Espejo desenterrado: Padre sólo hay uno
Por Karla Valenzuela
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, Aureliano Buendía recordaría el día en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, reza el primer párrafo de Cien años de soledad como una sentencia que acaparará toda la novela de García Márquez. Una sentencia de nostalgia, de infinito apego a la recuperación de toda la magia y el deber que encierra el patriarcado.
A veces venerado, en muchas ocasiones ensalzado, el padre es, en nuestra sociedad latinoamericana injustamente olvidado ante la imbatible imagen de la maternidad. Es la madre la que al principio, en medio y al final de todas las cosas que nos rodean, forma parte esencial de nuestra vida no sólo por una cuestión biológica, sino además por una razón de conformación social. La madre, dice algún investigador por ahí, moldea al ser humano, le da forma a sus emociones, a su necesidad de ser y de existir. El padre, en cambio, lo provee de todo lo elemental para sortear los obstáculos que impone la misma sociedad que lo creó. Pero, curiosamente, del padre nos quedan siempre las reminiscencias de lo material, de lo meramente tangible. En tanto que de la madre nos queda siempre toda la añoranza de lo sentimental.
Al final de cuentas, aunque los sociólogos y psicólogos tengan ya algunas tesis preestablecidas sobre la materia, es el individuo mismo quien forja día a día la relevancia en su vida de la figura del padre o de la madre.
No en vano, existen los Pedros Páramo que eternamente buscan su propia identidad en la significación de la paternidad.
Así que a propósito del Día del Padre oí a una fémina decir que este día no era tan importante como lo es el Día de las Madres, y luego aclaró: “No hay que festejarlo tanto, pues. Es nada más el pretexto para que los hombres se echen unas cuantas cervezas”. Y yo creo que el sólo hecho de pensarlo es ya injusto. Lo que es verdaderamente irrelevante es que haya un día del padre o de la madre, como si su ardua labor fuera cosa de un día. Lo que es trascendente es que el trabajo de los padres, de los amigos (por aquello del famoso Día de la Amistad, que también queda en este tema), y demás, no es festejable en una sola fecha, como si toda la dedicación, el empeño y hasta digamos que eso que llaman amor, fuera medible con paradigmas propios de la mercadotecnia.
Y es que estas cosas hay que entenderlas así, como simple y llana mercadotecnia; como una estrategia más de ventas. Después de todo, no interesan los orígenes del establecimiento de las fechas memorables, ni mucho menos los porqués a la hora que acudimos a comprarle tal o cual obsequio a nuestros seres queridos únicamente porque es su día y todo el mundo se comportará igual que nosotros. Luego, se vería muy mal si desentonamos con las costumbres “zoociales”.
Tengo que decirlo: Muchas cosas son injustas en este mundo. El establecimiento de diversos comportamientos sociales no se salva de eso. Y es verdad, el Día del Padre es poco valorado en comparación con el Día de las Madres, pero al final eso no importa, porque más tarde o más temprano, en la soledad de nuestro espejo, recordamos al padre, a la madre, o a cualquiera que haya formado parte de nuestra existencia con tal perenne nostalgia, que no importa ninguna sociedad.
*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.