La Perinola: De alianzas y contratos
Por: Álex Ramírez-Arballo
Vaya revuelo virtual que se ha armado en mi país con motivo de la reciente marcha del Frente Nacional por la Familia y su defensa del matrimonio tradicional. Lo que ellos dicen es que las nuevas legislaciones en materia de matrimonio entre personas homosexuales atenta contra las costumbres y el deber ser. La convocatoria no fue cosa de despreciarse, tampoco su impresionante logística y voluntad: muchos, desde la posturas más autodenominadas progresistas se mueren de la risa, pero yo no creo que el asunto sea cosa de chacota.
Soy enemigo de los radicalismos y mi verdadera patria es esa región de contradicciones y matices de gris donde la analogía, el diálogo y el encuentro son posibles. Me animan dos fuerzas del carácter, una sobrenatural y la otra reflexiva: la caridad y la prudencia. Busco en todo lo que pienso, digo y hago una posibilidad de entendimiento y construcción de vida: estoy convencido de que entre los marchantes y entre sus detractores hay gente buena y honrada que quiere ser fiel a sus principios y creencias. Dicho lo anterior, digo ahora que no entiendo cómo es que los defensores del matrimonio tradicional, la gran mayoría de ellos cristianos católicos, como yo, no se han dado cuenta de la enorme distancia que existe entre la alianza matrimonial con carácter sacramental, que ocurre en el contexto sobrenatural del rito y la liturgia, y el matrimonio civil, que no es otra cosa que un contrato que estipula con toda claridad los deberes, las obligaciones y los mecanismos jurídicos de ruptura del vínculo y posibles penalizaciones. Hasta donde yo alcanzo a ver, los grupos que promueven legislaciones que beneficien a las comunidades homosexuales, no se plantan por fuera de las iglesias o las diócesis para que los ministros los casen: lo que buscan es certidumbre civil, nada más; por eso presionan a los legisladores, que son los que contraen o expanden el círculo de la ilegalidad.
La pugna me parece ociosa. Vivimos en un tiempo en el que los modelos de vida han cambiado de muchas maneras, y eso implica la expansión de visiones de mundo estrictamente seculares que buscan crear un estado de igualdad de oportunidades para todos, independientemente de nuestras diferencias.
Yo me casé por la iglesia y entendiendo bien el carácter prodigioso del sacramento, así como la necesaria complementariedad sexual y genérica que esta alianza religiosa entraña; sin embargo, no trato nunca de imponer al resto de la población esta profunda y esencial convicción que me anima, porque como me dijera mi madre alguna vez, cuando no quería ir a misa: “A fuerza ni los zapatos entran”. No colonizo conciencias ni permito que nadie intente hacer eso mismo conmigo.
Un sociedad democrática es aquella en que todos sus miembros aprenden sin menoscabo de su paz interior que la heterogeneidad es la norma. Sin importar qué es lo que pensemos de la vida, debemos recordar que en el centro de nuestras preocupaciones debe estar la persona, siempre la persona real y concreta: es esto o la barbarie.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster.