viernes, noviembre 22, 2024
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Ludibria: Ignacio Manuel Altamirano y el sectarismo

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Ramón I. Martínez
Ramón I. Martínez. La ChicharraEl sectarismo, como producto de la tendencia “natural” a despreciar a quien no comparte nuestras convicciones políticas o ideológicas, aparece en su cariz conservador en la novela La Quinta Modelo del miembro del Partido Conservador José María Roa Bárcena, en una especie de actitud contrapuesta a lo que sería el ánimo conciliador que atraviesa a La Navidad en las montañas, del liberal Ignacio Manuel Altamirano.

La anterior caracterización de ambas novelas puede hacerse patente si se compara a ambos textos en cuanto a sus referencias a uno de los puntos más discutidos del enfrentamiento conservadores-liberales durante el siglo XIX: el clero y su papel en el escenario del progreso de la nación mexicana. Las referencias comparadas, claro está, son las dichas por los personajes de ambas narraciones.

Una pregunta vigente en dicho siglo, en el cual la implantación de un sistema liberal de gobierno encontró tremendas oposiciones, sería: ¿es posible compaginar en un mismo escenario a la fe en el progreso y a la fe en Dios y su iglesia? Dicha pregunta referida a la iglesia católica, se puede suponer. Para Gaspar, furibundo liberal tipificado y caricaturizado en La Quinta Modelo, la respuesta a esa pregunta sería un rotundo “no, imposible, de ninguna manera”.

Un amigo le prestó (a Gaspar) el Contrato social de Rousseau y las obras de Alfonso Esquirós, en las cuales halló estampado que es imposible que puedan avenirse la tradición y el progreso, la fe y la razón. Hizo de esta frase su divisa política-religiosa, y se lanzó a la arena.

Al lector actual podría parecer exagerada esta caricaturización que hace Roa respecto de los liberales, pero no habría de olvidarse que la radicalización del enfrentamiento entre ambos bandos (liberales-conservadores), dio lugar a múltiples guerras fratricidas en el México decimonónico, lo cual incluso permitió y promovió la invasión extranjera y la instauración de un gobierno usurpador encabezado por un príncipe austríaco. Ya antes estas divisiones internas había permitido que nuestros vecinos del norte nos arrebataran más de la mitad de nuestro territorio.

En este contexto, toma una gran valía la figura de Ignacio Manuel Altamirano, el educador por antonomasia, un hombre conciliador, que en su revista Renacimiento dio espacio a gentes de los más dispares credos políticos y religiosos, incluso al propio Roa Bárcena. Pudiera decirse que Altamirano era un renacentista, un hombre culto y reconciliador, tolerante y dispuesto a colaborar en el desarrollo de las libertades y el progreso de la nación.

El cura de pueblo que aparece en La Navidad en las montañas, hace ver la posibilidad -deseable- de un clero no aliado al partido conservador, sino más bien no-partidista, que confía más bien en la productividad del trabajo disciplinado que en las marrullerías de la politiquería, cuando de buscar el progreso de la nación se trata. Asimismo, este cura aparece como un abnegado misionero que entrega sus mejores talentos a la promoción de la agricultura, la ganadería, la educación, la música, y toda una serie de avances sociales, sin más paga que el afecto de la población de aquella remontada aldea por el atendida. Es decir, una especie de Francisco Eusebio Kino, que al igual que el prestigiado jesuita misionero impulsó un proceso civilizatorio a favor de ciertos grupos marginales. Sólo que su escenario fue un pequeño pueblo en la sierra, no la Pimería Alta.

Dicho cura de pueblo, en algún momento confiesa: “Demócrata o discípulo de Jesús, ¿no es acaso la misma cosa?” Es decir, no se está excluyendo al clero del proyecto de nación que se está construyendo, sino que se ve como una posibilidad de que los curas en cuanto lleguen a ser verdaderos cristianos pueden ayudar por la misma naturaleza de su misión al progreso social. Dicha perspectiva contrasta fuertemente con la arriba comentada que se le achaca a Gaspar, el liberal de ideas trasnochadas. La cita siguiente es del narrador de La Quinta Modelo:

“La filosofía moderna ofrece a los hombres por término de su carrera, la nada.”

Actitud antifilosófica la que se ve en esta cita, pues intenta hacernos ver como inconveniente la “filosofía de sus contemporáneos”, siendo que lo más válido sería hablar no de filosofía moderna, sino de “filosofías modernas”. Actitud, asimismo, afectada por el antiintelectualismo más ramplón, secuelas del oscurantismo medieval aún no superado por el grueso de la población.

En contraposición al antiintelectualismo de la frase anterior, Altamirano no considera que medie dificultad alguna para el progreso de la nación en el hecho de que existan escuelas no laicas. Es decir, no hay de suyo contradicción entre la filosofía y la religión. Tal consideración se refleja en el soldado liberal que aparece en La Navidad en las montañas cuando dice: “Y como yo me mostrara un poco admirado de verla (la escuela) tan bonita y aseada, revelando luego que era el edificio predilecto de los vecinos, observé en estos, al felicitarlos, un sentimiento de justísimo orgullo.”

Se ve entonces al clero en plena colaboración con el poder civil luchando a favor del progreso social, contrastando así la visión de este soldado liberal con la de Gaspar, el personaje liberal de La Quinta Modelo, para quien las escuelas religiosas no forman verdaderamente a los hombres -en aquellos tiempos las mujeres no estudiaban, Bendito Sea-, sino que “los afeminan y los enseñan a ser hipócritas”. Este Gaspar viene a ser una caricatura de tiempos de radicalización, de enfrentamientos entre mexicanos, enfrentamientos que con el triunfo del liberalismo se han ido superando al ir limando asperezas y buscando juntos, más allá de todo interés personal, el imperio de la legalidad y la justicia, del estado de derecho.

Un liberal que admira a un sacerdote. Tal es la actitud del soldado ante el cura de pueblo en La Navidad en las montañas. Admiración que va más de las labores de promoción social e incluye curiosamente la maneja en como el clérigo maneja los asuntos eclesiásticos. Vaya al caso una cuestión peliaguda: el culto a los santos.

El soldado al cual nos hemos venido refiriendo extraña la ausencia de este culto en el pequeño templo de la aldea, y truena contra ese culto diciendo: “esa aglomeración de altares de pésimo gusto, sobrecargados de ídolos, casi siempre deformes, que una piedad ignorante adora con el nombre de santos, y cuyo culto no es, en verdad, el menor de los obstáculos para la práctica del verdadero cristianismo”, e incluso proponiendo que el gobierno tome cartas en el asunto “depurando las creencias” a la vez que defendiendo la libertad de cultos. Pero los hechos históricos nos demuestran que tal propuesta no del todo factible, como lo demuestra la triste experiencia de Plutarco Elías Calles versus los Cristeros. Tanto el poder civil como el poder eclesiástico no son del todo ajenos a las delicias y corruptelas del poder, y el cómodo acuerdo firmado entre obispos mexicanos y el gobierno federal dejó desarmados a los líderes cristeros, los cuales fueron cayendo uno a uno, misteriosamente asesinados. Muy lejos han estado los sueños de Altamirano de cumplirse.

Recapitulando, se pudiera decir que pese al afán conciliatorio presente en La Navidad en las montañas con la finalidad de que las fuerzas antes antagonistas se unan para luchar por el progreso de la nación, también se nota el deseo de subordinar al poder eclesiástico con respecto del poder civil.

 

 

*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.


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