Ludibria: Entrevista con Alain de Botton
Por Ramón I. Martínez
Hace quince años, se publicó en México El arte de viajar. Cómo ser más feliz viajando (Taurus, 2002), de Alain de Botton. El autor nació en 1969, y es inglés aun cuando su nombre está en francés. Es un excelente divulgador cultural a través de la televisión inglesa y un filósofo ameno.
Para hablar de su aleccionador libro El arte de viajar, el autor concedió la siguiente entrevista.
¿Los viajes suelen ser una búsqueda de lo diferente o de la felicidad?
Pienso que es natural para los seres humanos buscar el cambio. Somos criaturas que se aburren y necesitamos recordar siempre que sólo ocupamos una pequeña parte de la tierra, y que hay diferentes puntos de vista gobernando diferentes modos de hacer las cosas sobre aquella colina, a través de aquel mar, del otro lado del río…. Si nuestra vida se halla dominada por la búsqueda de la felicidad, quizá pocas actividades revelan tanto como los viajes acerca de la dinámica de esta búsqueda, en todo su ardor y con todas sus paradojas. Expresan, aunque sea de manera poco articulada, una cierta comprensión de la esencia de la vida, al margen de las constricciones del trabajo y de la lucha por la supervivencia. Sin embargo, rara vez se estima que planteen problemas filosóficos, es decir, asuntos que requieran un pensamiento allende los límites de lo práctico. Nos vemos inundados por consejos sobre adónde viajar, pero poco es lo que oímos acerca de por qué y cómo ir. Y ello a pesar de que el arte de viajar parece acarrear, por su propia naturaleza, numerosas cuestiones que no resultan ser ni tan sencillas ni tan triviales, y cuyo estudio puede significar una contribución a la comprensión de lo que los filósofos griegos designaban con el hermoso vocablo eudaimonia o florecimiento humano.
El mejor viaje sería el de quien no toma preocupaciones para el futuro, ¿usted qué piensa?
La idea de que la realidad del viaje no coincide con lo que imaginamos por anticipado nos resulta familiar. A partir de esta evidencia, la escuela pesimista, infiere que la realidad siempre se revelará decepcionante. Acaso resulte más justo y reconfortante sugerir que se trata, ante todo de algo diferente. En este sentido, una de las molestias más grandes de los viajes es que tenemos que tomarnos con nosotros (y por nosotros), es un grupo entero de preocupaciones respecto al futuro, excusas acerca del pasado y de las dificultades del propio carácter personal. Los agentes de viajes están curiosamente silenciosos sobre este tema… A diferencia de la felicidad continua y duradera que imaginamos por anticipado, parece que el sentirse feliz con y en un lugar acaba por revelarse un fenómeno efímero y, para la mente consciente, aparentemente fortuito: un intervalo en el que logramos ser receptivos ante el mundo que nos rodea, en el que cuajan los pensamientos positivos respecto al pasado y al futuro, y en el que se apaciguan nuestras inquietudes. Pero esta condición rara ves se prolonga más allá de diez minutos. De manera inevitable, se forman en el horizonte de la conciencia nuevos patrones de ansiedad al igual que, cada pocos días, se concentran los frentes climáticos procedentes de las costas occidentales de Irlanda. Las victorias pretéritas dejan de impresionar, el futuro se complica y la belleza del paisaje se torna tan invisible como todo aquello que se haya siempre a nuestro alrededor.
Lamentablemente es difícil recordar nuestra preocupación casi permanente por el futuro pues, a nuestro regreso de algún lugar, quizás lo primero que se esfuma de la memoria es cuánto tiempo pasado hemos vivido pendientes de lo que había de venir; qué proporción de éste hemos pasado en tiempos y lugares diferentes a los que ocupábamos realmente. Tanto en la visión recordada como en la anticipada de un lugar impera la pureza: el lugar en sí es lo que logra sobresalir.
Los paisajes sublimes son un antídoto contra la depresión. ¿Está usted de acuerdo?
Los paisajes sublimes tienen maravillosos efectos, uno de ellos es el de recordarnos cuán pequeños somos —normalmente, somos hechos para sentir pequeños por cosas horribles: la gente quien es más rico, más poderoso, más influyente. Pero ante el paisaje, sentimos pequeños en un muchos más camino(manera) inspirador. Sentimos pequeños al lado de algo enorme, poderosos y hermosos. Sentimos intimidados. Es como el sentimiento en la presencia de algo religioso. La gente a menudo comienza a rezar en el merecido.
¿Cómo el es más entretenido del viaje? ¿La vuelta?
Los viajes están en el hábito de ser el más complicados Esto es un rasgo curioso de viajes que a menudo los añicos de lo mejor recuerdan el viaje y lo esperan(preven). ¡En realidad los viajes pueden ser aburridos – y, como dije, uno tiene que estar allí uno mismo mismo!
¿Los viajes miran siempre para la belleza? ¿Viajar para buscar la belleza que no existe en el alma apropiada?
A menudo vamos viajes en la búsqueda de belleza. Los viajes son basados en idea que por moviendo de un lugar a otro, el posiblemente más hermoso lugar, podemos ser felices. Esto es una encantadora idea – pero a veces esto no trabaja.
Los viajes ilustran sólo a las personas sabias. ¿Esto es correcto?
Respecto a esta idea, existe una frase de Oscar Wilde que la ejemplifica a las mil maravillas: “los viajes estrechan la mente.” Wilde se burlaba de la manera en que la gente siempre tiende a decir, “los viajes ensanchan la mente.” Y es verdadero que a veces, vemos a los turistas viajar llenos de prejuicios, ellos no quieren ver todo lo nuevo, están asustados y hablan sólo de su propia patria y cuán superior es al país visitado. Si su mente es estrecha, un viaje no la cambiará. Pero si la mente de usted es amplia, un viaje le puede dar sabiduría.
Los viajes son las comadronas del pensamiento. Pocos lugares inducen en mayor medida a las conversaciones interiores que un avión, un barco o un tren en marcha. Entre lo que tenemos ante nuestros ojos y los pensamientos que acertamos a albergar en nuestra cabeza se entabla una correlación bastante pintoresca: los grandes pensamientos requieren a veces grandes vistas, y los nuevos pensamientos, nuevos lugares. Las reflexiones introspectivas con tendencia a encallarse se ven impulsadas por el discurrir del paisaje. La mente puede ser reacia a pensar con propiedad cuando se supone que su único cometido ha de ser el pensamiento. La tarea puede resultar tan paralizante como tener que contar un chiste o imitar un acento cuando nos lo piden. El pensamiento funciona mejor cuando hay dimensiones de la mente consagradas a otras tareas, encargadas de escuchar música o de seguir una hilera de árboles. La música o el paisaje distraen durante algún tiempo esa faceta nerviosa y censuradora de la mente que tiende a cerrarse en banda cuando se percata de alguna dificultad emergente en la conciencia y que huye despavorida de los recuerdos, las añoranzas, las ideas personales u originales, y opta, en su lugar, por lo burocrático e impersonal.
Los viajes definitivamente nos enseñan muchas cosas sobre la vida. Cuán pequeños somos, cuanta gente distinta hay sobre la tierra, cuán hermoso el mundo es. Esto puede ser una universidad de la vida
*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.