Imágenes urbanas: Fifí
Por José Luis Barragán Martínez
Al dar la vuelta a la hoja de los “económicos” se encontró con la foto de un perro que ocupaba un cuarto de página, leyó en la parte de abajo: “Se gratificará con 10 mil pesos a quien entregue o dé informes que permitan localizar a ‘Fifi’, extraviado en la colonia Raquet Club en días pasados, lleva un listón azul en el cuello con su nombre. Favor de comunicarse al teléfono 213-33-3…”
Indignado dejó el periódico a un lado de la banca allí en el Jardín Juárez y miró las palmeras, los yucatecos, las ceibas, le parecía increíble que mientras él no tenía trabajo y su familia comiendo de la buena voluntad de los parientes, hubiera quien pagara tanto dinero por un perro.
De pronto su rostro cambió, volvió a tomar el periódico y miró a ‘Fifí´ durante varios minutos, una idea empezó a anidar en su mente: “Se parece al ‘Duque’, yo lo quiero mucho y los niños más pero la panza es primero”.
Rápido se fue a su casa en la colonia Olivos y habló con su mujer, todo era cuestión de alimentarlo bien durante unos días para engordarlo, una buena desinfectada con asuntol, bañarlo con champú y llevarlo con un estilista de perros para cortarle el pelo y dejarlo igual que el ´Fifí’, pediría dinero prestado para los gastos, luego sobraría con qué pagar.
Días después los niños lloraban cuando marido y mujer subieron con el perro (por cierto irreconocible) al ruletero “Zapata-Ley 57” rumbo al centro y de allí a la Raquet Club, por supuesto el ‘Duque’ ya no entendía por su nombre sino por ‘Fifí’, porque cada vez que le decían así se ganaba un güini.
El traspaso fue sin mayor problema, el perro feliz, sus nuevos dueños lo recibieron con croquetas alemanas.
La pareja no lo podía creer que tuvieran 10 mil pesos, jamás en su vida habían tenido tanto dinero, entraron a ‘Ley’ y salieron con bolsas y más bolsas de mandado, cuando subieron todo a la cajuela del taxi un perro triste, pulguiento, con el costillal a flor de piel se les acercó, el cuello llevaba un listón que alguna vez fue azul y en donde todavía se alcanzaba a leer ‘Fifi’.
Se lo llevaron con ellos y cuando llegaron a casa los niños se pusieron felices, al perro no le importó que le dijeran ‘Duque’, siempre y cuando le dieran comida, aunque solo fueran tortillas duras remojadas con agua.
*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador