Ludibria: El trigo y la cizaña
Ramón I. Martínez
Es un lugar común hablar de la sensibilidad del artista, así como de su temperamento exaltado y bohemio (muy probable acartonamiento), el cual suele ir aderezado por una extrema susceptibilidad ante la ocasional reacción reprobatoria de los receptores de su arte.
Por lo mismo, también sería un lugar común hablar de que ningún gremio como el artístico se encuentra más necesitado de lo que Gabriel Zaid ha dado en llamar, no sin cierto ingenio: “la industria del elogio”. En su ensayo titulado “Sobre la producción de elogios rimbombantes”, publicado en su Cómo leer en bicicleta, nos dice:
“La industria del elogio necesita mecanizar su producción. El arte del elogio es difícil, inadaptado a la velocidad y magnitud que la moderna producción de elogios requiere. Hay que encontrar un género de elogios mecánicos que, a diferencia de los malos elogios comunes y corrientes, sean mecánicos de verdad, es decir fabricables con una máquina, de preferencia electrónica. Como las máquinas piensan menos de lo que se cree, esto exigiría encontrar un modelo estándar de elogio que, a través de infinitas variantes, fuese siempre el mismo. ¿Pero puede bastar un solo elogio para satisfacer la insaciable demanda, en un país hambriento de elogios?
(…) si se busca esa crítica feroz, pronta a devorar los engendros creadores, y se hace un mínimo recuento estadístico de las notas y reseñas que aparecen, resulta que lo único feroz en México es el silencio. Las reseñas y notas, son por lo general, elogiosas, o cuando menos, anodinas.”
Si de palabras folclóricas se trata, los piñazos en ello abundan; si de publicaciones dedicadas a la autopromoción del propio clan, parece que tales revistas (marginales o no) en ello tienen su única razón de existir; si de textos para relleno de espacios en la edición (“hay que publicar lo que vaya llegando”), cualquier reseña es buena, siempre y cuando sea inofensiva. Pero en fin, la amistad está antes que cualquier otra cosa, y no vale la pena perder el valioso tiempo en ridículas guerrillas de papel. Estas últimas no tienen nada que ver con el debate público y respetuoso; tal debate supondría tanto un mínimo de civilidad como de profesionalismo para distinguir entre cuestiones personales y cuestiones públicas, autor y obra, celebridad y calidad. Binomios fácilmente disociables, pero no en este país.
En cuestiones de juicio de calidad, lo que sobran son parábolas. Quisiera referir aquella del Evangelio, en la cual se habla del trigo y la cizaña. En un excelente trigal, llegó de noche el enemigo y sembró cizaña. Cuando ésta fue visible, los criados hablaban con el amo acerca de separar la cizaña y así separada juntarla para prenderle fuego. Extrañamente, el amo decidió que tal acción sí se llevaría a cabo, pero en el día de la cosecha, entiéndase: en el Día del Juicio, el trigo sería separado y almacenado, mientras que la cizaña sería consumida por el fuego eterno.
Algún amigo me comentaba: “Ojalá y publiquen a cuanta gente quiera sacar a la luz sus textos. De entre tanta publicación algo bueno ha de salvarse. Qué importa que ocasionalmente se publiquen libros-basura.” El optimismo casi siempre será una virtud, y según marcha la industria del elogio y conexas, habrá que esperar como en la parábola.
*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.