Imágenes urbanas: El Colchón
Por José Luis Barragán Martínez
A ciencia cierta nadie sabe su nombre, simplemente se le conoce como el “Yayo”, tal vez el albañil más conocido en aquella colonia popular de la periferia citadina.
Al “Yayo” la vida no le ha sido fácil, carga sobre su espalda tres lunas de miel, o sea que lleva tres matrimonios y una docena de hijos.
Tiene 45 años y vive solo, en un cuartito de cartón con boquetes por dondequiera, allí son frecuentes los convivios porque “no hay mujer que grite o rezongue, aquí se respira libertad”, dicen sus amigos de farra, vecinos de los alrededores.
“En casa de herrero azadón de palo, dizque albañil y miren la casa que tiene”, lo critican las mujeres esposas de sus amigos como una forma de desquite.
Pero algo ocurrió recientemente que llamó la atención de todos los del barrio.
Resulta que el “Yayo” empezó abrir zanjas en el terreno, luego llegó un carro de la ferretería con cemento, armex, ladrillo y de inmediato empezó a levantar un cuarto de material.
Más tarde llegarían de una mueblería y bajaron un colchón de color rosa mexicano, lo más sorprendente que dejó de tomar.
Los rumores iban y venían, muchas hipótesis de aquel cambio tan radical, la versión predominante fue que el amor había llegado a su corazón.
Y así fue, había conocido a una joven de 18 años madre de tres niños que le hizo ojitos y se pusieron de novios, la condición para arrejuntarse fue que le hiciera un cuarto y que dejara la borrachera, por eso la premura en terminar la construcción y claro, lo del colchón era por las ansias de vivir con su adorada princesita, como la llamaba.
Sus amigos le aconsejaban: “Todavía es una niña, búscate una treintañera”, “son tres bocas extra”, todo fue inútil, contra el amor no hay razones.
Mientras tanto el colchón esperaba, de costado dentro de su plástico en uno de los rincones del cuartito de cartón, cada que lo veía sonreía pensando en su futuro.
De pronto un día, cuando las paredes del cuarto apenas llevaban un metro, el “Yayo” llegó negro de borracho y como diablo empezó a tumbar los ladrillos con un marro.
Nadie pudo detenerlo, hasta los cimientos destruyó con una barra, al final todos fueron testigos de cómo sacó el colchón al patio y le prendió fuego, el viento se encargó de distribuir los restos de borra por la colonia.
Otra vez las hipótesis fueron varias: Que uno de los papás de los niños de su princesa había vuelto y que se la había llevado a otra ciudad; que la muchacha le había dicho que cómo se la había creído ya que bien podría ser su abuelo.
Desde entonces el “Yayo” toma más, su cuarto de cartón ha vuelto a convertirse en el refugio de los casados de los alrededores y allí la agarran duro contra las mujeres, de allí salió el último chascarrillo:
Pregunta: ¿Qué hace una neurona en el cerebro de una mujer?
Respuesta: Aburrirse.
*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador