Espejo desenterrado: Es tiempo de soltar palomas…
En un mayo cualquiera, de esos en que los 40 grados sobrepasan la capacidad de asombro, caminaba por las calles de la Universidad de Sonora y de repente me encontré con un hombre que leía.
Por: Karla Valenzuela
Estaba ahí sentado tan cómodamente que hasta parecía disfrutar el clima. Era, creo, 1994, y él decía llamarse como mi padre: Sergio Valenzuela. Leía algo de un tal escritor francés que ya no recuerdo. El caso es que disfrutaba tanto su libro que ni siquiera se daba cuenta de que los rayos del sol podían quemar hasta el alma. Me impresionó entonces su ahínco por la lectura. Yo que siempre me había jactado de ser una empedernida adicta a los libros, nunca había podido evitar que el calor acabara con mis ganas de letras. Tal vez por eso prefería siempre las bibliotecas para encontrarme con Cortazar, Sabato o el buen Nietzsche.
Después de mi cara de asombro, resultó entonces que ese lector era también un escritor célebre que yo ya había leído, que conocía por sus letras, pero no por su apariencia, por lo menos no del todo. También resultó que tiempo después debí entrevistarlo para un compendio que mi maestra favorita hacía sobre literatura sonorense.
Luego de reconocer a Sergio a través de lo que le había leído, la charla fue interminable: que si esto, que si lo otro, que si todavía habría tiempo de soltar palomas…
Juntos hablamos largas horas de la semántica, de los sarcasmos, de las sátiras habidas y por haber. Su risa resonaba entonces como imagino que suena la felicidad. Hablamos de literatura y de vida, de las historias que dejan los vivos y los muertos. Desde entonces, se convirtió – él lo dijo- en mi padre putativo, y estuvo al pendiente de mí hasta su muerte. Yo le presenté uno de sus libros, él presentó – y es un honor- uno mío. Él, pese a que me consta que no se sentía feliz siempre, me enseñó a refugiarme en los relatos de un buen texto y –por qué no- a practicar la búsqueda de la felicidad a través de los libros.
Sabía demasiado de vivir, de reír, de sufrir, de escribir, de ser
Sergio era, lo digo sinceramente, un genio. Veía la vida de una manera distinta, para bien o para mal. Sabía demasiado de vivir, de reír, de sufrir, de escribir, de ser. Hasta supo más que lo suficiente acerca de morir. Él falleció un mayo algo caluroso como el que había cuando lo encontré en aquella banca. Me dejó manuscritos, libros, Puig e infinidad de memorias. Y hoy que se acerca un aniversario más de su huida sólo quisiera que estuviera aquí, poder disfrutar de este clima tan inaudito para estas fechas y reír o llorar por el que pasa, por el que escribe, por quienes éramos y seríamos.
*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.
Gracias Karla por compartir tu crónica. Es tiempo de re leer a Sergio Valenzuela. Un gran escritor, gran persona y un gran amigo.