La Perinola: Un mundo de infelices
Por Álex Ramírez-Arballo
La felicidad es vivir sin miedo, es decir, ser plenamente libres para pensar, sentir, decir y hacer, todo esto en perfecta armonía. No tenemos más elevada misión que esa, y quien no lo acepte así se encuentra desperdiciando su vida acotado por los temores, encerrado en un pudor enfermo, agobiado por ansiedades sociales y amenazas inexistentes que lo paralizan y envilecen. Ser una persona adulta es avanzar en una dirección definida, con sentido y pasión, con transparencia de intenciones y una profunda alegría por el privilegio cotidiano de la existencia.
Nuestra vida es un proyecto propio -el más importante- y no podemos dejarlo de lado como si fuera una responsabilidad más entre muchas otras que tienen una mayor prioridad. Ser felices repercute en la sociedad y no debe entenderse como una frivolidad: las personas felices son más productivas, responsables, creativas, generosas y conscientes de las grandes necesidades que tenemos como comunidad y que todos padecemos en carne propia, sobre todo los más débiles. Trabajar por nuestra trascendencia es vivir una vida con sentido, es decir, con rumbo y con razón, con corazón y con alma; esto es algo que debe asumirse con seriedad, insisto, que debe promoverse con inteligencia a través del arte, de la academia y los medios de comunicación, por señalar sólo algunos estamentos sociales en que este cambio epistemológico, perdónenme ustedes el palabro, debe manifestarse. Soy muy entusiasta y creo que este cambio ya se encuentra en marcha.
¿Qué es lo que tenemos cuando descuidamos nuestro proyecto de vida? Pues lo que vemos a diario en muchas partes, una sociedad de canallas e infelices incapacitados para la solidaridad y el afecto, que delinquen sin bochorno alguno, que no dejan pasar la menor oportunidad para abusar de los demás y llevar algo de valor hacia sus propios intereses. Se trata de seres humanos meramente instintivos, que pueden ser incluso eruditos e intelectualmente dotados pero que están condenados, por su ceguera moral y su dureza de corazón, a pasar por este mundo sin conocer la ternura, que es la forma más dulce de la sabiduría.
Todo eso que digo lo resumo en una frase muy sencilla: la gran injusticia de nuestro tiempo es ignorar el valor de nuestra propia vida.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com