viernes, noviembre 22, 2024
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Imágenes urbanas: Coctel de coco

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Por José Luis Barragán Martínez
José Luis Barragán
La tarde de aquel sábado se dirigió al centro de Hermosillo para darse el gran gusto esperado, disfrutando desde antes de aquella experiencia que ya casi ni recordaba por la escasez económica, apretando los labios y asegurándose de llevar el dinero suficiente.

Se bajó del ruletero Luis Orcí-Conasupo ya que vivía en El Choyal (de hecho era fundador de la colonia), caminó por la calle Noriega, luego por la Matamoros rumbo al mercado municipal y al toparse con la Plutarco Elías Calles viró a la izquierda, allí estaba el vendedor, caminó lentamente y preguntó:

– ¿Maestro, me puede vender un coctel de coco, de puro coco?
– Sí.
– ¿Cuánto cuesta?

– Cuarenta pesos vaso grande.
– Me da uno por favor.

Miró con placer el cuchillo que fue picando suavemente aquella media bola, negra por fuera y blanca por dentro, y cómo los pedazos fueron acomodados uno a uno, luego un baño de salsa roja y como remate medio limón exprimido.

Se dirigió hacia la calle peatonal a disfrutar de aquel banquete, caminaba lentamente para que no se le fuera a caer la más mínima porción, hasta el tráfico se detuvo para dejarlo pasar, una niña gritó desde el interior de un Onapafa lleno de abolladuras:

– ¡Amá, yo quiero un pico de gallo de coco como ese que lleva el señor moreno pelo chino!

Llegó y se recargó en uno de los maceteros, tomó el primer pedazo de coco y mientras lo saboreaba miró a su alrededor, a lo cerca, a lo lejos, y sintió que nada le importaba… más que ese momento.

Pero casi inmediatamente una mujer de edad madura, con demasiada pintura en el rostro y fuerte olor a perfume barato se le acercó:

– Quiubo mi rey, por trecientón te hago conocer el cielo.
– No puedo, estoy esperando a una persona.
– No seas miedoso, aunque sea dame un pedazo de coco.
– No, es que no es mío, me lo dejaron encargado.

Apenas se disponía a seguir comiendo cuando se le acercó un mendigo:

– Oiga, ¿tiene alguna ayuda que me dé?
– No tengo, a la otra.
– Un pedazo de coco aunque sea.
– Es que le puse una medicina que estoy tomando y a lo mejor le cae mal.
– No importa, tengo estómago de trailero.
– Lo siento, no quiero que se vaya a enfermar por mi culpa. Una señora allí cerca le gritó:
– ¡Oiga no sea egoísta, déselo, yo se lo pago!

No podía creer lo que le estaba ocurriendo, así que sin decir palabra tomó el vaso y al hacer el intento de retirarse tropezó con un perro que también lo observaba y fue a dar contra el suelo, regándose el coco por todos lados, el chile y  limón fueron absorbidos por los adoquines sedientos, todavía peor, la gente que lo rodeaba soltó la carcajada.

Se levantó como pudo y se dirigió a tomar el Luis Orcí-Conasupo, contando hasta un millón para no explotar, pensando en las dificultades de estos tiempos hasta para darse un  gusto como el saborear… un simple coctel de coco.

 

 

*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador


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