La Perinola: Reencuentro con el presente
Por: Álex Ramírez-Arballo
Desde que nacemos a la conciencia todo es presente, todo es aquí y ahora. Esto es algo lógico, algo evidente en sí mismo; sin embargo, poco o nada solemos reflexionar al respecto. Es como si nos dejáramos fluir simplemente, viviendo porque no hay manera alguna de evitarlo.
Hace poco escuchaba en la radio pública de los Estados Unidos a un personaje (cuyo nombre lamentablemente ahora se me escapa) que buscaba explicar de una manera sencilla lo que él llamaba “el renacer al presente”. Debo reconocer que sus esfuerzos fueron heroicos, aunque no pudo -así me lo pareció- llegar a escarbar más allá de la mera corteza del asunto. Es natural: se trata de un tema complicadísimo si es que queremos meterlo en el envase de las palabras. Sin embargo, sí que es fácil comprenderlo cuando vemos esta realidad hecha carne en alguien que, en muchas ocasiones sin pretender enseñar nada, hace de sus acciones un magisterio de vida plena.
Habría que preguntarse por qué es necesario cobrar conciencia del momento presente. No se trata, como se pudiera pensar a primera vista, de querer evadir la responsabilidad por lo hecho o por lo que se debe hacer, no. Quien se reencuentra con el presente adquiere la plenitud de la experiencia y, por tanto, es capaz de asumir el control en ese devenir constante que es la existencia humana. Enamorarse del momento presente es la mejor forma de hacer las paces definitivas con la vida.
Desde mi perspectiva, se trata de cobrar conciencia en un nivel profundo, es decir, humano. Si se piensa bien, el hecho mismo de que yo pueda escribir en este preciso instante y que tú, en otro instante -uno que habrá de venir- puedas leer mis palabras, es en sí mismo un milagro. Hay personas que viven todos los años de su vida sin percatarse jamás de que toda su existencia pende de ese preciso momento en el que se inhala y exhala. Aquí, ahora, ya: no hay más.
Quien ha sido capaz de asumir esta verdad habrá descubierto el fuego de la existencia. Muchos son los que marchan día a día de un lado a otro, ensimismados y en silencio, separados de lo más urgente: lo inmediato. La rutina que nos ha impuesto un modelo económico basado en la explotación y el lucro nos altera y desorienta; mucha de la neurosis que vivimos en las grandes aglomeraciones urbanas se debe precisamente a esto. Pero a pesar de todo yo creo, perdóname si es que peco de reiterativo, que cada uno de nosotros, independientemente de cuáles sean nuestras circunstancias, podemos reconectarnos con el poder de la vida.
Comencé este libro hablando de ese estado en el que padecemos una enorme frustración; pues bien, creo que esta nos desorienta y nos arrebata una enorme cantidad de energía. Me es fácil entenderlo como un peso que nos impide nadar con normalidad y que incluso pone en riesgo nuestra estabilidad mental. Si pones atención, seguro que por ahí en la calle encontrarás a muchos que, habiéndose ahogado hace mucho tiempo, todavía siguen deambulando como muertos vivientes por el mundo. Por el contrario, quien ha sido capaz de superar su crisis y ha tenido la bendita fortuna de recuperar su destino, puede con más fuerza que nadie recuperar esa conexión tan necesaria con el aquí y el ahora. Como dije antes, se trata de una persona que ha nacido de nuevo, un ser cuyos sentidos son capaces de recuperar la vida con una potencia que no es de este mundo. Sólo quien ha atravesado la sequedad de los desiertos conoce lo que es el agua.
El presente es la vida y es la eternidad. Frente a nuestros sentidos arde mansamente la esperanza y no existe nada, por terrible y doloroso que sea, que no pueda ayudarnos a construir condiciones mejores para nosotros y para los demás. En muchas ocasiones desperdiciamos oportunidades con la creencia de que las circunstancias más convenientes para nuestro bienestar se encuentran en el futuro. A muchas personas les sucede, y esto es muy trágico, que antes de llegar a ese mundo ideal llegan al cementerio.
Yo creo en alguien cuando veo que sus manos se encuentran ocupadas buscando atrapar sus sueños. Lo común, sin embargo, es que las personas vayamos por ahí ocupando la boca para narrar con dulce entusiasmo las glorias de nuestra vida futura; en esto hay algo profundamente desquiciado: la persona parece elegir el disfrute fantasioso antes que el esfuerzo diario para conseguir aquello que asegura desear con muchas fuerzas. No es, pues, en el futuro donde se encuentran nuestras glorias sino en el aquí, en este humilde instante que habitamos y que no alcanzamos a definir porque apenas vislumbrado se disipa. Si quieres cambiar para bien, como seguramente la mayoría de nosotros queremos, el momento para hacer algo es ahora mismo. Nunca llegarás a dimensionar a plenitud el tiempo presente si escapas de él refugiándote en el inútil placer de soñar sin actuar.
Existe otro tipo de persona que no escapa hacia adelante sino hacia atrás. Se trata de un nostálgico incurable que se refugia en una memoria idealizada en la que todo calza a la perfección; ha borrado para siempre los tragos amargos y se reconstruye con historias mentirosas que lo satisfacen y, hasta cierto punto, lo redimen. En este caso, la renuncia al presente es un intento desesperado por escabullirse de la responsabilidad que todos tenemos de asumir, sin dramatismos ni cinismos, las consecuencias de nuestras malas decisiones.
Es difícil, lo sé, pero si queremos ser personas plenas, colmadas, la única alternativa que tenemos es la de buscar el sentido de nuestro ser más profundo. El presente es el único espejo en el que pueden reflejarse las potencias del alma humana.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster.