viernes, noviembre 22, 2024
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La Perinola: Te escribo, México

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Por: Álex Ramírez-Arballo
Recuerdo con mucho cariño la primera vez que regresé de mi escuela solo. Tenía cerca de ocho años y al salir de clase me fui caminando hasta llegar a casa; a mis padres aquello les preocupó un poco, pero ahora que lo pienso creo que también les hizo alguna gracia. Salir de casa y reconocer que existe un mundo esperando por nosotros es expandir el círculo de nuestras posibilidades: se trata de un acto de esperado desprendimiento. Todo lo que somos es una búsqueda que va desde lo cerrado hasta lo abierto, desde la sujeción a la liberación, desde lo privado hasta lo público. Desde aquella tarde caliente de 1983 o 1984 no he parado de caminar; me gusta hacer de la marcha la posibilidad más efectiva de expandir mi conciencia. Las personas buscamos siempre trascender los límites que nos impone la vida y nuestras muy particulares circunstancias, aspiramos a llegar a un más allá que intuimos siempre: más allá de nuestra habitación, de nuestra casa, de nuestra calle y nuestro barrio. No acabamos de nacer nunca.

Nuestro destino se encuentra en la búsqueda. ¿Qué es lo que buscamos? Creo que lo que urgimos es el sentido, y creo también que no existe sentido más acabado de la existencia que la colaboración con los demás. Abrirnos a los que comparten el mundo con nosotros nos llena de una gran alegría. Creo que la gente que te habita, la gente que hace que tú seas lo que eres, da muestra día con día de la importancia de una comunidad fuerte. Yo he visto con mis ojos cómo es que ahí donde el dolor se impone, donde crece la injusticia y la miseria tiende a fortalecerse el sentido de unidad. En la frontera, donde México comienza, según dice una pinta que el sol desdibuja en un muro de Ciudad Juárez, la gente vive una situación de acoso constante por parte de los narcotraficantes, los traficantes de personas, la policía, los racistas de “el otro lado”. En esas circunstancias es que he visto crecer un instinto de solidaridad sin el cual, estoy seguro, muy pocos podrían sobrevivir. Se trata de un mecanismo natural, propio de nuestra condición gregaria, que nos auxilia en las horas más oscuras.

Los que te conocemos y te amamos sabemos que lo que te hace fuerte es la gente que vive en ti y para ti, que día a día se levanta con el deseo de trabajar para poner sobre la mesa la comida para los suyos. Esa gente, esa estoica gente que no baja jamás la guardia es lo mejor que tú tienes; cuando me desanimo porque siento que la vida es injusta conmigo o porque creo que mis esfuerzos no dan los frutos que deseo, viene entonces a mi cabeza la imagen de todos aquellos que tienen que luchar contra una adversidad que no es hija, y he aquí lo trágico, de la mala fortuna o el accidente sino del abuso sistemático de los poderosos, como en tu territorio le llaman a los violentos, los corruptos y los insensibles.

Por eso hablo de comunidad aquí, porque quiero que todos los que te habitan o te amamos comprendamos de una buena vez y para siempre que ahí donde no existe un sentido de unidad, de pertenencia y destino no hay futuro posible.

En ti se viven muchas contradicciones, muchas paradojas. Por ejemplo, esa comunidad que se asocia para enfrentar la incertidumbre, para sobrevivir los golpes de la vida y de las circunstancias parece diluirse cuando se trata de realizar cambios profundos, es decir, cuando se vuelve preciso cambiar nuestra visión general de las cosas. Cada mexicano tiene en su corazón un hermano y un detractor, un redentor y un verdugo. Esta falta de unión en el asunto más importante de todos, que es el del bienestar común, ocasiona que los esfuerzos que algunos cuantos hacen terminen por diluirse en nada; entonces se vuelve a empezar, volvemos a empezar con el mismo deseo pero sin las convicciones, sin la certeza de que vamos a buen puerto. Por eso hablo de comunidad aquí, porque quiero que todos los que te habitan o te amamos comprendamos de una buena vez y para siempre que ahí donde no existe un sentido de unidad, de pertenencia y destino no hay futuro posible. El problema de muchos de los mexicanos es que asumen que solo existe una versión posible de país, una sola forma: quien no piensa como yo piensa contra mí, se dice fácilmente, impunemente, queriendo evitar con ello toda sofisticación del pensamiento. No somos una comunidad verdadera, o lo somos por momentos, acaso solamente en ámbitos discretos, como la familia, de la que ya he hablado, o en esa forma de familia que ocurre dentro del contexto de las naciones: la región. Recuperar el sentido de la comunidad debe ser una de nuestras más altas prioridades: la comunidad es nuestra única oportunidad de sobrevivir en este mundo tan turbulento.

