Aila, la sensualidad con nombre de familia…
Por Armando Zamora.
Después del huracán viene la danza. Nunca mejor dicho. Y es que la tarde del viernes, con ese cierto aire de sábado, provocó un encuentro con ritmos, cadencias y movimientos venidos desde oriente en las barcas fenicias del dum y el tak, en el que sólo faltó una alfombra voladora y si acaso un duende mágico para inventar nuevos deseos.
En el teatro del Cobach, las dinámicas integrantes de Kaela Belly Dance Studio convocaron a los hijos de Terpsícore, esos anónimos semidioses del baile, a construir con la arcilla de los sentidos un par de horas cuidadosamente tejidas en el macramé fastuoso de Aila —que, acuerdo a Caila Hallack, es una palabra árabe que significa familia.
Así como en la danza, en la vida. Así como en la vida, en la danza. Y por siempre, que tus pies te den libertad, no raíces, repite Hallack esos mantras que el pasado viernes fortalecieron la alegría del alma, porque detrás del vestuario, de la danza, de la música, emergió una sensualidad impactante en las bailarinas, una sensualidad sin edad ni sexo ni color, una sensualidad que ni cabe sólo en ciertas medidas, como la mercadotecnia nos quiere hacer creer, y que el belly dance se niega a suscribir.
Si nos remitimos a los diccionarios, la sensualidad es la propensión a los placeres de los sentidos. Muchas fuentes manifiestan que la sensualidad no es un instinto, sino algo que se aprende en el trascurso de la vida, y para poder ser una persona sensual es necesario estar en conformidad con su interior, tener autoconfianza y sentirse conforme y orgulloso de su forma de ser.
Debido a que la atracción sexual es subjetiva, no existe un único tipo de sensualidad; sin embargo, hay características o elementos comunes que suelen ser compartidos a nivel social y que permiten afirmar que determinadas personas cuentan con una gran sensualidad.
La sensualidad está tan ligada a las características de una sociedad, que resulta muy difícil imaginar cómo percibiríamos a las personas consideradas sensuales si las reglas fueran extremadamente diferentes. Pensemos en algunas de las imposiciones que tienen las personas en occidente: cuidar su piel con diversos productos para retrasar el envejecimiento y lucir una textura radiante; mantener su cabello libre de canas y asegurarse de cambiar de peinado con frecuencia; cuidar la figura, lo cual para muchas conlleva la obligación de evitar ciertas comidas; escoger prendas de vestir atractivas aunque no muy reveladoras, para evitar ser tildado de “vulgar”.
Pero dejemos eso y vayamos a Aila. Aunque cada cuadro encerró una microhistoria en sí mismo, yo esperaría de una presentación tan rica en ritmos y en movimientos una historia —real o ficticia— que totalizara todas las interpretaciones, porque detrás de la música, el vestuario y el baile, hay toda una cultura que desconocemos de punta a punta, y nos vendría bien entender un poco más la filosofía del belly dance.
El belly dance no es sólo vestuario y movimiento: es una carga cultural milenaria que recibe influencias de las danzas egipcia, turca y griega, y que se hibridiza en movimientos de cadera, saltos marcados, pasos lentos, sensuales y sugestivos en los que la mirada y la expresión de las manos narran pasajes que se nutren por el golpeteo vigoroso del dum y el repique fastuoso del tak.
Los expertos, y sobre todo las expertas, dicen, y dicen bien, que con el belly dance se desarrolla el ritmo y la coordinación de las distintas partes del cuerpo, se suma la corrección de la postura y el fortalecimiento de los tejidos musculares, sobre todo en la parte del abdomen y la pelvis; asimismo, ayuda a disminuir los dolores menstruales y también les sirve a las mujeres embarazadas para hacer menos traumático el momento del parto (en ese caso, debe preverse que los movimientos serán más lentos y controlados). Igualmente, permite que una conexión con los centros energéticos de cuerpo, desbloqueando el estrés y las emociones negativas.
Desde la butaca del teatro del Cobach todo es fácil, porque uno, sentado cómodamente con el celular en la mano, pone en juego la mirada y el oído. A veces mira uno hacia el escenario, a veces observa la luz cegadora del mensaje de whatsapp, y el tiempo puede transcurrir tranquilo. Pero cuando entra en escena la sensibilidad del espectador todo cambia, porque los movimientos del belly dance pueden ser lunares o solares —ondulantes y redondos o retumbe de caderas—, y se derivan de movimientos básicos que ponen en juego caderas, vientre, torso, hombros, cabeza, brazos y manos. Eso es lo que uno puede apreciar cuando abre sus sentidos y percibe lo que hay más allá del esfuerzo de las danzantes de Aila.
Bien dicen que en el mundo de Bollywood, todo se hace a lo grande, y Kaela Belly Dance Studio supo amalgamar en la presentación la suntuosidad y el glamur de la cultura india, anticipándose unos días a la llegada de un tímido otoño con una lluvia de colores y música. Y sobre todo, danza: belly dance, rasgos de ritmo baladi, el faldeo gitano, la fusión tribal, dance hall y un estallido de alegría que se derrama con luminosidad desde el bhangra, mientras la tarde se fue desperdigando por los rincones de Hermosillo hasta volverse terrones de una fresca oscuridad venida de los sueños.
Entre brazaletes, collares, cinturones, velos, abanicos surgió el respeto que las docenas de bailarinas mostraron en el escenario para sí mismas y para el público presente, el mismo respeto que desde las butacas se reconoció en un agradecimiento repetido en aplausos para las niñas y las jóvenes que dejaron todo sobre el tablado, y para los maestros invitados que demostraron que el arte se sigue imponiendo a cualquier absurdo abonado por la inconsciencia.
Y entre todo el público que ocupó las plateas, se sabe de buena fuente que hubo una chica que se aburrió mortalmente. Eso no es malo, porque una de sus prerrogativas en la vida es aburrirse cuando le venga en gana, lo malo es llegar aburrido a la vida y exigir que todo lo que la rodea le quite ese fastidio, pero la danza, en cualquiera de sus especialidades, no es para eso, no es para que los bailarines —sobre todo cuando bailan por gusto, por felicidad— tengan que pasar por payasos para que una persona con el alma tirando a cenutria se ría… para eso están los bloopers del presidente, por ejemplo.