Basura celeste: Acerca de los cueros y las correas
Por Ricardo Solís
Utilizar palabras como “difícil” o “complicado” para describir el panorama actual para el ejercicio periodístico en México es, de hecho, ser optimista. Y no hay que molestarse por ello, sino plantear reflexiones que partan de la situación material del oficio sin cerrar los ojos ante los “productos” que genera una práctica que, si bien ha tenido niveles de corrupción o utilitarismo siempre, lo que menos necesita (por el bien de quienes trabajan –y seguirán trabajando– en cualquier medio de comunicación) es ser evaluada desde posturas extremistas.
No se necesita ser un genio para saber que, como empresa, toda iniciativa que persiga hacer llegar información a la sociedad requiere por fuerza de inversión (y no poca). En este sentido, es obvio que el patrón de “nacimiento” para este tipo de empresas se ha modificado mucho en décadas recientes y, quienes consigan sobrevivir en este ámbito, serán aquellas que logren “ajustar” su desempeño a la evolución de los soportes actuales.
Con todo, quienes pueden “ver” en un medio de comunicación una oportunidad de inversión son hoy día muy pocos; buena parte de los recursos que les permiten mantenerse a flote son, en este país, de naturaleza pública y, además, lo que le sigue son aquellas inserciones publicitarias que, cuando no son “seguras” respecto de lo que esperan como resultado, simplemente no se concretan o buscan imponer sus condiciones sobre los contenidos probables (asimismo, no es extraño que justo por esta razón ciertas secciones de algunos diarios “sostengan” a otras que no atraen la misma cantidad de lecturas, visitas o “likes”; claro, gracias al “jineteo” de recursos, lo que no tiene nada de novedoso).
Sin embargo, a pesar de eso, los tiempos que corren exigen más que nunca una práctica periodística profesional y responsable, con un claro compromiso por ofrecer a la ciudadanía contenidos que además de necesarios (con todo el riesgo que implica utilizar esta palabra), cuando no urgentes, resulten atractivos, y no por lo que se diga sino ajustando sus formatos a la dinámica cotidiana de quienes potencialmente los “consuman” (ojalá que las perspectivas de los lectores o espectadores de hoy preocuparan a los editores lo mismo que a los mercadólogos).
De esta exigencia, creo, son conscientes muchos (si no la mayoría) reporteros y fotógrafos que han hecho de la calle el escenario para su labor, pero no puede decirse lo mismo de buena parte de los editores, jefes de información, dueños o columnistas que, como puede apreciar un monitor de medios, responden más a “otro” tipo de necesidades, compromisos y hasta contratos.
Es cierto que las buenas intenciones jamás bastan, pero en espera de un milagro queda la esperanza de no únicamente contemplar sino de tomar parte en una transformación en la que todos nos veremos afectados. Se puede prever que este 2018 se dé una inyección de recursos para diferentes medios gracias a que se trata de un año electoral, cierto, pero eso es apenas un paliativo que dura muy poco. Ya en otra parte me he referido a las condiciones laborales para los periodistas, que son deplorables, pero los flancos de la acuciante situación son numerosos y duros de vencer. Entretanto, cada cual tiene una parte en la construcción de un futuro posible para la profesión; la idea hoy es sacar la mayor cantidad de correas (de calidad, se debería entender) del cuero que nos toca.
Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.
Qué bonito escribe Solís