viernes, noviembre 22, 2024
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Mamborock: Un guiño al músico que pude haber sido y no fui, Imanol Caneyada

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Por Carlos Sánchez
Ocurre en la Feria del Libro de Hermosillo, FELIH 2017. Imanol Caneyada advierte los motivos por el cual el título de la novela que presenta: La fiesta de los niños desnudos (Ed. Tusquets 2017).

Nada tiene qué ver con lo que sugieren los buscadores de internet, apunta el escritor. Las palabras fiesta y niños, llevan de facto a la confusión, “lo relacionan con pederastia, y no, ese tema ni siquiera se menciona en el libro”.

Un piano en las manos del maestro Mijares hace sonar las piezas que también son parte fundamental de la novela. Suena lindo el ambiente, y el espectador tiene música en vivo como un elemento para inmiscuirse aún más en los argumentos que expone Imanol.

Luego de concluir la presentación, el autor nos permite conversar, no sin antes tomar un helado, degustarlo con vehemencia, con su actitud de siempre niño, con la mirada en todas partes como intentando encontrar, siempre encontrar. El contexto son niños que juegan en la plaza acompañados de sus padres.




– Imanol, Descríbeme esa imagen del indigente tocando el piano en la sala de un hospital, el punto de partida para La fiesta de los niños desnudos.

Sucedió en un hospital de Hermosillo, como dices, en cuyo recibidor hay un piano para uso de pacientes y familiares, algo de por sí bastante inusual. Un buen día llegó un vagabundo de origen estadounidense, el clásico homeless del otro lado: barba poblada, greña abundante y astrosa, capas de ropa, bolsas y mochilas colgando de su cuerpo; atravesó el recibidor ante la sorpresa y repulsión de la gente, se sentó al piano y comenzó a ejecutar una serie de piezas. Lo que más me sedujo de la anécdota fue la reacción de las personas en el hospital, cómo iban pasando del rechazo y el miedo al asombro y a la total aceptación, incluso, admiración. Me dije que ahí había una novela; no sabía muy bien cómo iba a desarrollarla ni en qué podría terminar, pero había un montón de preguntas que se suscitaron a partir de ese cuadro, y una novela, la mayoría de las veces, surge de las preguntas que se hace el autor respecto del mundo.

– ¿Escribir es un encuentro contigo mismo?

Sí, sin duda. Es un acto de total intimidad en el que exploras tus emociones, sentimientos, fobias, prejuicios, visiones del mundo, obsesiones, sistemas ideológicos, doctrinas… pero al mismo tiempo es un intento de empatizar con los otros, es decir, con el infierno, que decía Sartre, de la condición humana. Esta dualidad intrínseca en el hecho de escribir es lo que lo vuelve un oficio fascinante.

– Háblame de la importancia de la música.

En el caso de La fiesta de los niños desnudos es fundamental. Desde el título, una traducción libre de las Gymnopédies, del compositor francés Erik Satie, tres piezas para piano de una belleza estremecedora; hasta los dos personajes principales, Gregorio y Dionisio, dos músicos que por diferentes circunstancias unen sus destinos. Esta novela es la más íntima de las que he escrito, y cuando empecé a construir el universo ficcional que contendría la historia de estos personajes, inevitablemente me conecté con mi infancia, una infancia en la que la música tuvo una presencia constante. Mi padre era un melómano empedernido, mis hermanas tocaban guitarra y piano, y recuerdo que uno de mis juegos favoritos era poner los discos de música clásica de mi padre y dirigir con una aguja de tejer de mi madre una orquesta imaginaria. Tomé clases de música e, incluso, pertenecí a un coro, pero era un niño muy inquieto, tremendo, travieso, un desmadre, y nada de eso fructificó. Así que en esta novela hay como una especie de guiño al músico que pude haber sido y no fui.

– ¿El universo de tus obras es más extenso por el conocimiento de otros territorios como Europa, Canadá, México?

Es difícil responder a esa pregunta. Ahí está Kafka, que tuvo una vida anodina y bastante cotidiana, circunscrita a su entorno inmediato. Pero ahí están Hemingway o Henry Miller, escritores viajeros, aventureros, exploradores del mundo, hombres de acción. Modestamente y salvando todas las distancias, me inscribo en la línea de estos últimos; creo que mi temprana vocación viajera y mi oficio de periodista me han llevado a conocer diferentes partes del mundo y a poder asomarme y husmear diversas formas de vida, y me parece que eso influye en mi obra, pero no podría afirmar si por ello es más o menos extenso mi universo novelístico. Entran otros factores, como la forma en que procesas las experiencias vividas, la mirada que arrojas sobre éstas, independientemente de la geografía o las culturas que conozcas.




– ¿Qué te significa escribir desde Sonora para el mundo?

Primero, un cierto aislamiento que disfruto mucho. México no ha dejado de ser un país centralista y la producción cultural aún depende mucho de la gran capital. Vivir a tres mil kilómetros de esta capital me permite tomar distancia del mundillo editorial, de sus trampas, de sus tentaciones vanidosas, del “glamur” (bastante percudido, por cierto) de eso que llamamos ser escritor. Aquí, en Sonora, soy el Imanol, el vasco ese que llegó a esta tierra hace muchos años, que dizque le hace a la escritura y punto. Esto tiene su precio, claro, pero lo pago gustoso. Pero también Sonora y su desierto (al que amo) han condicionado mi percepción del mundo y creo que eso se filtra en mi trabajo.

– Muchas lecturas, años de observar la condición humana, ¿esencial para la escritura de La fiesta de los niños desnudos?

Sí, creo que es una novela, en ese sentido, más madura. Algo que me lo han señalado muchos lectores. En este libro la conversación con otros libros y otros autores, no solamente literarios, también filosóficos, políticos, sociológicos, está más presente que en ningún otro. Y también influye eso que señalas de los años de observar la condición humana, una forma amable de decir que me hecho más viejo y, en teoría, un poco más sabio. Aunque quién sabe.

– ¿Al escribir se antepone la generosidad o se escribe y punto?

Quisiera pensar que la escritura es un acto de generosidad en cuanto a que estableces un diálogo con un hipotético lector, una especie de desnudez, de entrega total, sin regateos. Pero cuando lo pienso con más calma, me planteo qué pasaría si fuera el último ser humano sobre la tierra. Y me digo que seguiría escribiendo tan solo para escuchar el eco de mi propia voz. Pero por fortuna hay miles de millones de criaturas como yo en este planeta, así que la literatura podemos verla aún como un acto de generosidad mutua entre el autor y el lector, no hay que olvidar que la generosidad del lector es todavía mayor.




 

http://mamborock.mx


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