Espejo desenterrado: Cuando conocí a Leonardo
Por Karla Valenzuela
No hace mucho tiempo, hará apenas una veintena de años, conocí a Leonardo. En ese entonces, para mí era sólo un hombre de barbas prominentes, dueño de una calvicie tal que lo hacía lucir muy inteligente, un viejo sabio de ideas al que se le cayó el pelo de tanto pensar.
En general, me pareció un hombre reservado, enigmático y cautivador. Por lo menos su imagen me hizo pensar desde el primer instante que con él se podía entablar una gran plática nocturna, de ésas que de tan amenas se vuelven infinitamente agradables, memorables, pues.
Y es que no sé si a usted le haya pasado alguna vez, pero hay personas que dicen cada cosa que sencillamente charlar con ellas resulta un verdadero aburrimiento. Yo tengo varios amigos que son por el estilo, y uno los quiere así como son, sin criticarlos, “aguantando vara”, como dicen, pero vaya que cuesta trabajo tenerles paciencia, con todo y que usted, como yo, piense a la manera estoica “si no los aguanto yo, entonces quién los lidiará”. En fin.
Pero le decía, hay plumajes que son enteramente toditos ellos fastidiosísimos, pero el plumaje de Leonardo no era de ésos. El sólo verlo a los ojos ya era, de por sí, gratificante en muchos sentidos. Y es que su mirada parecía tan intensa que cualquiera diría que escondía detrás una gran sapiencia, producto de muchos años de conocimiento; es más, si el maestro Ciro Sotelo lo hubiera visto, rápidamente le sacaría la edad por su conocimiento, y tal vez le diría: “Tú tienes como doscientos años”. Y es que este escultor, Ciro pues, tiene la gran virtud de percatarse de la edad de uno por su mirada, por la sabiduría que irradia, diría él.
No sé si Leonardo logró verme a mí en ese momento. Todo parecía indicar que me veía; de hecho, en el momento que lo encontré parecía que en la habitación estábamos sólo él y yo, él y yo y su interminable conciencia de ser quien era: una persona fascinada por la ciencia, las humanidades, la vida misma; pero también una persona obsesiva de los secretos.
Nunca supe nada de su vida privada. Su obsesión era tal que su propio diario lo escribió, según dicen, en un indescifrable código, tan indescifrable como él mismo.
En estas casi dos decenas de años que tengo de conocerlo, sé muy poco de su infancia, de sus momentos de cotidianidad. Sólo sé que es un apasionado de la geometría y las matemáticas y que, también, adora la música.
Nada más me tocó darme cuenta de su desarrollo profesional: Simplemente la ha hecho de todo. Trabajó en algunos proyectos de artefactos parecidos a un avión o a un helicóptero. Hizo algunos bocetos que aluden a lo que se conoce como el paracaídas, entre otras cosas. Además, dicen que se dedicó a la pintura, que tiene algunas célebres, que oculta secretos bajo sus lienzos.
Y ahora me vienen a decir que hay alguien que lo conoció mejor que yo; que desgranó en palabras sus misterios, que hizo luz sus verdades tan escondidas en película. Yo, simplemente, no lo sé de cierto, pero supongo que Dan Brown no habla de certidumbres sino de verdades noveladas, ficticias al fin porque así es la vida. Supongo que la perspectiva de Brown no es ni siquiera parecida a la del buen Leonardo, mi amigo, Da Vinci, porque al fin de cuentas cada quien tiene su visión del mundo y estoy prácticamente segura que Leonardo prefiere, como siempre, quedarse reservado, ininteligible, lejos de las turbias mentes que habitan el mundanal ruido. Todos los días, como yo, alguien descubre a Leonardo, se acerca a él, se identifica, lo redescubre cada día como quien revive la Última Cena y le encuentra cosas nuevas, nuevas traiciones, nuevas verdades, nuevos puntos de vista. Y poco a poco, sin necesidad de alguien que nos ayude a decodificar, vamos entendiendo sus pretextos para existir, sus motivos para ser quien es.
*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.
Karlira, debe haber al día de hoy, un ser de carne y hueso, diferente a la de los de otros plumajes. no de la estatura de Leonardo, pero si con dichas cualidades. Me gustó tu escrito, saludos