMM, son como el CAF que hacen en Hermosillo, pero en vez de frikis asisten músicos… que son como el triple de frikis, ciertamente).

El señor Lombardo se encontraba en un stand junto a los bateristas Abe Cunningham (Deftones) y Ray Luzier (KoRn), quienes, debo mencionar, se mostraban felices, afables y ofrecían tomarse fotografías con los asistentes a la convención. De tal manera que mi esposa sin problema alguno se tomó fotografías con estos dos caballeros, y al llegar yo al momento de conocer al señor Lombardo me di cuenta de cómo el aura a su alrededor cambiaba.

Sí, había muchos fanáticos y súper fanáticos vistiendo las camisetas de Slayer que compraron en 1987 y que han usado diariamente hasta la fecha.

Sí, todos estaban salivando con impaciencia para obtener el autógrafo y fotografía del señor Lombardo.

¿Y qué hice yo? Bueno, no fue lo que hice, si no lo que no me permitieron hacer.

Al asistir a la escuela de música aprendí a medir el temple de ciertos de esos “famosos”: estrellas de rock, blues, jazz y metal, por lo que viendo el ceño fruncido del señor Lombardo, la manera en la que suspiraba tras cada fotografía, y, finalmente, la nube de humo gris que tenía sobre su cabeza, decidí no ser un fan más y pensé hacerle una pregunta que no tuviera que ver con música, para que no se estresara más —pobrecito: nacido en Cuba y ahora tenía que vivir en otro país con solamente un valor de 12’000,000 de dólares, aproximado, a su nombre.

Mi pregunta iba a ser: “You’re gonna take a vacation after the convention?” (¿Vas a tomar unas vacaciones después de la convención?). Y digo iba porque nomás escapó el “You’re” de mi boca cuando Dave Lombardo contestó de manera mecánica, lo que pensó era mi pregunta:

Yeah, new album later on this year and we go on tour next year” (Mjm, nuevo album este año y salimos de gira el próximo). Ok, gracias… supongo. Y yo de zonzo traté de repetir mi pregunta, pero nuevamente no logré terminarla: “you’re gonn..

Yeah, you can take a picture, just one” (Mjm, puedes tomarte una foto, nomás una).

No hay más que decir.

Regresando a nuestro hogar, mi esposa guardó sus fotografías y yo tiré la mía.

El señor Lombardo puede tratar a las personas como se le de su regalada gana, pero si va a cometer el error de pensar que todos estamos ahí con los mismos pensamientos e ideas, pues, bueno, yo no quiero recuerdos del momento (no obstante qué tan bien haya salido yo en la foto) en que descubrí su desprecio por las personas gracias a las cuales su nombre tiene ese valor aproximado de $12’000,000.00 de USD.

Pero, bueno. Hay siempre dos caras de la moneda.

Yo he mencionado ad tedium que mi esposa, además de ser mi compañera en innumerables aventuras, ser inteligente, cariñosa y muy bonita, es una tatuadora profesional.

Ha tenido sus peripecias donde ha sido tratada con la punta del pie, lamentablemente; han tratado de robarle parte de su equipo, ha sufrido discriminación, le han dejado trabajos sin pagar, pero, no obstante todo lo anterior, ha salido adelante con cada vez más y mayor fuerza, y más y mayores ímpetus de darse su lugar en una profesión donde por todos lados te pueden llegar a tirar shit (“vienen a dejarte como palo de gallinero”, diría Don Chon).

Pero he visto (quizás ella también) cómo ha cambiado el mundo alrededor de su vida y su profesión. Y puedo mencionar dos ocasiones que han despertado sonrisas en mi ser.

Un día, al estar en un colectivo de marihuana medicinal que cumple con los requerimientos estatales de SB420 (la ley de marihuana médica), comprando una crema mentolada con extracto de tetrahidrocannabinol —buena para los dolores musculares y el cólico menstrual (“aplíquela generosamente por las noches para un descanso profundo y reparador”)—  me di cuenta que una de las señoritas en el mostrador me miraba como si me conociera.

Me preguntó mi nombre y me preguntó si me conocía. Le dije que era posible, mientras sacaba mi billetera. Me preguntó si estaba casado y, puesto que uso mi anillo de matrimonio no me pareció fuera de lo normal, conteste automáticamente —no escondo mi relación a final de cuentas—. Fue al responderle que anunció de donde me conocía.

Me dijo que ella “seguía” a mi esposa en instagram y me reconocía de sus redes sociales. Le dije que sí, en efecto, yo soy míster Dulce y mi esposa es la tatuadora conocida como Dolce. Le mostré ciertos de mis tatuajes (que no es lo mismo ver un tatuaje en foto a uno ya bien sanado y en epidermis humana), me cobró, sin darme descuento, y jamás fue vuelta a ver.

Más recientemente, hace un par de semanas, en el centro de reciclaje, traté de conseguirle un cliente a mi esposa, ya que había acordado ella mocharse con cierto porcentaje por cada cliente que le consiga —ahí ando, repartiendo su tarjeta de negocios en cortes y gimnasios.

Mi blanco ese día era “Moses” (Moisés), quien ya me había preguntado por un búho que tengo tatuado en la pierna, y había quedado de proveerle una tarjeta de mi artista, cosa que yo no había cumplido.

Pero ese día me acerqué y le dije que recordaba que me había preguntado respecto a mi tatuaje y le di una tarjeta de negocios (todo en inglés). Al momento de darle la tarjeta, me la regresó diciendo que ya “seguía” a esa tatuadora en su instagram.

Sacó su celular y me enseño el perfil de mi esposa, y le dije que ahí estaba entonces, que podía contactarla para cualquier cosa y, encima de todo, que ella habla español.

Como que no me creyó y me preguntó sobre precios y le dije que yo no sabía, ya que yo no pagaba, por aquello de ser mi esposa, lo que lo dejó atónito. Rápidamente me buscó entre las fotos de mi esposa y dijo que era cierto, “¡sí’cierto, ai‘tás!” (esto en español).

Ya finalmente, me dijo respecto a “la güera” que va a reciclar a cada rato, que fue quien le dijo a él, Moisés, respecto a la tatuadora “perrona”, mi esposa.

Obviamente no puedo hacer una comparativa con la fama de Dave Lombardo (no obstante mis sentimientos subjetivos hacia él) y mi esposa (no obstante mis sentimientos subjetivos hacia ella). Ese hombre es, trate como trate a las personas, mucho más famoso y ha estado buen tiempo tocando su batería sin practicar rudimentos o ejercicios básicos. Mientras que, por su parte, mi esposa va comenzando no solamente en su profesión, si no que también en un país que no era el suyo, el cual, sin embargo, la ha recibido (después de arreglarse con el “tío Sam”) con oportunidades que no le eran provistas en otros lugares.

Sea como sea que lo desmenucemos, a final de cuentas estoy feliz. Feliz de que a pesar de que tenía poco para ofrecerle a la mujer que decidió ser mi esposa, he podido observar cómo se ha transformado su vida gracias a una vocación que ella no sabía existía, y cómo ha logrado tener una mejor vida que la que había tenido antes.

Y si ella logra tener una mayor “fama” a la que yo hubiese podido alcanzar como músico o como sea lo que sea que me quieran colgar, no hay ningún problema. Yo entiendo que es algo a lo que ha dedicado su vida y su tiempo y su salud y su bienestar.

No es algo que le cayó de repente, y ya por eso se le va a voltear la cara a las personas. Es algo que cuesta mucho, se tiene que cultivar y cuidar. Como una flor, como la vida, como el amor, como la pureza de un alma… en fin: como todo talento.

 

 

El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.


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