viernes, noviembre 22, 2024
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Basura celeste: Volver a los felices accidentes

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Por Ricardo Solís
En una ocasión, hace algunos años, conté que mi afición a la lectura surgió o se desarrolló gracias a una serie de hechos que yo llamo “accidentes” y que he calificado como “felices” debido al impacto que tuvieron en mi vida futura, uno que no he dejado de celebrar desde que soy (más o menos) consciente de sus beneficios, porque no pueden ser otra cosa ya que, lo mismo que muchos otros mejores que yo han dicho, si otro apelativo vale para la literatura es el de “placer” o “felicidad”.

Lo anterior viene a cuento porque hace poco alguien me preguntaba si la lectura constituye en realidad un “hábito” y, como tal, puede “cultivarse”, “desarrollarse” o ser incitado, por lo menos. Primero, no creo que se trate de un hábito (y, en todo caso, no es de los que hace monjes) y tampoco que sea susceptible de ser “fomentado” o “implantado” a manera de semilla que garantice frutos futuros. Antes bien, la lectura siempre me ha parecido una especie de vicio, algo que uno encuentra y que, desde que eso sucede, comienza a generar una dependencia tan agradable que, ya entrados en gastos, nos vuelve semejantes a zombis que, de súbito, miran al mundo a través de un cristal que han tenido la oportunidad de manipular con libertad.




Y esa me parece la clave cuando la lectura se mira como una especie de “enfermedad”; una vez que se ha inoculado el virus en el espíritu –riesgosa palabra– se reproduce y se adueña de todo. Si algo no olvido es que en esos días en los que encontraba un comic o un libro para sentarme en casa de mi abuela y leer, es que la actitud de mis padres era un gesto tolerante de permisión puesto que era infinitamente mejor que su chamaco estuviera quieto y sin hacer desmanes, en lugar de jugar en la calle o hacer destrozos en el hogar (todo eso tan común en casi cualquier niño que haya crecido en la década de los setenta, en un sitio como la ciudad en que nací).

Quien me hizo la pregunta que referí líneas arriba es madre de familia, entiendo que desee que sus hijos lean por el poco cuestionado “prestigio” que encarna hacerlo (eso de que quienes practican la lectura se tornan “mejores personas”), pero yo no me fio de esa clase de supuestos, aunque defiendo que el hecho de leer brinda mejores oportunidades a los que se entregan libre y placenteramente a ello.

Con todo, insisto, la libertad es la clave. Mi convencimiento se sostiene en que, desde niño, el que mi familia (o la mayor parte de sus miembros) no pusiera especial atención en los contenidos de lo que leía me permitió elegir con plena libertad y no condicionar mis métodos para hacerlo. Hasta la fecha, mis costumbres en torno a la lectura no han variado mucho (y tal vez eso explica mi pésimo desempeño en la escuela).

La verdad, como reconocí aquella ocasión frente a mi interlocutora, no tengo una respuesta cuando se trata de “aconsejar” a alguien sobre la lectura. Eso sí, lo que me tranquiliza cuando me siento inútil en esa materia (es decir, casi siempre) es recordar las palabras de Schubert cuando le preguntaron cuál consideraba que era la mejor música que podía escucharse, a lo que el músico contestó de inmediato: “la que a usted le guste”.




 

Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


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2 comentarios en "Basura celeste: Volver a los felices accidentes"

  • La libertad es la clave, y en nombre de ella se sacrifican nimiedades

    Respuesta
  • Que gusto leerte queridísimo amigo , me hiciste recordar que mi gran motivación para que este vicio me atrapara fue el estante de lecturas prohibidas en el librero de mi papá. Te mando un abrazo bien fuerte!

    Respuesta

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