Imágenes urbanas: Bajo el lavadero
Por José Luis Barragán Martínez
Tirado cuan largo era, boca arriba, en la grava sobrante del último cuarto que colaron, con las manos tras la nuca y los pies cruzados en el patio del frente de su casa, daba la impresión de calma, de tranquilidad, muy al contrario de lo que ocurría en sus adentros.
Era la media noche de principios de diciembre, los estragos del frente frío no. 17, ¡terribles! 4.5º. Su mirada en el infinito se topó con la Osa Mayor y la Osa Menor, pensó que la desorganización de las demás estrellas contribuía a resaltar la belleza de dichas constelaciones: “Si las demás estrellas tuvieran figuras las Osas ni se notarían, las demás estrellas son los hombres, las Osas, las mujeres”.
Su experiencia matrimonial había sido difícil; pero no nada más era su caso si no también la de los demás casados con los que se juntaba a tomar café de vez en cuando, donde se daban vuelo desahogando su coraje contra las féminas: “El hombre es el que trabaja y además tiene que soportar la neurosis de la cónyuge, y luego eso de que ‘del barandal para fuera mandas tú y del barandal para dentro yo’, claro, vete a la calle a trabajar y cuando uno llega a casa a descansar resulta que donde quiera estorba”.
El frío arreciaba, sonrió irónicamente moviendo la cabeza cuando extrajo de uno de sus bolsillos la llave de la casa. ¿De qué servía si la puerta estaba cerrada por dentro? Su mujer lo había dejado fuera como castigo a su osadía por haber llegado después de las nueve.
Resultó que aquella tarde, en el centro, después del café con los amigos, cual canita al aire quiso tentar suerte entrando al Cinépolis a la función de las ocho, desde los tiempos de soltero no había vuelto a sentir lo que era estar en el cine de noche.
Salió a las diez, tomó un taxi para llegar lo más pronto posible a casa, brincó el cerco porque ya tenía candado y cuando quiso abrir la puerta tenía el seguro por dentro, por una ventana a través de la reja, salieron mil y un insultos por llegar tarde.
“Ábreme por favor, ábreme, hace mucho frío acá afuera”, le dijo muchas veces, suplicante, y la puerta nunca se abrió. Pensó en pedir posada con algún vecino pero “capaz que la fiera va y me arma un sainete”.
Como a las tres el frío congelaba, entonces se fue al patio de atrás donde estaba el lavadero empotrado a la pared y allí se metió, junto al perro, hecho bolita.
*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador