Die Woestyn: ¿Te moriste…? que no se te olvide que siempre te quisimos
Por Alí Zamora
Hay una máxima de esas universales que existen en todas las culturas (o en su mayoría, para andar con cuidado mejor).
Y es una máxima de esas de a de veras, no de esas de Adal Mamones de “tienes en donde y no tienes con quién” o “si le ponen supositorios a sus hijas luego no se quejen de que le aflojan hasta al lechero” (Acuérdense: lo dijo por ahí entre la Pesera del amor uno y su entrevista con Santaclós).
Cuando uno muere, es perfecto.
Es decir, cuando uno ha fallecido, parecen haberse borrado todos los pecados, errores, incomodidades y groserías que uno dejó tras de sí. Cuando morimos alcanzamos ese nirvana social donde las personas nos amarán (y nos mamarán también) por ser (invariablemente): “una gran persona, tan buen hijo/hija, padre/madre, hermano/hermana, esposo/esposa, mascoto/mascota, tan buen empleado/empleada, tan atento y cariñoso/cariñosa. ¡Cómo se le va a extrañar!”.
Haya sido el artista conocido como Prince, Michael Jackson, Joan Sebastian, la carrera de Sepp Blatter o el legado político de Dilma Rousseff, cuando se muere se muere… en esa pseudo-gloria del recuerdo.
Es más, hasta Woody Allen, cuando estire la pata, va a dejar de ser un viejo rabo verde que abusó sexualmente de una de sus hijas adoptivas y se casó con otra, mientras vivió escondido de la prensa en una muralla de cinismo silencioso y defensas semíticas, para convertirse en: “una leyenda del cine no nada más americano sino mundial, quien influenció a Steven Spielberg, James Cameron, Orson Welles, Alfred Hitchcock y hasta Akira Kurosawa”
Bueno, pónganle como quieran, pero ¿hasta cuándo van a abrir los ojos al hecho de que sus filmes presentan lo que él ve en sí mismo? El hombre protagonista, pasado de la tercera edad, seduce a la señorita a quien le dobla la edad, y el coito es siempre en beneficio propio y para la satisfacción viril. En fin.
Hago todo este preámbulo debido a lo siguiente:
Ha muerto Juan Gabriel.
Esa no es la noticia, eso ya todos lo saben.
La noticia es que, al parecer, todos y cada uno de los aproximadamente 132 millones de mexicanos en el mundo (119 millones en México, 11 millones en los Estados Unidos, y el resto regados por ahí, de acuerdo al INE) son fanáticos de Juan Gabriel.
No nada más eso: ahora resulta que, de acuerdo a lo expuesto por todas las personas entrevistadas a posteriori de la muerte del cantante, acordaron que: No se es mexicano, si no se sabe, mínimo, tres canciones de JuanGa.
Yo no tengo nada contra el hecho de que las personas decidan idolatrar a otros o no, el hecho de que yo no comparta en las idolatrías me parece que es tema aparte. Sin embargo, lo que siento sí es algo serio, son las mentiras espetadas de manera colectiva, porque terminan viéndose las personas como si estuvieran “con la cola entre las patas”.
¿Qué si por qué? Qué bueno que me pregunta, Don Chon –¿Cómo ha estado, por cierto? ¿Todo bien? Qué bueno.
Siendo que Juan Gabriel falleció en Santa Monica, California, días después de haberse presentado en el mítico Forum en la ciudad de Inglewood (hogar original de Los Lakers al mudarse de Minnesota a Los Angeles), la comunidad hispana del sur de California se vio muy involucrada con los medios locales en las horas y días después del fallecimiento del cantante nacido en Michoacán pero adoptado por Ciudad Juárez, al punto de que mi estación de radio pública, KPCC, a través de sus corresponsales internacionales, entrevistó a personas que se reunían en la plaza Garibaldi, Ciudad de México, para, acompañados de los mariachis en renta, entonar (o desentonar) las canciones de JuanGa en una despedida a vox populi por parte de aquellos quienes le amaban.
Por lo menos eso es lo que se nos dijo.
Y ahí, entre tanto amor disfrazando de cinismo, fue que apareció la hipocresía: Un joven, “de menos de 20 años”, nos dijo el corresponsal, le hablaba respecto a lo que significaba la vida y la existencia del señor Alberto Aguilera Valadez (que así se llamaba JuanGa). Entre tantas flores, salió a la luz el peine: “es que Juan Gabriel, punto y aparte de lo demás”. Decía el joven con su acento chilango, grueso como el petróleo, respecto a su abuelo: “él decía cosas, ya sabes, homofóbicas y no quería nada que ver con los homosexuales… pero como te dije: JuanGa, punto y aparte. Él era diferente”.
Ah, bueno.
Digo, yo sé que tengo más de la década que no vivo en México como residente de tiempo completo, pero no es como que El Divo de Juárez, de repente apareció un 3 de mayo del 2005 y su carrera abarcó desde esa fecha hasta su muerte.
No.
Hay que recordar que su carrera comenzó en 1971 cuando regresó a la Ciudad de México por tercera ocasión y obtuvo por fin su tan deseado contrato con una disquera. O, si somos minuciosos, podríamos decir que su carrera comenzó en la década anterior, por ahí del 65, cuando comenzó a maniobrarse por bares y establecimientos de Ciudad Juárez para ganarse la vida, entre ellos el Noa Noa (¿por qué me suena el nombre?).
