Imágenes urbanas: “¡El volcán es nuestro!”
Por José Luis Barragán Martínez
Ocurrió en el Centro de Gobierno de Hermosillo cuando salía de un elevador, “¡oiga!”, me dijo una señora, “¡el volcán es nuestro!”, luego sonrió y me dijo: “Hace tiempo lo leía en el periódico El Imparcial, ponían una foto de usted en sus artículos por eso lo reconocí, allí varias veces dijo que era de Colima, de una de las faldas del Volcán de Fuego, yo soy de Jalisco”.
El Volcán de Fuego de Colima tiene una altura de 4,500 metros sobre el nivel del mar, se encuentra casi en la línea divisoria entre Colima y Jalisco, y aunque oficialmente pertenece a Colima, siempre se ha dado esa polémica entre las poblaciones de ambos estados ya que todos quieren ser dueños del gran coloso que constantemente hace temblar la tierra con sus rugidos, lanzado fumarolas y lava.
Ese día en el Centro de Gobierno, ya entrado en plática con mi casi paisana la señora María Eugenia Guízar Barajas, me dijo que era originaria de Tizapán el Alto, cerca de Chapala, y que pertenece a la generación 1977-81 del Centro Regional de Educación Normal de Ciudad Guzmán, Jalisco, precisamente de donde era originario el escritor Juan José Arreola, “en la Normal me dio clases su hermano Librado Arreola, ‘Ojos de tintes vagos’ me decía, lloré cuando supe de su muerte”.
Le dije a doña María Eugenia que tuve la suerte de tratar al maestro Juan José Arreola cuando trabajé en el Palacio de las Bellas Artes allá en la Ciudad de México durante la década de los 70, “la primera vez que lo vi me sorprendió con su vestimenta negra, su capa y su sombrero, era un domingo por la tarde y casi iba volando porque se le había hecho tarde para la presentación de la Orquesta de Cámara de Berlín, poco después, como era visitante asiduo del Palacio, trabé amistad con él y en verdad que era un placer escucharlo, más confianza me tomó porque ambos habíamos nacido en las faldas del volcán, yo por el lado de Colima, en Cuauhtémoc, y él por el lado de Jalisco, en Ciudad Guzmán, ‘¡Zapotlán!’ me corregía, porque nunca estuvo de acuerdo en que le quitaran el nombre prehispánico a dicha ciudad”.
Ya para despedirme de la maestra María Eugenia, quien vive en el fraccionamiento “Las Praderas” aquí de Hermosillo, me comentó que por su apellido, es pariente del inolvidable “Tito” Guízar.
*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador