viernes, noviembre 22, 2024
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Ludibria: Borges, Ironía de la memoria

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Ramón I. Martínez
Ramón I. Martínez. La ChicharraDe Jorge Luis Borges pudiera decirse los mismo que acerca de El Quijote: alabado de todos, leído por muy pocos. Los muy pocos que forman la inmensa minoría que en alguna dedicatoria alude Juan Ramón Jiménez; esos pocos y buenos hombres (y mujeres, seamos correctos) que han entablado un diálogo poético que trasciende tiempos y lugares.

Entre las múltiples preocupaciones metafísicas que inquietaban a Borges, quisiera en esta nota resaltar una: la memoria. Ésta se ve especialmente en su celebérrimo cuento “Funes el memorioso”. El personaje que da nombre al cuento se encuentra tullido, y es incapaz de olvidar así sea el más mínimo detalle. Sólo él tiene derecho a utilizar ese verbo sagrado: “recordar”.

La inmovilidad es un privilegio de los inmortales. Tal vez por eso la postración de Funes. Tal vez por ello, como a uno de los personajes de otro cuento de Borges, “El inmortal”, le ha crecido un nido en el pecho, pues lleva varios años de ausencia de movimiento: le han salido vida y aves del corazón, una vida que nace de la inmovilidad y termina por abrir las alas para reinaugurar el mundo.

Pero no vaya a pensarse que la inmovilidad del inmortal y la de Funes son idénticas: De ninguna manera. Hay dos diferencias básicas entre ambas: primera, Funes está inmóvil a causa de las heridas de una batalla, mientras que el inmortal lo está por propia voluntad; segunda, el inmortal está inmóvil no sólo por propia voluntad, sino para entregarse al más puro de los placeres: el pensar; en contraste, Ireneo Funes no piensa, sólo recuerda, acumula datos, pero nada más, según nos dice Borges: “Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.” ¿Hasta qué punto, en esta era de múltiples fuentes de información y de sensaciones simultáneas y avasalladoras, no nos sentimos ahogados en el tráfago e incapaces de olvidar: sin abstracción, sin pensamiento, sin sentido de la vida?

Para abstraer, para dar sentido a la vida en juegos con los límites y el tiempo, es que Borges cuenta historias (tanto en sus narraciones como en sus poemas), y las canta como en los orígenes lo haría Homero y Hesíodo. En su ensayo, “El arte de contar historias”, Borges apuntaba acerca de cómo cantar y contar una historia se hermanan en la tradición literaria (la misma que él sigue) : “los poetas parecen olvidar que, alguna vez, contar cuentos fue esencial y que contar una historia y recitar unos versos no se concebían como cosas diferentes. Un hombre contaba una historia, la cantaba; y sus oyentes no lo consideraban un hombre que ejercía dos tareas, sino más bien un hombre que ejercía dos tareas, sino más bien un hombre que ejercía una tarea que poseía dos aspectos. O quizá no tenían la impresión de que hubiera dos aspectos, sino que consideraban todo como una cosa esencial.”

Borges, hombre genial y retraído, al hacer el retrato intenso del mundo (su mundo) nos ha dado una imagen de sí mismo; aquello que ama, aquellos y aquellas en los que su corazón reposa, de tal modo que nos hace pensar en su cuento “El Hacedor”: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.”

El autor es una entidad histórica: existe fuera del texto y en el texto. Sin embargo la persona mantiene una relación tan solo simbólica dentro del poema que la articula. Su acción es figurativa; se enuncia como texto. El citado retrato sobrevive al autor Borges; famoso dilema en el breve relato de “Borges y yo”: “Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.” Ese otro, el autor que por fuerza sobrevive a la persona, a esto que somos: sombras que pasan.

 

 

*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.


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