Por lo que me causa conflicto el hecho de que una tras otra, todas las personas en las redes sociales desempolvaron sus fotografías del recuerdo con el Divo y las publicaron en sus muros, en sus cuentas de insta, de snapchat, en twitter a través de un tuit, o las pusieron de foto de perfil, para que tengan que ver que me tomé una foto con JuanGa cuando todavía vivía.
No tiene nada de malo que existan fanáticos de JuanGa por aquí, por allá o acullá. Pero que tampoco se les olvide como antes no era simplemente Juan Gabriel, El Divo de Juárez, el ídolo de México, la voz del pueblo, el cantor de los romances.
Quizás para algunos sí lo era, pero para muchos, muchísimos otros, esta misma persona —el señor Aguilera Valadez, pues— respondía a otros nombres y apodos que se burlaban de la homosexualidad del entonces aspirante a artista y seguían la misma línea cronológica y simbólica.
Y aunque el corresponsal de radio pública diga que era un “secreto abierto”, de JuanGa para su público, y por más que nos diga el muchachito anónimo que su abuelo era homofóbico con todos, menos con Juan Gabriel, hay que recordar que en nuestra infancia escuchábamos a las señoras que esbozaban defensas a ultranza de la sexualidad de su vástago —“¡Ay!, no: Betito es amanerado nomás…” — mientras el retoño peinaba las muñecas de la hermana y se ponía moños rojos y amarillos en la cabeza…
Bueno, qué se le va a hacer, a final de cuentas el amigo ya murió y alcanzó la perfección que le fue negada en vida por quienes hoy mismo se la proveen. Son los ciclos de la vida y la muerte, el odio y el amor, la falta de respeto y el ser puesto en un pedestal.
Pero, por favor, no se ofenda ciegamente ni piense que estoy siendo un oportunista despiadado – finalmente me espere lo suficiente como para que todos disfrutáramos de los monumentos a JuanGa que el pueblo mismo hoy le erige, tanto factuales como simbólicos.
Si hay algún tipo de molestia o indignación, debería ser el hecho de que hoy sí es aceptado JuanGa, con su estilo de vida y con sus gustos homoeróticos, pero no fue así cuando vivía.
Si hablo de esto es para que nos demos cuenta de la incongruencia que es decir: “sí, a él sí lo queremos, pero a otros no los respetamos porque no nos gusta como cantan”.
Si hay indignación respecto a los puntos que estoy tocando, la indignación debería ser el hecho de que mientras se hacen de la vista gorda por el “estilo de vida” o por “los gustos” de JuanGa, nomás porque canta bonito, a otros les hacen la vida imposible por el simple hecho de existir o salir a la calle.
Pero eso, al parecer, no importa, y por los comentarios que he escuchado y leído, al parecer tampoco les importa mucho a las personas.
No debería ser tan difícil poder dar el mínimo nivel de respeto e individualidad y entendimiento a una persona, eso debería ser algo que ya tenemos dentro de nosotros mismos como personas decentes, como miembros de sociedades modernas. Ya no estamos en épocas de trepanación buscando aliviar la presión fantasmagórica cerebral que aqueja a los esquizofrénicos.
Es más, ni siquiera es requerido un mínimo de entendimiento, porque no es necesario que YO entienda las vivencias del señor Aguilera Valadez para que lo deje vivir su vida; lo único necesario para eso es dejar a esas terceras (o cuartas, quintas o sextas) personas seguir su camino individual que llevan dentro de sí.
Es una situación que demuestra quiénes somos en realidad como personas, cuando pensamos que solamente en la muerte es cuando una persona es digna de un poco de paz, y es digno en ese entonces dejar de embarrar sus nombres y honores por el lodo de la calumnia y la burla.
Hay personas que se indignan cuando son confrontados con éstas (y otras tantas) verdades. Dicen que “no dejan ser” los demás.
Cosa que me parece un tanto irónica, ya que se quejan cuando “otros” (sean quienes sean esos otros) no los “dejan ser”; o sea, quieren hacer y decir lo que se les dé la gana sin consecuencia alguna, sin ser llamados a testificar a favor o en contra de sus propios argumentos.
Irónico me parece, ya que el “dejar ser” es lo mismo que ellos no permitieron o permiten a otros; y podrán alegar que nomás están bromeando, nomás están diciendo cosas, que no es en serio; pero a final de cuentas sucedió, y esperaron la muerte de una figura que hoy llaman “icónica mexicana” para decir que “si no te sabes tres canciones de Juan Gabriel, ¡no eres mexicano!”
¡Achís! ¿O sea que ahora sí son fanáticos de alguien que evadió una pregunta directa sobre su sexualidad con una respuesta alegórica: “Lo que se ve no se pregunta”?, mientras que esos mismos fans de JuanGa convertidos en moderna Inquisición llevan al matadero a cientos de miles de practicantes del amor homosexual…
¿O es que acaso en México sólo en la muerte se encuentra el respeto que faltaba en vida?
(Misterio)
El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.