Sueños transitorios, lejanía de lo onírico
Por Carlos Sánchez
Puede ser que el trazo y los temas que se construyen, sean consecuencia de un sueño. Quizá la realidad. Las palabras, cuando rubrican una obra plástica, regularmente son conductistas. La oración que acompaña la propuesta pictórica en ocasiones nos dice qué debemos mirar.
Pero sucede también, ante la contemplación sin lectura, que uno ve lo que uno es. La historia que llevamos dentro.
En Sueños transitorios, de la autoría de Jesús Osuna, expuesta en Museo de Arte de Sonora (MUSAS), la cita es con la nostalgia, la fe, los desasosiegos que también son condiciones humanas y se nos manifiestan desde siempre.
En esta exposición, en cuya organización participa el Instituto Sonorense de Cultura, a través del Museo de Arte de Sonora, el espectador pudiera tener como aliciente el trazo, el volumen, lo figurativo, aliciente para volver a la mirada que ronda la memoria, la mirada de la abuela, la mirada incluso de uno mismo cuando la idea detona una reacción en el cuerpo a manera de euforia.
Uno puede asomarse a la propuesta y encontrar placer en la expresión de alguna de las obras, y luego leer el título y saberse lejano, muy lejano de lo que el autor quiere decir.
Si hay un cuerpo que reposa sobre el suelo, y en él encontramos la mano en la frente como un manifiesto tácito de la relajación, uno pudiera concluir: lindo momento. Pero al volver la vista hacia la ficha ocurre que no, que la mente de ese cuerpo indaga sobre un presentimiento. Ahí estriba la libertad de la imaginación del espectador cuando no hay texto de por medio.
La titulación de la obra es una herramienta que regularmente desencadena en confrontación, es decir, la conclusión de que yo no miro lo que el pintor quiere que mire.
Maravilloso acontecimiento porque entonces el autor tira el dardo y éste se incrusta desde la mirada hacia el pensamiento. La reacción de uno ante lo que se propone es ya un despertar de las ideas, de la memoria: la gratuidad para con quien se empeña en el deseo de comunicar que en esta ocasión es incitar.
En cuanto a la técnica, sin asumirme erudito, puedo decir que el volumen en cada una de las piezas me estremece y llena de nostalgia, que el trazo me reconforta la mirada y que inevitablemente el carbón me remite al fuego de la infancia cuando las abuelas encendían los leños para calentar un comal y así desde sus manos alimentar a los nietos.
¿Cómo puede el resultado final del fuego servir ahora para pintar la vida y sus personajes, las emociones y obsesiones? Esto es arte y se ejerce desde el carbón también como un pincel.
Sueños transitorios me puede en lo personal alejar de lo onírico, a contraparte me acerca a la realidad, de este mundo donde las personas tienen banquetas como hogar, la vía pública como un cobijo, deambular desde la marginación.
Un acto de fe también se me asoma en algunas de las piezas. La nobleza en la mirada sin ojos. La euforia desde el interior dicha con el cuerpo.