Creo que todos tenemos una intención íntima, un deseo de vincularnos en una relación constante, cotidiana y poderosa con los demás. Sólo un loco, lo que es decir un enfermo, le daría la espalda al mundo para irse a vivir entre las fieras; ciertamente hay solitarios, gente que guarda distancias y se preserva del manoseo público, pero esto es una legítima opción de vida más que una traición al grupo humano. Las sociedades fuertes son constituidas por personas que tienen certeza de la importancia de su unión; aun más, saben que tras esa unión existe una función fundamental, la de alcanzar un destino compartido.

“Se precisa de que exista solidaridad intergeracional”

Las comunidades ideales, como la que yo quiero ver en ti, no sólo triunfan en un momento del tiempo sino que además tienen la capacidad de perdurar, es decir, avanzan en la historia: maduran y se vuelven sólidas con el paso de los años. Hace algunos años, cuando era un joven inquieto que daba sus primeros pasos en la docencia, acompañé a unos alumnos a una conferencia. Ahí, el de la voz cantante, un académico reconocido regionalmente por sus aportaciones históricas, habló sobre muchas cosas, entre ellas recuerdo que disertó sobre el cuidado del medio ambiente y de cómo es que todos nosotros deberíamos sentirnos corresponsables frente al problema del deterioro ecológico. “Se precisa de que exista solidaridad intergeracional”, dijo aludiendo al hecho de tomar en el momento presente las mejores decisiones para el porvenir. Es verdad, tal es una de nuestras deudas pendientes. México, somos en ti una nación que parece detenerse siempre, que avanza de espaldas a la historia, que busca respuestas en las cenizas y que no alcanza a reconocer su propio rostro porque quizás nunca ha visto el rostro de aquél con el que camina.

***

México, eres un país que vive al filo de algo, siempre en la inminencia. Se supone que la historia te debe algo que está a punto de pagarte; la gente espera que eso suceda y como si la responsabilidad fuera de otros y no de ellos mismos, permanecen inmóviles mientras la historia, que poco entiende de soledades y de laberintos, avanza y se aleja. Yo me pregunto si esa comunidad activa, poderosa y vital de la que he venido hablando y que he visto con mis propios ojos no podrá afanarse para que tú avances, para que dejes de estar siempre a la vera como un testigo que no se anima a decir esta boca y este corazón son míos. Tu tragedia, tu mal mayor ha de ser la culposa ambigüedad de tus hijos, que siempre se debaten entre la acción y la indiferencia, que reculan ante el compromiso y que, pasada la hora de actuar, son feroces en sus fantasías; pareciera que prefieren la miel de las ensoñaciones -a pesar de que sean solo eso, humo- a la posibilidad de un logro concreto que, como es natural, implica esfuerzo, sacrificio y sobre todo riesgos. El tejido de la comunidad en ti es poderoso para atender los conflictos del día a día, para salvar las vicisitudes de la semana, pero es incapaz de asumir un proyecto de más largo aliento. Las improvisaciones, los parches y los remiendos hechos sobre la marcha han sido, desde que el mundo, nuestro mundo, es mundo, el pan amargo y nuestro de cada día.

El mundo que mereces es uno en el que una comunidad de ciudadanos sean capaces de generar sus propias estrategias de acción civil sin que intervengan las burocracias partidistas, corrompidas lamentablemente hasta la médula, como bien sabemos.

