Basura celeste: Engañar al tiempo
Por Ricardo Solís
Hace tiempo, en el ámbito periodístico, la crónica se consideraba un género en el que “se probaba” a quien ejercía la profesión; quizá la idea persista a pesar de la transformación incesante de las plataformas mediáticas, pero es un hecho que cada vez menos se privilegia la extensión en diarios y revistas, ya ni se diga su elástica posibilidad de albergar múltiples estrategias discursivas para producir mejores efectos en sus lectores.
Por esta razón, Como si fuera verdad (2016), libro ganador del Concurso del Libro Sonorense en 2015 y escrito por Alex Ramírez Arballo (Guaymas, 1976), tiene la virtud de expresar desde su texto introductorio el deseo de que el mundo de habla hispana alcance una mayor difusión la diferencia funcional que existe entre las narrativas del periodismo convencional y la escritura creativa de “no ficción”.
De esta forma, el volumen atiende más a la siempre imposible tentativa de reproducir “lo real” desde la perspectiva del observador que se sabe tentado por la voluntad de no dejar fuera la imaginación de un juego en el que se espera que el resultado conserve una atractiva potencia evocativa sin atender a la violencia habitual ni la “sordidez social” de sus consecuencias que, como bien apunta, hoy día son la materia prima esencial de los textos que ganan reconocimiento a todos niveles.
En estos términos, las crónicas de Alex Ramírez se sustentan en una concepción –derivada de su lectura del trabajo de la célebre cronista argentina Leila Guerriero– de lo “experimental” cuya primera condición es no regirse “por el apremio de la actualidad o la pertinencia coyuntural”, como sucede con el periodismo que se atrinchera en su territorio y teme asumirse como literatura.
Con todo, las crónicas del guaymense no desdeñan el contexto social, pero se centran, todas ellas, en las personas, los seres humanos con sus tribulaciones y glorias cotidianas, que se tornan en personajes con los que se puede establecer un vínculo emocional y receptivo; por ello la “reconstrucción creativa” de los hechos no nos aleja de los contextos, las vicisitudes de la sobrevivencia y los momentos de alegría que nos reserva la cotidianidad.
La entrada a este conjunto de crónicas es “El día que no debió ser jamás”, un impactante acercamiento a la experiencia de dolor que afecta a los padres de las víctimas del incendio ocurrido en la guardería ABC en Hermosillo, Sonora; sin embargo, lejos de sucumbir al imperio del dato y los rigores de la citación, lo que leemos es una continuidad de eventos, subjetivos y concretos, en voz de pocos protagonistas, una manera de dotar de energía a un relato sin privilegiar el escabroso trasfondo que, además, tampoco desaparece.
Ahora, en contraste, lo que aguarda es una evocación del escritor Miguel Méndez, amigo del autor; se trata, sobre todo, de un pausado retrato que se va integrando con sucesivos episodios que ayudan a dibujar una personalidad y nos ayudan a comprender los motivos particulares de su comportamiento y, más que cualquier otra cosa, los componentes metódicos de una escritura que ha regalado a la tradición literaria libros como Peregrinos de Aztlán.
Asimismo, en textos subsiguientes asistimos a la referencia vital que consigue describir la experiencia del migrante que hace vida en los Estados Unidos; en estas crónicas, el observador es no solamente un testigo sino un personaje que no teme exhibirse ni “disfrazar” su testimonio, a menos que sea por medio de recursos narrativos que conducen al lector para producir un efecto de vaivén que lleva del extrañamiento a la risa o la reflexión (sobre todo en “Chuy, juega como Makelele” o la monumental “Aquí no ha pasado nada” en la que, por decirlo de algún modo, todo sucede).
Nada puede reprocharse a Como si fuera verdad, se trata de un libro que no merece etiquetas ni siquiera después de su lectura; a este respecto, lo que valdría es tomarlo como una obra que respeta la realidad, pero la enriquece para compartir sus denuedos creativos. Mi impresión es que, sin abandonar su irrestricta voluntad de acercarnos a hechos materiales, consigue lo que pocos libros de ficción debieran, es decir, hacernos parte de una apuesta consciente, aunque por igual convencida de que un lector cautivado puede involucrarse y hacer suya una historia que, de alguna manera, podría engañar al tiempo.
Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.