viernes, noviembre 22, 2024
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Ludibria: A veintisiete años de La otra voz

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Y escucho con mis ojos a los muertos
– Quevedo

 

Ramón I. Martínez
Ramón I. Martínez. La ChicharraReleer es volver a escuchar, revisitar a un ser querido. En 1990, Seix Barral publicó en Barcelona una reunión de ensayos de Octavio Paz, libro que ha sido titulado La otra voz, poesía y fin de siglo. Nos dice el propio Paz acerca de su libro: “¿cuál será el lugar de la poesía en los tiempos que vienen? Más que una descripción y menos que una profecía, mi respuesta es una profesión de fe. Estas páginas no son sino una variación, una más, de esa Defensa de la poesía, que, desde hace más de dos siglos, escriben los poetas modernos.”

Hablar de defensa presupone hablar de ataque, así éste sólo fuera producto de una eventual paranoia. “Al escribir estas reflexiones he recordado una y otra vez, no sin melancolía, las luchas que durante muchos años y en distintos países sostuvimos algunos poetas, escritores y artistas. En mi juventud, en contra del realismo socialista, una doctrina que pretendía someter la literatura a los dictados de un Estado y de un partido que, en nombre de la liberación del género humano, levantaba monumentos a la gloria del látigo y la bota. Más tarde, la querella de la literatura comprometida. Si la idea de Sartre era confusa, las interpretaciones a que dio pie fueron deletéreas. Hubo necesidad de fumigarlas con la crítica. No me arrepiento de esas batallas; valieron la pena. Hoy las artes y la literatura se exponen a un peligro distinto: no las amenaza una doctrina o un partido político omnisciente sino un proceso económico sin rostro, sin alma y sin dirección. El mercado es circular, impersonal, imparcial e inflexible. Algunos me dirán que, a su manera, es justo. Tal vez. Pero es ciego y sordo, no ama a la literatura ni al riesgo, no sabe ni puede escoger. Su censura no es ideológica: no tiene ideas. Sabe de precios, no de valores.”

Si se ha hablado de luchadores sociales, cabe hablar de luchadores culturales. En nuestro país, en primer lugar, Octavio Paz. No sólo se dedicó a “fumigar” insectos y cucarachas. A la vista está la labor desempeñada por esa luminaria que representa la revista Vuelta, fundada por Paz, como es del dominio público. Esto sin contar tanto la gran cantidad de escritores que se han formado a su vera, como su invaluable y enorme obra ensayística y poética. Hablar, así sea someramente, de los méritos de Paz, tal vez pudiera ser excesivo, pero nunca estorboso.

Nuestra historia está en deuda con este hombre universal, valiente que como pocos defendió el derecho de no quedarse callado, figura señera de México. Merece no sólo su nombre en letras de oro en ese establo que tenemos por congreso de la nación. Merece mucho más que eso.

La pregunta sería, siguiendo con la lógica señalada por Octavio Paz en el texto de arriba: ¿cuáles riesgos entraña el libre mercado para las artes y la literatura?; quizá estamos ante un lamentable caso más de globalifobia –extraño término pero efectivamente inventado por un insigne defensor del libre mercado.

No está de más recordar que la globalifobia es un mal de nuestro tiempo. A consecuencia de dicho mal, se sufren los embates de intolerantes que protestan y se manifiestan en claros resabios de oscurantismo medieval: ¿qué les cuesta esperar los mágicos y benévolos efectos de la macroeconomía? Dios dará a su tiempo la lluvia para los campos, hay que comprender y esperar los bálsamos de la abundancia venidera.

Volviendo a la pregunta que viene al caso, quisiera reseñar brevemente dos de estos riesgos señalados por Paz.

Por una parte, la industria editorial contemporánea tiende a disolver la diversidad de públicos en una mayoría impersonal. Dicho de otra manera y exagerando las proporciones, no importa tanto una mayor variedad de libros para una mayor variedad de minorías, sino una mínima variedad de títulos para abastecer el consumo forrajero de una inmensa manada de lectores estandarizados, y que me perdonen los hatos ganaderos, sea ganado menor o mayor. Esto tiene su explicación: el autor produce objetos de consumo (libros) los cuales manufactura y distribuye el editor entre los consumidores (lectores). Entonces, el ideal sería un solo público, un solo libro: aumentar los tirajes, reducir la diversidad. Consumismo y despilfarro son seres mellizos y monstruosos, y ocasionan, entre otras lindezas, montañas de libros –en su inmensa mayoría bestsellers, los cuales suelen ser aves de paso– que se acumulan en varias librerías y bibliotecas, sin utilidad alguna, libros los cuales constituyen una rara subespecie de basurón.

Afortunadamente, existen valiosas aunque pocas editoriales comerciales e instituciones públicas que se han dedicado a invertir en la producción de libros de poesía y demás géneros literarios, en franco desacuerdo con el consumismo reinante. Diversidad de géneros, respeto a las minorías.

Por otra parte, la evaporación de los fines es la contrapartida del crecimiento de los medios: prensa, televisión y publicidad. Nuestro presente es un tiempo sin oriente ni norte que lo guíe, literalmente desorientado. En el ámbito de la tradición literaria, la expansión del presente se manifiesta por la tendencia hacia la comunicación instantánea, soslayando el pasado y el futuro, en aras del consumo rápido, análogo al fast food, fast sex, fast track, fast book: qué aberración. Ya no importa la perdurancia. “El instante estalla y se disipa”.

“Si nuestro pecado se llama disipación, nuestro castigo se llama olvido”, nos dice Octavio Paz en su La otra voz, poesía y fin de siglo.

“Disipación” proviene de la palabra latina “dissipatio”, la cual significa, entre otras cosas, dispersión, disolución, destrucción.

Vivir inundado de imágenes dispersas, disuelto entre el vaivén y el tráfago, destruyendo cualquier rasgo de coherencia, pretender construir una torre y no terminar nunca de consolidar los cimientos, dominio de oscuridad y luz alternadas. La actitud de no recordar lo que se hizo el día anterior. Incapacidad de trabajar a largo plazo, sólo esperar un golpe de suerte (o de inspiración, es lo mismo). Difícilmente surgiría de todo esto algo que fuera digno de ser memorado con agrado, trátese de gente, trátese de obra –no importando que se pretenda artística.

 

 

*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.


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