Mamborock: Que todo sea amor
Por Carlos Sánchez
Issac baila. En el vientre de su madre. Al compás del rasgueo, la voz. Isaac sigue con cadencia el sonido de un cajón de madera que da notas alegres. Un bossa nova, un blues.
En sus siete meses de gestación, Isaac no se guarda nada. En el océano que habita es la pura fiesta. La paradoja sobre la circunstancia de vida de su madre quien, mientras espera la llegada de su bebé, espera también la sentencia de un juez.
Es la prisión de mujeres, en Hermosillo. Es miércoles por la mañana. Es Melbeat, dueto que conforman Alma y Melody, las chavalas bajacalifornianas, trotamundos, las que con sus rolas van por la vida y sus ciudades.
Hoy se solidarizan, fraternizan y tocan a la puerta del Reclusorio. Acceden. Un café y galletas, sonrisas y saludos: escenario para la bienvenida. El proyecto que se traza es rolar las rolas. Y conversar con las morras presas.
En el aula, donde los libros son albergue del pensamiento, la imaginación. Allí las Melbeat parlotean sus historias. Llevan de la mano a las chavas quienes atentas disponen sus miradas. Cuentan las morras músicas el rol consuetudinario que construyen. De pronto la carretera y un aventón les vuela la greña.
Un día en la playa, una noche en una gasolinera. Acampar para después seguir. Y así las rolas que brotan. En el momento menos esperado. Las rolas y su historia, las rolas allí, para los oídos de las morras que de tanta emoción aplauden. También preguntan. Se hace la tertulia, las palabras de ida y vuelta, las canciones como un remanso para los días de prisión.
Qué bonita es la acústica cuando la pasión se manifiesta. Qué perfecto es el espacio si la armonía se presta. Melbeat tocando para ellas, ellas abriendo las ventanas de sus pechos. Acogiendo el timbre de la voz, el son de los golpes en el cajón, la melódica que se dibuja como un coro colectivo de pájaros. Acordes que visten los versos, en ellos las historias que se cuentan. Predomina el amor.
La crónica de los viajes que son uno solo. La playa con sus olas. La fraternidad en cada milímetro de suelo que se pisa. Es la enseñanza. Melbeat deshojando el álbum de colección en la memoria, para ellas, para las chavas que miran y escuchan y preguntan.
La conclusión en las chavas es quizá el saber que sí, que es posible otra mañana y el sol. Construir con la imaginación un proyecto similar al de Melbeat, donde la premisa fundamental es Que todo sea amor.
Las morras tararean, mueven sus manos contra el mesabanco, las otras morras que hacen música atienden y responden a las inquietudes. Agradecen la posibilidad del encuentro. Venir a la cárcel se les inscribe trascendente en la memoria. Porque como lo expone Melody, “Lo que le duele al otro nos duele también”.
Es miércoles y las chavas que habitan la cárcel, se van de viaje. Trepan al equipaje de Melbeats, la vagancia desde las palabras, el horizonte, la madrugada, arena y aves. La caja de pandora que es la mente, ejerce los sueños. A través del ritmo, trova y rock.
Antes de la nota final, hay tiempo para el click de una cámara. Atesorar el encuentro. Registrarlo como vestigio de dar y recibir. Darse.
Antes de atravesar la puerta de la cárcel, antes de retornar a los proyectos de viaje, las Melbeat dicen que desean regresar. Será más pronto que temprano. Acudirán porque la vida es oportuna, al bautizo de Isaac, quien en dos meses andará entre los arrullos de su madre y las madres en colectivo.
Mientras esto ocurre, Isaac permanece en su océano. Bailando con un Bossa nova, el blues, Melbeat como rúbrica de Que todo sea amor. La consigan desde ya en Isaac. ¿Existe la memoria prenatal?