La Perinola: El cristo
Por Álex Ramírez-Arballo
Veo en estos días la imagen del crucifijo, el icono más potente de la cristiandad, y no puedo sino pensar en el sufrimiento. Dejando la teología de lado, que es una disciplina en la que, como en tantas otras, soy absolutamente incompetente, el Cristo que cuelga de una cruz, agonizante y deshecho, es una de las más hermosas síntesis de la experiencia humana. No hay persona, por radicalmente optimista o afortunada que sea, que no haya alguna vez levantado su mirada al cielo para reclamar con desesperanza el abandono de un dios indiferente. Tener un cuerpo y una conciencia, es decir, estar vivo, entraña grandes cantidades de placer y satisfacción, es verdad, pero también unas enormes dosis de dolor, padecimiento y desengaño.
Debemos mirar al Cristo porque es el espejo más fiel de la condición humana, lo que quiere decir que, en nuestra vida diaria, las personas que nos rodean son encarnaciones de todo ese dolor absurdo; no se necesita ser un genio para darnos cuenta de las grandes injusticias que un amplio sector de la comunidad padece: al perro más flaco se le cargan las pulgas. A la pobreza material hay que aparejar la miseria espiritual, la ignorancia, la intrascendencia, la enfermedad, la angustia y un largo rosario de aflicciones que padece nuestro tiempo. Creo que precisamente hoy, cuando impera el discurso simplón del éxito y el progreso material fundamentado sobre todo en las buenas intenciones y en la frivolidad, no hay nada más impopular que estas cosas que ahora digo; lo que sucede es que nuestra vulnerabilidad nos aterra y no existe diablo que infunda más miedo que el del fracaso porque, si no te has dado cuenta, muchacho, los cristianos nos arrodillamos delante del más grande fracasado de la historia.
El crucifijo es todo un plan de vida. Basta contemplar con sensibilidad humana su aterradora sencillez para comprender su contradictorio mensaje: todos los cauces de la vida, incluyendo los de sus más altos ideales, desembocan en ese oscuro océano, en ese misterio que es la muerte.
Pero el crucifijo entraña también, para quienes lo ven con fe, una posibilidad luminosa: la redención. En mi caso, traduzco ese dolor en convicción de encuentro, en búsqueda desesperada de la solidaridad, en experiencia del amor humano; el Cristo nos recuerda, además de nuestra fragilidad, el altísimo deber de hacer nuestras las culpas de los demás, así como el imperativo moral del sacrificio. Nadie puede llamarse a sí mismo cristiano si no posee el deseo cotidiano de superar las trampas de la competencia insensible, el egoísmo, la soberbia, la banalidad y el hedonismo. Un crucifijo es siempre — no lo olvidemos jamás — el más incontestable argumento contra los demonios del individualismo.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com