Imágenes urbanas: Entre la vida y la muerte
Por José Luis Barragán Martínez
Lunes, 07:20 de la mañana, el ruletero Palo Verde-5 de Mayo corría velozmente del Norte de la ciudad rumbo al centro por la calle Guadalupe Victoria.
En uno de los asientos, José Humberto, alias el “Barril sin Fondo”, miraba pasar las calles.
Iba crudo, muy crudo, se dirigía a su trabajo como almacenista en una tienda de autoservicio en el cruce Vado del Río y Periférico Poniente.
Indiferente, observaba cómo la gente subía al carro evitando sentarse junto a él, de pronto lo asaltó el recuerdo de su esposa, la reciente bronca mañanera.
“¡Un mes sin gas y tú que no dejas de tragar todos los días! ¡Dices que no te han pagado! ¡Cómo le haces! ¡Ando toda apestosa a humo! ¡Ya no hallo qué meterle a la hornilla! ¡Ya no hallo qué cocinar! ¡A los chamacos nos los metí a la escuela y ahí se la pasan todo el día de vagos y todo por tu culpa, borracho! ¡Cómo quisiera que te largaras de la casa! ¡Cómo quisiera no volver a verte nunca, nunca!”.
El reclamo había terminado en llanto.
El carro continuó deslizándose por la Topahue, Héroes de Caborca, Suaqui Grande, Bernardo Reyes, Mazatán…
Sin embargo el pleito con su ñora era algo de rutina, la rutina de sus últimas borracheras. Lo que en verdad le importaba en ese momento era su cruda, la resaca, la sensación de vacío, aturdimiento, el terrible peso de ser lunes.
Recordó cómo en los últimos años cualquier cosa se convertía en pretexto para empezar a tomar, la última vez había sido por el nacimiento del hijo de un primo, la penúltima la muerte de una tía, así sentía que vivía: Vida y muerte, muerte y vida, entre la vida y la muerte.
Era falso que todavía no le pagaran por ser nuevo en el trabajo, desde la primera semana había recibido su paga pero ya le valía, lo que en verdad le importaba era tomar, tomar pisto o cheve, lo que fuera, la tomada ocupaba el principal lugar en su vida, si a su esposa no le gustaba ¡pues que se fuera ella de la casa!
El ruletero llegó a la calle Perimetral donde había un checador bajo un mezquite, el chofer se bajó y tomó agua de una cubeta, el “Barril sin Fondo” observaba y lo atrapó el remordimiento, pensó en el mezquite que daba sombra mientras que él: ¿Qué daba? ¡Nada! Él vivía en torno al impulso invencible de tomar.
Miraba los rostros de los demás pasajeros y sintió que nunca podría tener un rostro así, rostros con la chispa mágica por la alegría de la vida.
Recordó cómo la tarde del domingo anterior, sin noción de las horas del fin de semana, se apertrechó con diez caguamas; a las diez de la noche se decidió como tantas otras veces que esa sería su última borrachera y que jamás volvería a tomar, como muestra de su decisión, las cuatro caguamas que le quedaban las echó al hoyo que había servido durante años como fosa séptica, luego intentó dormir sin lograrlo y al cabo de las horas se le empezó a meter la idea de que tomándose aquellas cuatro caguamas podría dormir y que entonces sí esas serían las últimas cervezas de su vida.
Como a las tres de la mañana, mientras la colonia dormía, dentro de la antigua fosa séptica, tentaleando porque estaba muy oscuro escaparon de sus manos tres ¿sapos? Olía mal, muy mal, como pudo fue rescatando las ambarinas y las aventó para fuera con mucho cuidado de no quebrarlas, luego se las tomó, una a una.
El carro iba lleno y nadie se había sentado junto a él, la gente lo miraba molesta, la peste etílica sólo era ignorada por quien la producía, por quien con la mirada perdida en un punto en el infinito había decidido que jamás en su vida volvería a tomar.
Avenida Juárez, el trajín en el Seguro Social, Heriberto Aja, Veracruz, 5 de Febrero, San Luis Potosí, 20 de Noviembre, Nuevo León, Rayón…
Empezó a reconocer el terreno ignorando los comentarios de la gente, “cómo dejan subir gente así”. A lo lejos distinguió el bulevar Transversal, se encontraba en la colonia El Mariachi, de pronto una idea, sutilmente intensa, empezó a invadir su cerebro.
Cuando el ruletero tomó la calle Niños Héroes, en el mero corazón del Tijuanita, la idea sanlunesca se materializó al encontrarse de frente con el bar La Consentida, eran las 8:00 de la mañana: “¡Bajan!”.
Y hacia La Consentida fue, a encontrarse con su destino.
*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador