Ludibria: Dionicio Morales revive al poeta Abigael Bohórquez
Ramón I. Martínez
El mejor homenaje que se le puede hacer a un poeta es leerlo con devoción. Y ello no fuera posible de no ser por la admirable labor editorial realizada por personas e instituciones a las cuales se les podía calificar casi de altruistas, dado que la gran mayoría de las editoriales comerciales prefieren siempre publicar narrativa –en especial, novelas—antes que cualquier otro género.
A decir del inolvidable Carlos Pellicer durante una entrevista concedida hace ya más de treinta años, «Abigael Bohórquez es el primer poeta importante da el Norte… México tiene en este joven a un poeta extraordinario». Pese a ello, Abigael ha sido relegado de la gran mayoría de las antologías importantes de la poesía nacional, y ha sido publicado en ediciones casi marginales, de escaso tiraje, que a lo mucho alcanzan los mil ejemplares.
Tal hecho tiene una doble explicación. Por una parte, Bohórquez escandaliza a muchas buenas conciencias dado que en él se presenta la asunción sin traumas de su condición homosexual, lo cual le acarrea incomprensiones y odios mal disimulados. Por otra parte, el poeta padeció de falta sentido de editorial, además de que siempre estuvo alejado de la autopromoción y de los círculos de poder cultural.
Ello redunda en el escaso conocimiento de su poesía, fomentada por un escandaloso silencio de parte de la crítica en torno a su valiosa obra, plena de variados y ricos matices, de ninguna manera encasillable en una u otra temática. Como a veces se le ha querido encasillar como un simple poeta gay, siendo que la poesía cuando es verdadera –como es el caso— no requiere de tales adjetivaciones que sólo limitan el acercamiento de los lectores, prejuiciándolos.
Antes bien, Bohórquez es heredero legítimo de la tradición de los Contemporáneos, generación de la que el delata gran influencia e incluso admite su admiración por Novo; es un gran innovador de la poesía erótica hispanoamericana, sin importa la preferencia sexual de quien la escribe; es heredero también de la Generación del 36, de donde la devoción por Cernuda y García Lorca son manifiestas en un canto de amor pagano, terriblemente humano; y es también un poeta cuyos dominio verbal y singular rítmica serían suficiente motivo para ser admitido en el canon literario mexicano.
Por eso, en un acto de justicia a todas luces aplaudible, Dionicio Morales realiza una recopilación de lo mejor de Abigael Las amarras terrestres. Antología poética. (1957-1995), bajo el auspicio de la Universidad Autónoma Metropolitana. El propio antologador nos dice en el prólogo: «Algunos lectores se preguntarán porque una antología tan vasta. Puedo mencionarles dos razones: Una: es la primera ocasión que tienen entre sus manos la obra reunida de un poeta importante, casi desconocido en el ámbito de nuestras letras y por eso era necesario caer en el “exceso”; dos: su poesía lo amerita»
Cabe aquí hacer un comentario respecto a la disparidad entre la recepción de los libros de poemas y su suerte posterior. Para ello cabe recordar lo que Octavio Paz dice en La otra voz. «El tránsito de la hostilidad o de la indiferencia a la comprensión no ha sido nunca instantáneo y requiere tiempo. En este caso, tiempo quiere decir cultura, en el sentido primero del término: el lector debe cultivarse. Ese cultivo, como todos, es productivo: implica cambios y transformaciones. Cada nueva obra poética desafía a la comprensión y al gusto del público; para gozarla, el lector debe aprender su vocabulario y asimilar su sintaxis. La operación consiste en un desaprendizaje de lo conocido y un aprendizaje de lo nuevo; el desaprendizaje-aprendizaje implica una renovación íntima, un cambio de sensibilidad y de visión. La experiencia no es privativa de la edad moderna; los cortesanos y los clérigos del siglo xvi tuvieron que aprender, en Inglaterra, el lenguaje de los “poetas metafísicos” y los españoles, en el xvii, el de Góngora y sus seguidores. El fenómeno se repite en cada época y en todas las sociedades. La querella de las formas y los lenguajes artísticos casi siempre está ligada a la pugna entre las generaciones: lo antiguo y lo nuevo, los viejos y los jóvenes.»
Quizá ha llegado el momento de que se ejerza justicia poética con este gran poeta del Norte y de todas las latitudes.
*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.