Basura celeste: Callejón sin salida (parte II y última)
Por Ricardo Solís
Gabriel Zaid, quien ha escrito mucho acerca de libros y bibliotecas en este país, no podría mostrarse molesto por falta de atención por parte del poder público; antes lo contrario pues, si se recuerda, un extenso artículo suyo publicado hace poco más de 5 años (en 2012), en la afamada revista cultural que regentea Enrique Krauze, enlistaba algunas sugerencias que podrían (en su opinión) “mejorar” la situación de la promoción de la lectura en México, y algunos de sus consejos han sido llevados a la práctica, aunque no tal como los planteó.
Uno de esos planteamientos consistía en poner en manos de la ciudadanía interesada el préstamo de libros a través de sitios que se denominarían “bibliotecas de barrio”, algo parecido a lo que hoy conocemos como Salas de Lectura (y que ya existían), con la diferencia de que Zaid señalaba como esencial que quienes fueran los “encargados” de estos espacios pudieran cobrar por su servicio e incluso recibir estímulos fiscales por su labor, la que sería sostenida por dotaciones de libros y revistas que de forma anual entregaría la dependencia cultural a nivel nacional (esto último sí ocurre, aunque cada vez con menos inoperantes mecanismos de control).
Ahora, tampoco es un misterio que, de acuerdo con la época que corre, hace buen tiempo se habla de bibliotecas “digitales” y su posible impacto en el incremento de índices de lectura, pero a pesar de la lógica que funda las intenciones de organismos culturales de gobierno, lo cierto es que las bibliotecas pueden promover el acceso a acervos digitalizados que se ofrezcan de forma gratuita por medio de internet, sin embargo, lo que no puede es ofrecer el servicio en sus establecimientos salvo de forma limitada pues, justo es aclarar, se requeriría de una inversión monumental para dotar del equipo mínimamente necesario a cada espacio de este tipo (lo que, por supuesto, no sucederá nunca, al menos en la dimensión que se requiere).
Si a todo esto se suma que la actualización de los acervos ya existentes en las bibliotecas públicas del país es lento e insuficiente (la crisis presupuestal toca también a la Dirección General de Publicaciones), así como de distribución difícil, pues no queda mucho de donde echar mano para siquiera cumplir con las disposiciones y programas que las instancias federales implementan y las dependencias estatales vigilan.
Y el problema central es y seguirá siendo la visión que desde la autoridad política se tiene acerca de lo que significa la Cultura y su administración, promoción y preservación. Casi cualquier ciudadano comprende las obligaciones del Estado en lo que se refiere a otorgar financiamiento a programas culturales que beneficien a las comunidades, pero está muy lejos de conseguir que esto se consiga de forma efectiva, suficiente y eficaz. Las bibliotecas parecen ser, para muchos en distintas áreas de la administración pública, una especie de institución anticuada que tiene los días contados. Y buenas intenciones sobran, pero no soluciones materialmente posibles.
Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.