Imágenes urbanas: ¿Qué hago con Santa Claus?
Por José Luis Barragán Martínez
Mi nombre es Pedro López, estoy aquí, sentado en una banca de la Plaza Zaragoza de mi bella ciudad de Hermosillo: Qué hermosa catedral, qué hermoso Palacio de Gobierno; kiosco exquisito, flores, pasto, plantas, palomas. Es sábado por la tarde, acabo de salir de la chamba, soy albañil, a la orden.
Podría estar en mi casa comiendo con la familia, pero la verdad siento temor llegar. También podría estar en el Jardín Juárez donde hay más gente, pero quiero reflexionar y tomar una decisión, necesito tranquilidad porque el asunto es serio.
Mi dilema es el siguiente:
Tengo cinco hijos y en cuanto a la existencia o no de Santa Claus dejaba que los hijos mayores perdieran la inocencia por Ley Natural, es decir, por información que recibieron de sus amiguitos mayores. O sea que esos hijos supieron quién era el verdadero Santa Claus a los nueve o diez años de edad.
Para este 2016 los últimos retoños: El “Pilli” de seis años y el “Junior” de cinco, piden un sinfín de regalos a Santa Claus y a mí se me parte el alma que no les va a poder cumplir, por lo tanto estoy madurando la idea de informarles, por Ley de crisis económica, la verdadera identidad sobre este señor.
Es para poner el grito en el cielo: Quieren carritos y todos los luchadores de moda habidos y por haber, el colmo, también quieren consolas de videojuegos.
De por sí este diciembre va a ser pobre, a los cachorones va a ver que quitarles la plantilla y remendarlas, tamales sin aceituna y el menudo… ¡al menudo hay que respetarlo a como dé lugar!, ya sería demasiado. Nomás no me convence que mis hijos se la pasen todo el día viendo televisión con sus caricaturas, pura violencia, puros golpes.
Mi niñez fue muy diferente y no me arrepiento de ella, todo lo contrario, allá en mi pueblo a los seis años ya iba a la “ordeña”, disfrutaba de los cielos estrellados y de los amaneceres, de la salida del sol, en mis tiempos Santa Claus me traía juguetes de madera.
Yo vivo por la calle Santa Rosa al norte de la ciudad, allí cerca están los cerros y a veces me gusta ir con el “Pilli” y el “Junior” a caminar al final de la General Piña, los llevo por la tarde después de llegar de la chamba, llevamos pan virote con bolonia y Kool-Aid. Yo no quiero que mis hijos se pierdan en el mundo del plástico de sus juguetes y terminen por ser un mono más.
Por eso llevo a mis hijos a los cerros del Norte de Hermosillo, allá les platico de los atardeceres y trato de hacerles sentir lo que yo sentía de niño cuando me mandaban a la leña; cuando vemos cachoras y los niños les quieren tirar pedradas les digo que no, que las deje ir a dormir en paz y en su lugar les pongo botellas pa’ que le tiren “al blanco”, les platico del sol, del cielo, de las aves, de Hermosillo… y del pueblo, allá donde están nuestras raíces.
Persisten mis dudas de que pierdan la inocencia antes de tiempo, es que mi salario no da para tanto. Sigo con mis ideas aquí, en la Plaza Zaragoza: ¿Qué hago con Santa Claus? ¿Descubro su identidad?
Un chanate baja del yucateco, se posa en el suelo frente a mí y siento su mirada penetrante: ¿Qué hago con Santa Claus? Le pregunto y no me contesta.
Ya es tarde, seguiré con mi dilema, después decidiré. Me levanto de la banca y voy hacia el bulevard Hidalgo a tomar el ruletero Ruta 3, los que van pa’l Norte.
*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador