Espejo desenterrado: La fe, como la letra, con sangre entra
Dice Tolstoi que “no se vive sin la fe. La fe es el conocimiento del significado de la vida humana. La fe es la fuerza de la vida. Si el hombre vive es porque cree en algo”, sin embargo, Nietzsche asegura que tener fe es igual a no querer saber la verdad.
Ambos, en algún sentido, creo, tienen razón.
Por Karla Valenzuela
Y es que la fe no es solamente la primera de las tres virtudes teologales, asentimiento a la revelación de Dios, propuesta por la iglesia católica; implica, además, completa entrega a conocer y reconocer la verdad, ya sea subjetiva o absoluta. Así, lo que muchos catalogamos como verdadero, lo es en la medida que nosotros mismos lo validamos.
Y cuando hablo de validar, significa entonces que la verdad, o aquello –pues- a lo que le tenemos fe, requiere siempre ser refrendado con la conducta, con el pensamiento y –muchas veces- hasta con el sentimiento. Así, la fe se aplica para todo y, sí, hasta nos puede ayudar a sobrevivir cuando la vida se pone oscura.
El caso es que yo he sido, casi siempre, una persona escéptica por naturaleza; desde niña, esa credulidad entera no se me da, no puedo, menos ahora que veo que la realidad rebasa casi cualquier expectativa de ficción, o menos ahora que algunas campañas electoreras parecen pedirnos la fe ciega en los redentores, más que enfocarse en crear verdaderos proyectos a corto y largo plazo.
Y, claro, en la medida de que nos vamos haciendo viejos, cuesta más trabajo tener fe. Es más, la mayoría de las veces, creemos saberlo todo, conocer todas las verdades y hasta la verdad absoluta, pero la verdad es que –mientras se tiene vida- siempre estamos buscando algo más. Y es ahí cuando vuelvo a Tolstoi y retomo la fe como “la fuerza la vida” y entonces recaigo en Nietzsche y sé que, en efecto, muchas veces las personas no queremos conocer la verdad, y sin embargo la sabemos, y nos regodeamos en su búsqueda y la utilizamos para nuestro bien o para algún mal.
Y es que tanto la fe como la verdad son armas de dos filos: con ambas, se puede elegir ser feliz o infeliz.
Y es que tanto la fe como la verdad son armas de dos filos: con ambas, se puede elegir ser feliz o infeliz. Eso es algo que me queda muy claro. Aún así, yo prefiero la realidad más allá de la fe y lo verdadero; me gusta sentirme viva creyendo que mi realidad, lo que veo, lo que toco, lo que siento, tal y como Santo Tomás, es lo motiva mi existencia. Aún así, el punto es que CREO en una realidad concreta y esa procuro que sea mi única verdad. Ese es mi credo y en eso tengo fe. Y entonces, sólo entonces, me doy cuenta de que sí, la fe en que mi vida puede ser siempre mejor es lo que hace que mi mundo gire. Ésa es mi verdad.
*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.