sábado, abril 12, 2025
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Felicidad

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Por Karla Valenzuela
Mucha gente se había empeñado en convencerme de que de verdad existes, de que estás ahí aunque la mayoría de las veces nadie te vea, te sienta o te huela siquiera; y, sin ningún afán de llevar estratégicamente la contraria, me mostré siempre tajantemente rebelde a la idea absurda de tu presencia.

Mis padres, mis amigos, los libros, los noticieros y hasta las más sórdidas series de televisión norteamericanas hablan de ti todo el tiempo. Yo pensé siempre, como mi buen Andrés Manuel, que éste no era más que un complot contra mí y contra mi furiosa tristeza. Ya me he acostumbrado a vivir siempre así: con la sonrisa escondida en las sombras del alma y la melancolía como alma que lleva el diablo tocando cada puerta de mis emociones.

Desde que tengo uso de razón (si es que a esto que tengo se le puede en algún momento “razón”), siempre he sido una niña sola, que disfruto así, que no sabe, sencillamente, vivir de otra manera porque no conoce más. Me gusta refugiarme en el lugar más oscuro, donde nadie pueda encontrarme. Sólo por eso  un día conocí Timbuctú y me enamoré de él, de su lejanía de sus enormes distancias, de la belleza tan sublime que provoca lo desconocido, y desde entonces no salgo de ahí. Siempre que puedo procuro viajar hasta allá con mi mente y alejarme del mundanal ruido aunque sea en un corto viaje mental únicamente para escabullirme de todo lo que me acongoja.

Paradójicamente, y ahora que lo pienso bien, esos pequeños viajes fueron siempre lo más parecido a como me decían que eras, pero como yo siempre dudé de que existieras, jamás me permití formular alguna hipótesis al respecto. Todo siempre fue tan inútil, tan vano que simplemente daba igual si un día estabas, si otros te veían, si yo nunca te encontraría.

Pero ayer, detrás de todo, de ese olor tuyo a claridad absoluta, a rayito de sol escondido entre las alas de la nostalgia, detrás de una inmensa puerta de madera repleta de amargura, descubrí que estuvo siempre la miel infinita de unos ojos, las ventanas que cada hora que pasa me acercan más a ti y me alejan de mí misma, de la que siempre fui, de la que ya casi no recuerdo que era: la triste, la meditabunda, la intrépida que jugaba a las lágrimas sólo por mero deporte. No, desde ayer ésa no soy yo. Me atreví a asomarme de una vez por todas y te vi. Estabas ahí después del café de la tarde, detrás del mundo que yo me había creado sólo para no perder el angustiante y célebre hábito de la soledad. Abrí esa puerta y ahora tu permanencia es eterna, ahora lo comprendo todo. Debía hallar el momento justo, la noche correcta, el segundo más adecuado. Todo estaba escrito ya para que te encontrara. Pasaste y te detuviste aquí conmigo para siempre aunque ahora me digan que eres fugaz.

 

 

*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.


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