La comunidad tiene como eje organizador el proyecto. Donde nadie sabe a dónde vamos, a dónde queremos ir, es difícil que se pueda dar el primer paso. No existe en ti un liderazgo efectivo, una visión que nos entusiasme a todos pero que no sea, como lo hemos visto hasta hoy, prolongaciones de la mistificación y el mesianismo que deben quedar, por el bien de todos, en una época ya muy lejana. ¿En qué consiste, pues, ese proyecto? Creo que la verdad es algo que se construye, y la verdad de tu destino debe ser el resultado de un consenso que se organice alrededor de principios fundamentales: democracia, participación, crítica, modernización, tolerancia. El mundo que mereces es uno en el que una comunidad de ciudadanos sean capaces de generar sus propias estrategias de acción civil sin que intervengan las burocracias partidistas, corrompidas lamentablemente hasta la médula, como bien sabemos. Ésta sería una comunidad con un alto nivel de confianza, capaz de generar ciudadanos dispuestos y capacitados para asumir cargos públicos o privados, personas capaces de generar ideas y cuidarlas, ciudadanos dispuestos siempre a defender libre y respetuosamente las opiniones personales en un ambiente de debate y crítica constantes. Creo que todo esto no ocurrirá jamás mientras los mexicanos continúen detenidos en la contemplación lacrimosa de su pasado, aferrados a un sentido trágico de la existencia, lo que ocasiona, como es natural, una suerte de sublimación de la derrota; ¿y quién podría apostar por el futuro cuando sabe que allá adelante no hay nada que no sea fracaso, decepción y fiasco? El pesimista por decreto está convencido de que sus desconfianzas y recelos pueden justificarse racionalmente.

Creo que este análisis que hago, que tanto debe a lo que muchos más ya han dicho, tiene fecha de caducidad. Guardo una esperanza firme en que las nuevas generaciones de tu gente, que los nuevos mexicanos habrán de estar a la altura de la historia, dialogando colaborativa y críticamente con sus pares de otras regiones del mundo. No se trata de un acto de fe como de una confirmación cotidiana. Los diarios testimonian con alegre frecuencia esta realidad: los mexicanos más jóvenes, en un número cada vez más grande, son capaces de asociarse para buscar metas comunes, para intentar cambiar la realidad en la que deben vivir día a día.

Es la hora de hablar, de actuar, de dar un paso al frente. Ante la insistencia de la división y la tentación suicida de la tabula rasa se debe apostar por el trabajo y la paciente alegría. Si la realidad nos demuestra que los viejos lastres continúan, que lacras como la corrupción se ensañan y generan una pobreza criminal, no debemos ignorar por ello los esfuerzos de aquellos que buscan hacer las cosas bien, pues esta resistencia ética en medio de la descomposición generalizada habrá de generar el cambio de conciencia: una casa se comienza a construir desde los cimientos, nunca desde el tejado.

Las nuevas generaciones de tus hombres y mujeres, México, deben de consolidar una visión constructiva, activa y disciplinada. No es mucho pedir: es lo justo. Si sucede, si ha sucedido en otras partes, en países que han logrado trascender la tendencia natural al caos y la ocurrencia, no entiendo por qué no podría ser igual en México, sobre todo hoy día, que las comunicaciones planetarias permiten un contacto instantáneo y una vertiginosa dispersión de las ideas.

La impaciencia ha sido un mal en los tuyos, una enfermedad que causa más males que aquellos que buscaba remediar. Es la hora de detenerse, de pensar para actuar con calma, con cautela pero con entusiasmo; la primera obligación es recuperar el derecho a la sonrisa, a la fe, a la alegría de aquellos que se encuentran y se saben -sin que sea preciso decir palabra alguna- hermanos en la carne y en las circunstancias. No hay país que se desarrolle, avance y crezca sin que esté formado por seres humanos que crean en sí mismos, como personas y como comunidad entrelazada por afectos e intereses semejantes. El nacionalismo busca esto, pero su discurso es mentiroso: intenta fomentar un elemento de unión sobre un mito. Que no sea una ilusión lo que una a los tuyos, tampoco un orgullo vacío, sino la certeza racional de la búsqueda de sueños compartidos. Que no se recurra al grito de cantina, al aspaviento, al desplante de un envanecimiento nacional hueco que no puede entenderse sino a la luz de una emotividad territorial dolorosamente primitiva. No pido más para ti y para quienes te habitan que una vida fundamentada en las virtudes democráticas: la tolerancia, la solidaridad y, sobre todo, la prudencia.

Pennsylvania, USA. Invierno de 2012.

 

 

Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster.


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