jueves, noviembre 21, 2024
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Mamborock: Lucía Pérez, Un caso para pensar en la humanidad

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Por Carlos Sánchez
Atrás queda la mirada convencional. Esa que un día me condujo a llenarme de emoción. Ese día de cuando anduve por primera vez las escalinatas del Museo y Biblioteca de la UNISON para luego aposentarme en la butaca del Teatro Emiliana de Zubeldía.

Han pasado muchos años desde ese día. Empero la mirada me sigue conduciendo hacia la necesaria contemplación de las obras de teatro.

Cuando hablo de mirar con convencionalismo, debo aclarar que me refiero a ese teatro según yo convencional que me descubrió como espectador. Allí donde tercera llamada era la luz sobre el escenario. El telón como final.




Ahora que esta misma mirada, ya con muchos años más, me conduce de nuevo al teatro, redescubro la emoción primera y me entero que ya el convencionalismo ha dejado de existir. Cada vez hay más arrojo, cada vez la búsqueda en las propuestas escénicas, me ilumina de caminos y vertientes para el decir del tema, los temas, sobre el escenario.

Hoy me es necesario escribir un diálogo interior, de algo que me ha tocado observar, escuchar y sentir. Porque las palabras, las actuaciones, la iluminación, me anda acusando en las costillas como un trinche que no me deja en paz. Qué trascendente nos puede resultar una obra estética. Cómo es que puede llenarnos de insomnio, de una catarsis paradójicamente incómoda. Así son los temas doloridos, esos a los que preferiríamos dejarlos ir de largo.

Pero no, ahora que ha vuelto Teatro Breve, ahora que la generosidad de la banda hace posible el otra vez, me he topado con la primera obra, la inaugural, y no exagero si digo que he pasado algunas noches sin dormir.

Lucía Pérez, un caso para pensar en la humanidad, se llama la obra que me trastoca las emociones, el pensamiento. La dramaturgia es de Fernando Muñoz, la dirección de Misuki Takaya, las actuaciones de Diana Val, Danny Landa y Luis Daniel Soberanes.

La dramaturgia tiene la estructura de una crónica policiaca, con la investigación requerida para ahondar en el tema. Ergo la tergiversación de los hechos son una constante (esto propuesto o sugerido en los diálogos). En el desarrollo de la puesta el espectador lo constata. El acusado podría ser una víctima también.




Se habla aquí, se vive aquí, la violencia física en contra de Lucía, una chica atisbo de poeta a quien el deseo carnal le interrumpe su paso por la vida. El abuso sexual otra vez.

La propuesta es tan lúcida, que al final del montaje no sabremos quién es responsable, lo que sí tenemos como certeza es que una vez más la violencia nos arrebató una vida.

Llama mi atención el juego de luces, la manera de resolverlo, desde las butacas, donde los actores actúan (por eso digo que mi mirada acusa la ruptura de lo convencional), y ellos mismo iluminan el escenario y se llenan de luz a sí mismos.




Los actores podrían ser espectadores. O lo son. Y el espectador se convierte en actor al entrar en la puesta, excitación insoslayable de los temas que se plantean, porque ileso no se sale de este acontecimiento donde una juez nos llama a cuentas como sociedad. ¿Qué hemos hecho, en qué nos hemos convertido?

Dice la sinopsis de este texto: “Lucía Pérez habla desde el espíritu. Y está allí. En medio de nosotros, quienes hemos construido también esta vorágine de la violencia.

“Está aquí y su nombre es también el nombre de muchas otras personas más. Sobre todo, de mujeres, las más vulnerables ante la tragedia que significa violencia. Es Lucía Pérez quien a manera de juicio y enfrentándose a uno de sus agresores, convierte su voz en el más necesario manifiesto de dignidad…”




Perder el miedo a enfrentarse con uno mismo podría ser la premisa para cuando uno decide ir al teatro. Yo entre esta voz de Lucía, las noches de insomnio, y la paradójica felicidad que me causa encontrarme con estas piezas magistrales, le conmino apreciable lector, a que se convierta en un espectador.

La cita es de jueves a domingo en Kiosco del Arte de la Pitic. Y cuidado con el vapor de la emoción, porque puede ocurrir que el impacto le arrebate la concentración y se le queme el arroz. Otra vez.

Todavía el cincel de las palabras de Lucía me atraviesan los oídos: No hay humanidad. Sí hay humanidad.




 

http://mamborock.mx


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