El color de las amapas: Calle Fausto Soto Silva
Por Ignacio Lagarda Lagarda
La señalización vial responde a la necesidad de organizar y brindar seguridad en caminos, calles, pistas o carreteras. La vida y la integridad de quienes transitan por ellas dependen de lo que la señalización indique, de la atención que se le preste y de la responsabilidad de asumir lo que ordenen.
En ese sentido, el lenguaje vial guía tanto a transeúntes como a conductores por el camino de la seguridad y la prevención de cualquier tragedia.
Sin un sistema de identificación vial nos preguntaríamos:
¿Cómo podría una persona encontrar su camino en una ciudad que está creciendo cada vez más?
¿Cómo podríamos dirigir ambulancias, servicios de bomberos o de seguridad?
¿Cómo podría enviarse un documento, mensaje o paquete expreso a la casa de una persona?
¿Cómo podrían identificarse las instalaciones y equipamientos urbanos?
¿Cómo podría seguírsele la pista a los daños al pavimento, las redes de agua, electricidad o teléfono?
Para superar estas dificultades, desde los años remotos se han elaborado técnicas de señalización llamadas “nomenclatura y numeración urbana”.
La nomenclatura y numeración urbana permite a las personas localizar y definir la dirección de su vivienda, por medio de un sistema de señales y letreros que indican los números y los nombres de las calles.
La nomenclatura y numeración urbana es mucho más que una operación de señalización; es también una herramienta indispensable para mejorar el ordenamiento urbano y municipal.
Un odónimo es un nombre propio que se designa y se aplica a una vía o espacio de comunicación que puede ser el nombre de una calle, una carretera, un camino rural, una senda, una plaza, un parque, o cualquier otro espacio público.
Un odónimo contiene tres componentes: un nombre individual que lo identifica, el tipo de vialidad o de espacio de circulación de que se trata ya sea «bulevar», «avenida», «calle», «plaza», «rambla», etc., y el punto cardinal de la ciudad donde se encuentra.
Ciertas vialidades y espacios públicos llevan el nombre de un prócer o de una personalidad de la cultura, la política, la ciencia, o la historia, o el de una persona célebre que ha vivido o trabajado en sus proximidades.
Por ejemplo, en París, la avenida Víctor Hugo lleva el nombre del reconocido escritor universal, porque residió allí durante sus últimos años de vida.
O en otros casos llevan el nombre del gobernante que ordenó su construcción, como es el caso de los bulevares Abelardo L. Rodríguez y Luis Encinas en nuestra ciudad, que corresponden a los gobernadores que los construyeron.
Los nombres de las vialidades pueden cambiar con el curso del tiempo debido a numerosas razones, entre ellas, las coyunturas históricas, como sucedió en nuestra ciudad después de la Independencia, la época de la reforma, el porfirismo y la revolución mexicana.
La propia evolución urbana de las ciudades puede conducir igualmente a la modificación de algunos nombres o darles uno por primera vez como es el caso que hoy nos ocupa.
También es posible que se cambie el nombre de una vía para conmemorar cierto evento histórico, como sucedió en nuestra ciudad con el nombre de la calle Colosio en tiempos recientes o la calle Serdán, que hasta hoy lleva siete nombres y la Plutarco Elías Calles, que lleva cuatro.
Por todo lo anterior, y con fundamento en el Reglamento de Designación de Nomenclatura para los Bienes de Dominio Público del Municipio de Hermosillo, Sonora, el Consejo de Nomenclatura Municipal, como órgano consultivo del ayuntamiento y en atención a la solicitud presentada por el Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Radiodifusión, Televisión, Telecomunicaciones, Similares y Conexos de la República Mexicana y una vez analizado el perfil del personaje propuesto para asignar su nombre a una vialidad de nuestra ciudad, extendió su opinión con carácter de recomendación aprobatoria para que, en sesión de ayuntamiento, éste aprobara dicha asignación al ciudadano FAUSTO SOTO SILVA, un reconocido locutor, comunicador, cronista deportivo sonorense nacido un 3 de junio de 1936 en Churunibabi, Nacozari, Sonora y fallecido en Hermosillo, Sonora el 13 de diciembre del 2009 a los 73 años de edad.
Don Osvaldo Guzmán, un cananeense amigo de la infancia de don Fausto, me contó hace unos días que teniendo apenas unos 15 años de edad, cuando jugaban al beisbol en los llanos de Cananea, Fausto, con una lata de metal y un cordón en su base no mas largo que su estatura, desde la orilla del campo narraba los juegos de sus amigos para una audiencia tan distante cuan largo era el cordón de su micrófono y que solo existía en su imaginación.
Por mi parte, desprovisto de mi condición de cronista municipal, puedo recordarme como adolescente a inicio de los años setenta, escuchando por la radio la voz inconfundible del cronista de los naranjeros de Hermosillo narrando desde una distancia indescifrable para mí, los juegos de béisbol de aquel mítico equipo y describiendo al estadio recién inaugurado al que llamaba El gigante del Choyal, algo tan distante para mí, que solo podía existir en mi imaginación.
Estos recuerdos me hicieron concluir que don Fausto cumplió con una frase que dice: “Un artista ve lo que otros no pueden ver, y cuando el artista ve lo que nadie ha visto jamás, ha creado una obra de arte”.
Creo que don Fausto Soto Silva fue un artista de la radio que creó una obra de arte en la comunicación y la crónica deportiva. Por eso es un inmortal.
*Ignacio Lagarda Lagarda. Geólogo, maestro en ingeniería y en administración púbica. Historiador y escritor aficionado, ex presidente de la Sociedad Sonorense de Historia.