Ludibria: Palabras en reposo, Alí Chumacero
Ramón I. Martínez
A sus casi noventa años de edad, el poeta Alí Chumacero (Acaponeta, Nayarit 1918- México, 2010) se mostraba lúcido, entero, creativo, feliz, ingenioso, pródigo en la palabra y de un excelente sentido del humor, como lo consignaría algún sabio del budismo zen: la verdadera maestría, la auténtica sabiduría, implica un retorno a la pureza originaria de la infancia. Su corazón es el de un niño asombrado que descubre la novedad de lo cotidiano, entusiasta, dispuesto siempre a aprender.
Su producción poética es muy breve. Sólo tres libros de gran intensidad, por orden de publicación: Páramo de sueños, Imágenes desterradas y Palabras en reposo. Obra poética muy celebrada por diversos críticos y poetas; dice respecto a la misma Antonio Castro Leal que está “hecha con las puras e intencionadas esencias líricas”: no hay desperdicio en los poemas de Chumacero, todo está en su lugar y hay provecho para el lector atento. El caso del poeta nayarita es semejante al de su coetáneo Juan Rulfo: obra breve, de altísima calidad literaria, publicada antes de los cuarenta años de edad, tras lo cual se evadió publicar libro adicional a su literatura personal.
Palabras en reposo, reimpreso en 2007, obra perdurable y fundamental para la poesía mexicana, de profundo sentido elegíaco, expresa desde su título una poética: no es en el tráfago donde nace el poema, sino en la reconcentración del espíritu, en el silencio que sólo es silencio en apariencia.
Diálogo interno del poeta no consigo mismo sino con otras voces que le antecedieron en sus búsquedas, en su desasosiego, en su desamparo, en su “amorosa raíz”, por usar esta expresión tan suya.
El poemario que nos ocupa consta de dos secciones, a saber: “Búsqueda precaria”, “Destierro apacible”. Hay a lo largo de sus páginas un oscuro sentido del misterio y del deseo: una búsqueda que en sí misma se justifica y da sentido a la existencia. También es posible encontrar el perpetuo matrimonio entre la muerte y el sueño, velado por el poeta que pudiera ser designado, según el célebre verso de Gilberto Owen, como “Poeta viudo de la poesía”. No es la muerte del otro lo que nos mueve, sino la conciencia de la propia, un velado reflejo en el mar de imágenes que nos presenta el poema: “Acaso un lívido desdén golpea / al crepitar la espuma y alza el viaje / de labios y derrotas y destruye / la quieta soledad de la armonía, / la impasible llanura del silencio.” (fragmento del poema “Mar a la vista”). La alusión y la sugerencia finas son notables en este libro, un soberbio dominio del ritmo en el lenguaje, atmósferas de inconcreciones descriptivas que connotan un enamoramiento de la noche, de la belleza que escapa y fugitiva siempre es la razón última del poeta.
También es notable el sentido de la errancia. Eterno peregrino, errabundo, nostálgico, el poeta vaga siempre a la conquista de la patria verdadera: el poema. No hay lugar para la conformidad: rebelde a todo límite, sólo se somete a la única diosa: La Poesía.
El poeta Alí Chumacero ha conocido innumerables homenajes, en su fructífera longevidad. Se considera a sí mismo “un obrero” de los libros antes que un intelectual. Se mira en su trayectoria como alguien que ha sido corrector de estilo, que ha estado en contacto con los originales de muchos libros (entre ellos, Pedro Páramo), que guarda estrecho contacto con los libros no sólo despierto sino también al dormir o mientras duerme, y que espera que así sea hasta el final de sus días. Ha dicho cuando los cincuenta años de Palabras en reposo, en 2006: “Más que un escritor, yo soy un tipógrafo. Un hombre de libros, un hombre de imprentas, de trabajo elemental. A la vida me he entregado con suma pasión, tengo un prestigio, a veces olvidado en las cantinas, y tengo un gusto constante por la cultura en sus distintas manifestaciones artísticas”.
En 1992, Alí Chumacero durante una entrevista afirmó: “Pienso que mi último libro, Palabras en reposo, va a quedar como un libro digno de aprecio en la historia de la literatura mexicana. Los dos libros juveniles no creo que sean reprochables; son textos muy vivos; todavía no tienen la concentración del último, pero en conjunto los tres se complementan.”
*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.