jueves, noviembre 21, 2024
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El día que Cupido los unió

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Por Karla Valenzuela
No voy a mentir, no diré que el 14 de febrero no es una fecha especial para mí. Tampoco diré que días como el de hoy pasan totalmente desapercibidos ante mi vista. Hoy no diré, por ejemplo, que la mayoría de las veces me enfada lo que la mercadotecnia es capaz de hacer con la mente humana pero, sobre todo, me impacienta que la mayoría de las personas no veamos más allá de lo que está frente a nuestra nariz. Hoy no diré eso con todo y que un día tan lucrativo como éste puede irritar a cualquiera que no practique continuamente la tolerancia ante la enajenación mediática y publicitaria.

Y es que debo decir, estimado lector, que pésele a quien le pese (incluyéndome, claro), el 14 de febrero para la vida de una de mis mejores amigas sí es un día especial y más que por los corazones y los cupidos, o por las flores y las serenatas, es un día memorable aún más por las tardes transcurridas, por las historias recorridas, pues, en más o menos un día como hoy.

Sucede que una tarde como la que está por vivirse hoy (si es que el mundo no se acaba), pero de algunos años atrás, Sylvia conoció a un intelectual, un soñador empedernido, un silencioso hasta la muerte, que prácticamente le robó el corazón con su guitarra (dicho esto sólo para estar a tono con todos los cursis). A partir de ese día la vida entera le cambió a tal grado que, usted tiene que saberlo, marcó un antes y después, tal cual aquellos que dicen antes y después de Cristo, la Sylvia dijo “antes y después de José”. Y nada más importaba;  lo que sí era relevante, al menos para ella, es que hasta el día de hoy ella le debe a San Valentín uno de los recuerdos más cinematográficos de su existencia.

La verdad, yo no sabría decir por qué una historia tan de telenovela terminó, pero la realidad es que el Día de San Valentín no dura para siempre, y por más melosos que seamos, por más cursis que pretendamos ser un solo día del año, el amor se construye día a día para que pueda ser eterno. Ya bien lo dice José de la Colina: “Tú sabías que esto no iba a durar, que estas cosas no duran, que lo mejor es vivir ese maravilloso instante”.

Y es que eso sencillamente es el amor: un devenir de maravillosos instantes que hay que resguardar todo el tiempo celosamente.

Con San Valentín o sin él, las ganas que tuvo mi amiga Sylvia un día de dejarlo todo e irse a vivir con aquel artista, terminaron ya quién sabe por qué, y hoy sólo recuerdo que ella me dijo hasta con cierto coraje: “sabes qué, tenías razón, el amor es una completa patraña”, y yo sólo pensé: “como si pudiera haber patrañas a medias; yo ya te lo había advertido”.

Y conste que  no es que yo no crea en al amor. Es más, se los digo en serio, estoy completamente enamorada; más bien es que no he sabido de muchas parejas que realmente puedan celebrar el 14 de febrero con toda la entrega que requiere el amor. Esa pareja que les narro y otras más que he conocido en mi camino son fiel ejemplo de que Cupido los flechó; pero aún así, yo prefiero pensar que más que un flechazo efímero, fue el destino juguetón y enamoradizo, quien hizo que estas parejas se juntaran un día y decidieran hacer uno solo de sus vidas, sin importar el antes, sin importar el después. El antes ya no existe y el después pueden construirlo juntos.

Así que les diré: A mí si me importa el 14 de febrero, pero no por el incremento de ventas en las florerías, sino por todos los recuerdos que me traen días como hoy; a fin de cuentas, la nostalgia por el pasado también es una rotunda patraña por todo lo que nosotros tendemos a quitarle o aumentarle a nuestros ayeres, pero qué le va uno a hacer, todo en esta vida es una maravillosa patraña, y sin embargo, aquí estamos, realmente enamorados. Así que sin otro particular: Que todos los días sean un feliz 14 de febrero.

 

*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.


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